Sobre “Mujer, Cultura y Sociedad.
Una visión teórica”
de Michelle Zimbalist Rosaldo
Si hay algo que caracteriza a la
Antropología, es que nos dota de herramientas para desnaturalizar lo que damos
por sentado o lo que nuestro sentido común acepta como normal.
Así, diferentes contribuciones han
puesto énfasis en distintas formas de vivir la vida y asumir la cotidianeidad,
de modo que nos aporten otra visión para complementar y optimizar nuestra
propia organización, quizá para acercarnos a la felicidad.
Uno de los ejemplos más citados es
el estudio de Margaret Mead en Samoa que demostró que la sexualidad en aquella
isla, al ser más libre y desinhibida que la occidental permitía a las
adolescentes crecer sin diferentes complejos o tensiones. Entendemos de esta
manera que la Antropología pueda aplicarse en el desarrollo de modos de vida
que nos enseñen a vivir mejor.
La Antropología feminista, en este
sentido, surge cuestionando la epistemología occidental (los cómos y de dóndes
surgen las teorías) y también buscando la reordenación de las estructuras de
poder para que un género no se imponga necesariamente sobre otro. Para comprender lo anterior
convendría encontrar ejemplos de sociedades en las que la mujer tenga un rol
dominante o igualitario que los hombres, sin embargo, veremos a continuación
que aunque existe en las culturas diversidad de roles, la mujer no ha dejado (y
esto con validez casi universal) de ser tratada como un género sin interés,
subordinado a los hombres.
Investigaciones entre los arapesh
(sociedad de las islas del Pacífico en las que “ninguno de los sexos presenta
agresión o afirmación” sobre otros) o en
Nueva Guinea (donde existen mujeres reinas y los hombres son quienes usan
cosméticos para ser atractivos a las mujeres que son quienes dirigen el
galanteo[1])
o las sociedades supuestamente matriarcales expuestas por Bachofen deberían ser
ejemplos de equidad de género, sin embargo, en todos los casos se presenta la
misma situación que trae consigo la desigualdad de género: la autoridad del
hombre se impone sobre la que pueda tener la mujer.
Las mujeres son importantes en toda
sociedad porque no puede negarse su volumen en la población (> 50%, vamos) y
además por el rol que presentan en la economía pero esto no obsta en nada para que el dominio masculino se imponga.
Las mujeres forman parte del proceso
de producción, generando, al igual que el hombre bienes de consumo, cubriendo
necesidades, transformando en comestible lo que él produce y, cuestión
fundamental reproduciendo la mano de
obra.
Marx nos diría que la mujer es una
de las necesidades del trabajador (para reponer fuerzas con la comida y
reproducirse con el sexo), aquí asumiremos que parte de la producción en lo
económico es la reproducción de los seres humanos.
En fin, no se puede negar el poder
de la mujer; sea a través de la cocina, del sexo, de los lazos familiares o de
la influencia que pueda tener en su marido, ella tiene habilidad de “actuar
eficazmente sobre personas o cosas, de tomar decisiones que no están asignadas
antes a los individuos” (definición de poder de Max Weber) y por lo tanto
ejerce influencia en la creación de aquello que llamaos sociedad. Sin embargo,
ella no cuenta con autoridad (“el privilegio de tomar una decisión y ordenar
obedecer”) porque su papel no está legitimado públicamente como el del hombre.
La autora hace un análisis de los
mecanismos sociales para explicar porque esta forma de funcionamiento se repite
constantemente y encontró los dos principales factores:
-División del trabajo (hay trabajos que tienen mayor prestigio que
otros)
-Oposición de lo público y lo privado (en estrecha relación con la
maternidad)
En primer lugar vamos a analizar por
qué el prestigio del trabajo trae consigo autoridad y, en segundo cómo esta
distinción se relaciona con las funciones de reproducción.
Decíamos que, aunque hay ejemplos de
sociedades en las que los papeles parecen “invertirse”, las actividades de los
hombres siguen siendo más importantes
a ojos de la sociedad. Algunos ejemplos de esto: En la idealizada Nueva Guinea,
hombres y mujeres cultivan por igual, bueno, por igual no; ella los boniatos y
él los ñames, son sólo los ñames el alimento de las fiestas. Entre los filipinos, el arroz de las mujeres
es la base de la dieta, pero la carne es el alimento más preciado. Otro
ejemplo, entre los arapesh de M. Mead ellas llevan las transacciones
comerciales de forma eficaz y autónoma (ojo que decir economía no es poca cosa)
pero cuando el marido se acerca ellas deben fingir ser “como niñas ignorantes”
para darles a ellos importancia. Un caso parecido al anterior pero más drástico
se da entre las mujeres judías en Europa oriental, las madres fuertes y seguras
que decidían por los gastos familiares, que llevaban el negocio y que tenían
más dinero en casa que el hombre tenían como mayor aspiración tener un hijo
varón. Aquí se ve claramente reflejada la idea del prestigio de la virilidad.
Con esta información no estamos
abogando por la posibilidad de sociedades estrictamente igualitarias porque
pienso que sobre estos dualismos que se manifiestan entre el hombre y mujer se
estructura el orden del mundo, en la diferenciación y retroalimentación.
Sabemos que para pensar es necesario
categorizar, es decir, señalar diferencias. Otra de las diferenciaciones
básicas para el humano es la de lo cultural ante lo natural[2].
