martes, 15 de septiembre de 2015

Análisis y comentario sobre textos de Enrique Luque Baena: "Del conocimiento antropológico"

  El problema central al que se enfrenta este libro de naturaleza tanto antropológica como filosófica viene dado desde diversos pensadores, desde Kant a Feyerabend; se trata de la epistemología del conocimiento, en este caso particular, del conocimiento antropológico. El autor, catedrático de Antropología Social en Madrid, traza el desarrollo de diferentes debates con respecto a la naturaleza de nuestra disciplina.


   Tenemos, para comenzar, a las ciencias sociales en general imitando a las físicas (o de la naturaleza) a partir del positivismo puro que se basa en la experiencia según los postulados de Locke y Hume. Este positivismo, representado en las ciencias sociales por Comte, Radcliffe-Brown y Durkheim, que blande por espada la razón, tiene un notable valor al enfrentarse a las formas de conocimiento metafísicas o religiosas de siglos anteriores.

   Veremos, sin embargo, que este carácter de inamovilidad no será fácilmente sustentable dado el número de circunstancias que vulneran la legitimidad de lo que podría ser lo objetivo en ciencias sociales. Se habla de una relatividad biológica (la de la res cogitans, es decir, yo, que tengo una existencia y comprensión limitada), cultural (puesto que las unidades de análisis son variables en cada grupo social) y sobre todo la visión perspectivista que tiene necesariamente el científico al vivir en sociedad (a este respecto comenta mordazmente B. Russel que incluso los animales utilizados en investigaciones tendían a "manifestar las características nacionales del observador"), de este modo se explica que el conocimiento científico esté condicionado por el esquema cultural dominante, así, incluso la definición de cultura de Tylor es comprensible desde su paradigma cultural[1].

   Nuestro autor opone este pensamiento positivista a la hermenéutica de Dilthey*. Para éste, las ciencias sociales no se pueden normativizar bajo los mismos preceptos que las leyes de las ciencias naturales puesto que tienen una estructura distinta. Declara autónomas las ciencias del espíritu puesto que a las últimas las "comprendemos primero, para llegar a conocerlas poco a poco; su objeto es entendido aún antes de ser conocido".

   Estas palabras del filósofo hermeneuta nos llevan a una serio dilema: sea concebir a las ciencias sociales con una naturaleza diferente a las naturales (las unas comprendidas "desde dentro" mientras que la naturaleza, muda para nosotros, es accesible por vías objetivas) o diferenciarlas únicamente mediante el método. Encontraremos más adelante que las ciencias espirituales están finalmente encastradas en los métodos de comprensión de las naturales, aunque esta conclusión no haga sino extender el problema epistemológico de la subjetividad a todo el conocimiento y a todas las ciencias[2].
   Aún así (y porque necesitamos una estructura objetiva en la cual ordenar nuestro conocimiento) encontramos que el positivismo sigue vigente en la Antropología (ahí está Lévi-Strauss como muestra) y no se refutará más la existencia de la objetividad en el estudio de las ciencias sociales (salvo algunos críticos antidemarcacionistas que cuestionarán la validación de su método), además, se buscará compararlas con otras ciencias, entendiendo que nuestro conocimiento está inserto en el de la naturaleza.

El estudio del que hablamos corre por cuenta de Nagel, quien, analizando cuatro características fundamentales de la ciencia social llega a la conclusión de que lo que la diferenciará de las naturales es la técnica y no el método (que termina siendo siempre el mismo: el científico).

