sábado, 19 de septiembre de 2015

División del trabajo. Diferenciación de prestigio

Sobre “Mujer, Cultura y Sociedad. Una visión teórica” 
                                                                        de Michelle Zimbalist Rosaldo


Si hay algo que caracteriza a la Antropología, es que nos dota de herramientas para desnaturalizar lo que damos por sentado o lo que nuestro sentido común acepta como normal.

Así, diferentes contribuciones han puesto énfasis en distintas formas de vivir la vida y asumir la cotidianeidad, de modo que nos aporten otra visión para complementar y optimizar nuestra propia organización, quizá para acercarnos a la felicidad.

Uno de los ejemplos más citados es el estudio de Margaret Mead en Samoa que demostró que la sexualidad en aquella isla, al ser más libre y desinhibida que la occidental permitía a las adolescentes crecer sin diferentes complejos o tensiones. Entendemos de esta manera que la Antropología pueda aplicarse en el desarrollo de modos de vida que nos enseñen a vivir mejor.

La Antropología feminista, en este sentido, surge cuestionando la epistemología occidental (los cómos y de dóndes surgen las teorías) y también buscando la reordenación de las estructuras de poder para que un género no se imponga necesariamente sobre otro. Para comprender lo anterior convendría encontrar ejemplos de sociedades en las que la mujer tenga un rol dominante o igualitario que los hombres, sin embargo, veremos a continuación que aunque existe en las culturas diversidad de roles, la mujer no ha dejado (y esto con validez casi universal) de ser tratada como un género sin interés, subordinado a los hombres.

Investigaciones entre los arapesh (sociedad de las islas del Pacífico en las que “ninguno de los sexos presenta agresión  o afirmación” sobre otros) o en Nueva Guinea (donde existen mujeres reinas y los hombres son quienes usan cosméticos para ser atractivos a las mujeres que son quienes dirigen el galanteo[1]) o las sociedades supuestamente matriarcales expuestas por Bachofen deberían ser ejemplos de equidad de género, sin embargo, en todos los casos se presenta la misma situación que trae consigo la desigualdad de género: la autoridad del hombre se impone sobre la que pueda tener la mujer.

Las mujeres son importantes en toda sociedad porque no puede negarse su volumen en la población (> 50%, vamos) y además por el rol que presentan en la economía pero esto no obsta en nada para que el dominio masculino se imponga.
Las mujeres forman parte del proceso de producción, generando, al igual que el hombre bienes de consumo, cubriendo necesidades, transformando en comestible lo que él produce y, cuestión fundamental reproduciendo la mano de obra.

Marx nos diría que la mujer es una de las necesidades del trabajador (para reponer fuerzas con la comida y reproducirse con el sexo), aquí asumiremos que parte de la producción en lo económico es la reproducción de los seres humanos.

En fin, no se puede negar el poder de la mujer; sea a través de la cocina, del sexo, de los lazos familiares o de la influencia que pueda tener en su marido, ella tiene habilidad de “actuar eficazmente sobre personas o cosas, de tomar decisiones que no están asignadas antes a los individuos” (definición de poder de Max Weber) y por lo tanto ejerce influencia en la creación de aquello que llamaos sociedad. Sin embargo, ella no cuenta con autoridad (“el privilegio de tomar una decisión y ordenar obedecer”) porque su papel no está legitimado públicamente como el del hombre.

La autora hace un análisis de los mecanismos sociales para explicar porque esta forma de funcionamiento se repite constantemente y encontró los dos principales factores:
-División del trabajo (hay trabajos que tienen mayor prestigio que otros)
-Oposición de lo público y lo privado (en estrecha relación con la maternidad)

En primer lugar vamos a analizar por qué el prestigio del trabajo trae consigo autoridad y, en segundo cómo esta distinción se relaciona con las funciones de reproducción.

Decíamos que, aunque hay ejemplos de sociedades en las que los papeles parecen “invertirse”, las actividades de los hombres siguen siendo más importantes a ojos de la sociedad. Algunos ejemplos de esto: En la idealizada Nueva Guinea, hombres y mujeres cultivan por igual, bueno, por igual no; ella los boniatos y él los ñames, son sólo los ñames el alimento de las fiestas.  Entre los filipinos, el arroz de las mujeres es la base de la dieta, pero la carne es el alimento más preciado. Otro ejemplo, entre los arapesh de M. Mead ellas llevan las transacciones comerciales de forma eficaz y autónoma (ojo que decir economía no es poca cosa) pero cuando el marido se acerca ellas deben fingir ser “como niñas ignorantes” para darles a ellos importancia. Un caso parecido al anterior pero más drástico se da entre las mujeres judías en Europa oriental, las madres fuertes y seguras que decidían por los gastos familiares, que llevaban el negocio y que tenían más dinero en casa que el hombre tenían como mayor aspiración tener un hijo varón. Aquí se ve claramente reflejada la idea del prestigio de la virilidad.

Con esta información no estamos abogando por la posibilidad de sociedades estrictamente igualitarias porque pienso que sobre estos dualismos que se manifiestan entre el hombre y mujer se estructura el orden del mundo, en la diferenciación y retroalimentación.

