Sobre
“¿Es la mujer con respecto al hombre lo que la naturaleza
con respecto a la cultura?” De Sherry Ortner
Hemos visto antes que la
antropología estudia la subordinación de la mujer como fenómeno social y no
natural que tiene que ver con la estructura las clases; también hemos dicho que
a este respecto la teoría de Marx y Engels es la más usada para hablar de
dominación. En esta lectura consideraremos un aspecto que consideramos esencial
y que sólo la antropología estudia como tal: la cultura. En otras palabras
hablaremos de la representación simbólica subyacente a este sistema, es decir,
cómo es que asumimos como lógico y natural esta estratificación.
Ortner nos explicará por qué se
asocia a la mujer con lo natural y, por lo tanto con lo menos culturizado, lo
que nos interesa porque es la base de la posterior desligitimación del ámbito
privado (el hogar) y las actividades que se desarrollan ahí.
Existe una triple relación en todo
esto, explicaremos 1) el cuerpo y sus funciones fisiológicas (menstruación,
parto, el carácter receptor y no activo del sexo) 2) las funciones y rol
femenino (maternidad y crianza) 3) la caracterización psicológica hecha por
estas funciones.
Volviendo con la diferenciación de
la cultura y la naturaleza podemos considerar a la mujer más próxima a esta
última mientras que el hombre, a través del uso de la razón y el dominio de los
medios se asocia a habría entronado en la cultura; de otra manera podríamos
decir también que la mujer (la parte natural de la humanidad) está esclavizada por la cultura (el dominio
de la razón y el progreso, para los que la mujer se vuelve una herramienta de
procreación) o bien afirmar que es un elemento de mediación entre una y la
otra: la mujer es crucial en el proceso de enculturación puesto que es ella a
través de las relaciones con los niños quien los convierte en adultos y en
hombres.
La mujer, a través de la crianza,
forma las habilidades de comunicación e interrelación de las personas al
permitirles adquirir hábitos y valores sociales. En este contexto puede
considerarse a la madre en proceso de crianza como una guardiana de la cultura;
es más, lo anterior indicaría que, en lugar de estar más alejadas que el hombre
de la cultura (como se representa y cree) participa en la construcción social.
Es importante resaltar que el hecho de que no tenga legitimidad como creadora
es otra construcción.
Podemos decir que ésta idea (como
todas) es construida a partir de símbolos y ritos. Tenemos ejemplos de algunas
sociedades en las que no se le permite tocar objetos de poder o participar en
ritos o decisiones públicas y sabemos que todas las culturas hacen esta
valoración de la mujer, por lo que intentaremos indagar en razones y patrones
más profundos. Cuidado porque esto atañe también a las ideas preconcebidas que
tenemos sobre nosotras mismas.
Hemos dicho antes que esta
valoración se explica primeramente mediante el cuerpo; pareciera que el cuerpo
de la mujer la condenara, no sólo a las incomodidades de la menstruación, al
consumo energético del embarazo y a los riesgos del parto (antes de nuestros
actuales adelantos en la medicina) sino también a realizar una actividad
repetitiva.
Desde el inicio, la caracterización
del cuerpo y sus funciones se impone como una forma de categorización de los
sexos. Es notable que autoras tan prestigiosas como Simone de Beauvoir[1]
mencionen en su trabajo consideraciones similares señalando que en la mujer
existe una “mayor manifestación de la animalidad” y, en lo concerniente a su
rol, la maternidad está naturalizada. Naturalizada en un doble sentido,
en que se da por hecho y en que se asocia con lo no culturizado.
La crianza de los niños también
ayuda a nuestra categorización social -con Sacks hablábamos de la calidad de adulto
que tienen los hombres para darse autoridad sobre ellas en lo público-, Ortner
propone que este periodo prolongado de proximidad con los niños también
refuerza su estatus de no adulta, de hecho, hay culturas en las que el
paso a la adultez en los varones está caracterizado por la separación de la
madre o ritos sexuales exclusivamente masculinos.
Entendemos que la mujer está ligada
al núcleo doméstico mientras que el hombre tiene movilidad interfamiliar para
generar relaciones en lo público y lo privado y que esta polaridad también
permite pre concepciones en lo psicológico (“la mujer es más emocional e
irracional”). Ortner argumenta que estas cualidades, así como la de la
identificación y empatía son propias de su rol pero no innatas como suele
creerse.
Siguiendo
esta hipótesis entiende mejor la distinción entre las formas individualistas de
ver el mundo del hombre y las interpersonales de la mujer. Ambas posturas se
forman en un contexto de actividades y ambas reafirman su posición en la
familia, reafirmándose mediante la propiedad lo la forma de estatus social de
“jefe de familia”.
Esta hipótesis, finalmente, explica
que en sí la mujer no está ni más ni menos separada de la naturaleza que el hombre
(él, como ella, es mortal y ella, como él, genera proyectos y difunde cultura)
y que la representación que se hace de lo contrario es una concepción cultural.
Que esta distinción se ha universalizado porque la distribución del trabajo es
constante dado que todas las mujeres del mundo procrean pero no es un
ordenamiento biológico (como apuntó antes la socióloga Nancy Chodorow).
En conclusión “la mujer como es
natural” no es más que una convención adaptada a la forma más pragmática y
directa de división del trabajo, que viene siendo la crianza y asociación de
una mujer a sus hijos y que es esto lo que ha determinado algunas relaciones
pero en no significa que sea el orden biológico. Por otra parte, el rol que
desempeña debe contar con reconocimiento social porque consiste en la
estabilidad de la unidad doméstica tanto como la mediación de la naturaleza en
bruto hacia la cultura.
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