Asumimos que lo cultural es lo que nosotros construimos y nos diferencia como hombres, mientras que lo natural
(manifestaciones como la muerte, el nacimiento, la sangre de la menstruación)
es algo a ser superado. Así mismo distinguimos civilización del desorden y la
civilización está organizada, estructurada, jerarquizada según valores que se
reproducen para que esto funcione.
Las pautas que determinan nuestra
sociedad están insertas en lo que llamamos “vida pública”. Aquí se organizan
las normas de vidas de las personas (en nuestra sociedad podríamos hablar de
leyes, en otras mencionaríamos las intervenciones de los líderes para
organizar). Por otra parte tenemos lo privado, lo doméstico, lo que se vive
dentro de la casa, este ámbito funciona de acuerdo a las normas pactadas en lo
público; sobra decir que la diferenciación biológica de la mujer (al parir y
cuidar de sus hijos) se concreta en la vida doméstica que lleva.
Las normas públicas determinan a las
privadas, de modo que, si está instituido
que a la niña menor de la familia se le corta un dedo cuando alguien muere
(señal familiar del luto), el círculo interno, el doméstico, tiene que acatarlo
(este es otro de los ejemplos de lo que pasa en Nueva Guinea, ahí donde las
mujeres son reinas y donde creíamos que ellas tenían mayor prestigio).
De lo anterior podemos concluir que
lo público “une, clasifica y organiza a los grupos privados”. También hemos
aventurado antes que este mundo, el público y por tanto el del orden, el de LA
CULTURA que organiza la naturaleza es de los hombres. “Los sistemas de
experiencias humanas son hechos por el hombre y en un nivel moral el mundo es
suyo”, nos dice la autora.
¿Qué tiene que decir a esto la
biología? Antes se creía que lo biológico determinaba a la mujer como sexo
débil (menos fuerza muscular, mayor sensibilidad) pero un vistazo a otras
culturas demuestra que esto no es generalizable. Con todo, el hecho de la
procreación sí que lo es. En tanto que el trabajo de la mujer o es separable de
la crianza de hijos y es éste (me refiero al trabajo como tal) el que confiere
privilegios, derechos y autoridad (aquí me refiero al trabajo que goce de
cierta distinción) tenemos que el estatus de la mujer estará subordinado, igual
que su función.
La autora precisa a raíz de lo
anterior dos conclusiones.
1. El estatus de la mujer es inferior
en sociedades donde esté muy diferenciada la actividad pública (la de
prestigio) y la privada (subordinada). –El hombre trabaja, la mujer en casa-
El
peor de estos casos es cuando la mujer trabaja y vive aislada, a merced de las
normas públicas y de cómo quiera interpretarlas su marido dentro de casa.
2. La posición de una mujer puede
elevarse de dos formas.
-
Asumiendo
roles públicos del hombre (que es lo que hemos visto suceder en el último
siglo, cuando ella se inserta en el mercado laboral, aunque con resultados
notoriamente desgastantes para nosotras).
-
Creando
ellas también ligámenes sociales, es decir, presencia pública (los grupos de
mujeres que se reúnen en torno a las fuentes en las plazas públicas del
Mediterráneo controlaban en cierto sentido con sus cotilleos las relaciones de
la comunidad, otro ejemplo está nuevamente en Nueva Guinea, donde las mujeres
se recluyen juntas en cabañas apartadas
cada mes puesto que los hombres temen a su menstruación, esta es una ocasión de
estar fuera del domino de ellos).
3.
Sin embargo, las sociedades más igualitarias serán aquellas en las que
las esferas públicas y privadas se diferencien poco, de ser posible siendo el
centro de la vida social la propia casa; como es el caso de los ilongots,
sociedad que minimiza la ética de autoridad y competitividad entre los hombres
y los incluye en las tareas de la casa, por lo que no exigen sumisión de sus
esposas y ellas se sienten en libertad de decir lo que piensan e incluirse en
la vida pública.
Con todo lo anterior entendemos que esta
manifestación feminista no se trata de una lucha en la defensa de nuestro sexo,
ni una reivindicando a la maternidad como si nadie le confiriera su debida
importancia, sino de un reajuste de las perspectivas sociales sobre el trabajo
femenino. Rosaldo propone la inclusión del hombre en el ámbito doméstico,
núcleo de la vida social, en pos de equidad de género y retroalimentación de
facultades.
[1] Esto también pasaba en
Inglaterra, en la época victoriana en la que la que el estatus de la mujer
estaba respaldado por la pureza y la castidad.
[2] Ésta se explica más adelante con
textos del Lévi Strauss, de momento sólo diremos que el mencionado sentido de
caos o de falta de racionalidad ha sido expresado por diferentes antropólogos.
Bateson, por ejemplo creía que los mujeres “pronuncian con mucha más frecuencia
frases emocionales sobre razones de comportamiento” o Landes que “únicamente la
mitad masculina de la población y su actividades caen dentro del terreno de las
normas tradicionales, mientras que la otra mitad femenina se abandona a un
comportamiento espontáneo y desordenado”, ahí encontramos una aproximación a la
dualidad entre naturaleza (mujer) / cultura (hombre, civilización).
No hay comentarios:
Publicar un comentario