Sabemos que para pensar es necesario categorizar, es decir, señalar diferencias. Otra de las diferenciaciones básicas para el humano es la de lo cultural ante lo natural[2]. Asumimos que lo cultural es lo que nosotros construimos y nos diferencia como hombres, mientras que lo natural (manifestaciones como la muerte, el nacimiento, la sangre de la menstruación) es algo a ser superado. Así mismo distinguimos civilización del desorden y la civilización está organizada, estructurada, jerarquizada según valores que se reproducen para que esto funcione.

Las pautas que determinan nuestra sociedad están insertas en lo que llamamos “vida pública”. Aquí se organizan las normas de vidas de las personas (en nuestra sociedad podríamos hablar de leyes, en otras mencionaríamos las intervenciones de los líderes para organizar). Por otra parte tenemos lo privado, lo doméstico, lo que se vive dentro de la casa, este ámbito funciona de acuerdo a las normas pactadas en lo público; sobra decir que la diferenciación biológica de la mujer (al parir y cuidar de sus hijos) se concreta en la vida doméstica que lleva.

Las normas públicas determinan a las privadas, de modo que, si está instituido que a la niña menor de la familia se le corta un dedo cuando alguien muere (señal familiar del luto), el círculo interno, el doméstico, tiene que acatarlo (este es otro de los ejemplos de lo que pasa en Nueva Guinea, ahí donde las mujeres son reinas y donde creíamos que ellas tenían mayor prestigio).

De lo anterior podemos concluir que lo público “une, clasifica y organiza a los grupos privados”. También hemos aventurado antes que este mundo, el público y por tanto el del orden, el de LA CULTURA que organiza  la naturaleza es de los hombres. “Los sistemas de experiencias humanas son hechos por el hombre y en un nivel moral el mundo es suyo”, nos dice la autora.

¿Qué tiene que decir a esto la biología? Antes se creía que lo biológico determinaba a la mujer como sexo débil (menos fuerza muscular, mayor sensibilidad) pero un vistazo a otras culturas demuestra que esto no es generalizable. Con todo, el hecho de la procreación sí que lo es. En tanto que el trabajo de la mujer o es separable de la crianza de hijos y es éste (me refiero al trabajo como tal) el que confiere privilegios, derechos y autoridad (aquí me refiero al trabajo que goce de cierta distinción) tenemos que el estatus de la mujer estará subordinado, igual que su función.

La autora precisa a raíz de lo anterior dos conclusiones.
1.       El estatus de la mujer es inferior en sociedades donde esté muy diferenciada la actividad pública (la de prestigio) y la privada (subordinada). –El hombre trabaja, la mujer en casa-
El peor de estos casos es cuando la mujer trabaja y vive aislada, a merced de las normas públicas y de cómo quiera interpretarlas su marido dentro de casa.
2.       La posición de una mujer puede elevarse de dos formas.
-          Asumiendo roles públicos del hombre (que es lo que hemos visto suceder en el último siglo, cuando ella se inserta en el mercado laboral, aunque con resultados notoriamente desgastantes para nosotras).
-          Creando ellas también ligámenes sociales, es decir, presencia pública (los grupos de mujeres que se reúnen en torno a las fuentes en las plazas públicas del Mediterráneo controlaban en cierto sentido con sus cotilleos las relaciones de la comunidad, otro ejemplo está nuevamente en Nueva Guinea, donde las mujeres se recluyen  juntas en cabañas apartadas cada mes puesto que los hombres temen a su menstruación, esta es una ocasión de estar fuera del domino de ellos).
 3.       Sin embargo, las sociedades más igualitarias serán aquellas en las que las esferas públicas y privadas se diferencien poco, de ser posible siendo el centro de la vida social la propia casa; como es el caso de los ilongots, sociedad que minimiza la ética de autoridad y competitividad entre los hombres y los incluye en las tareas de la casa, por lo que no exigen sumisión de sus esposas y ellas se sienten en libertad de decir lo que piensan e incluirse en la vida pública.

Con todo lo anterior entendemos que esta manifestación feminista no se trata de una lucha en la defensa de nuestro sexo, ni una reivindicando a la maternidad como si nadie le confiriera su debida importancia, sino de un reajuste de las perspectivas sociales sobre el trabajo femenino. Rosaldo propone la inclusión del hombre en el ámbito doméstico, núcleo de la vida social, en pos de equidad de género y retroalimentación de facultades.






[1] Esto también pasaba en Inglaterra, en la época victoriana en la que la que el estatus de la mujer estaba respaldado por la pureza y la castidad.
[2] Ésta se explica más adelante con textos del Lévi Strauss, de momento sólo diremos que el mencionado sentido de caos o de falta de racionalidad ha sido expresado por diferentes antropólogos. Bateson, por ejemplo creía que los mujeres “pronuncian con mucha más frecuencia frases emocionales sobre razones de comportamiento” o Landes que “únicamente la mitad masculina de la población y su actividades caen dentro del terreno de las normas tradicionales, mientras que la otra mitad femenina se abandona a un comportamiento espontáneo y desordenado”, ahí encontramos una aproximación a la dualidad entre naturaleza (mujer) / cultura (hombre, civilización). 

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