Brevemente: (1) el método de experimentación, si bien en ciencias naturales pueden hacerse experimentos controlados con repetición idéntica que no podemos en Antropología, nosotros contamos con nuestra propia clase de empeiria (¿básicamente la experiencia histórica?) que puede corroborar el conocimiento; (2) relatividad histórico cultural, que Nagel solventa aludiendo al caso ideal (restringir predicciones a condiciones muy específicas) y analogando la dificultad que tienen las ciencias sociales de realizar estimaciones a largo plazo con impedimentos parecidos en otras ciencias; (3) el conocimiento sociológico es una variable más en el estudio lo que torna aún más volátil el objeto de análisis; esta es una cualidad de sentido práctico que no va en contra de la calidad científica de la teoría que podamos extraer (aplica igualmente en las ciencias naturales con sus propias variables: un astrónomo puede comprender la órbita de un cometa aunque exista un asteroide interfiriendo en la precisión de los cálculos); por último se analiza (4), si el carácter de los fenómenos sociales es subjetivo y si esto le resta valor al juicio que podamos hacer sobre éstos; aquí (además de que podemos aducir la intersubjetividad que existe en todas las ciencias para formar un paradigma -Kuhn dixit-) nos encontramos que, al realizar estudios tomando la conducta como hecho, objetivamos la reacción en unidades de análisis concretas.

   A todo esto, Nadel añadirá comentarios de carácter fenomenológico que podemos usar para seguir comparando. En primer lugar explica que "el mundo de los fenómenos está gobernado por la repetición y la recurrencia" -nos remitimos para eso al punto al punto 4: estudiamos hechos objetivos, y en estos hechos sí que se puede encontrar recurrencia, sí que son verificables- ...pero sigue matizando: los hechos sociales "tienen un importante aspecto cualitativo" -que para Bertrand Russel no deja de ser tan científico como lo cuantitativo, por otra parte, "son hechos creados, producto de procesos históricos" y por tanto singulares; sin embargo nos encontramos con que gran parte de los fenómenos estudiados en presente son también producto de un desarrollo histórico.

   Llegamos así nuevamente (al parecer) a la conclusión de que lo que estudian las ciencias sociales y las naturales pertenece al mismo mundo y sus problemas de validación son prácticamente los mismos (en ambos casos la legitimidad del conocimiento es igualmente perecedera). Aunque la realidad de las primeras sea una sui generis y demande diferentes técnicas de investigación, cualquier falsa separación entre ciencias duras y blandas se ve derrumbada porque ninguna tiene "postulados inconmovibles" como diría Popper, sino seguridades provisionales.



De cualquier modo, para que una ciencia sea denominada como tal, necesita un objeto de estudio especificado y concreto. En nuestro caso, claro está, es la Cultura. Cabe resaltar que en una disciplina no paradigmática (o con múltiples paradigmas coexistiendo), este término recibirá numerosas valoraciones y remitirá a diversos conceptos.

El principal problema de las definiciones en las ciencias sociales es que, lejos de circunscribir-se, están en continua expansión y tienden a desmadrarse del cauce de un estudio propiamente sistemático, alcanzando una naturaleza de generalidad.

Esto sucede con la Cultura. Habiendo servido en primer lugar para diferenciar lo que es natural de lo que ha pasado por intervención del hombre, posteriormente se diversificará en torno a la pluralidad de manifestaciones que pueden existir de ella. Así, encontramos que la concepción que podemos realizar de cultura incluye conceptos tanto diferenciadores (la mencionada pluralidad, la historicidad) como integradores (holismo y determinismo); es tanto nuestro punto medular como el germen de la diversificación. De lo anterior a considerar la cultura como abstracción de un orden no hizo falta más que una generación, el salto del maestro al discípulo: Boas-Kroeber[3].

   Además de los valores universales y la común humanidad, el mencionado estudio de cultura de Kroeber busca una estructura global de patrones que organicen las respuestas humanas a necesidades universales. Pero este artilugio (el de las necesidades) queda desbancado: lo cultural no se explica siempre por lo natural, más bien pareciera que algunas veces lo supera o lo contradice (nuevamente al término cultura se le escapa cualquier elemento extra-cultural del cual asirse), por otra parte, no se niega la interdependencia del desarrollo cultural con el desarrollo evolutivo, la cultura, en tanto que producto humano no puede deslindarse del carácter fisio-biológico de sus portadores.

   En fin, la idea del relativismo sigue latente (y quizá más todavía después de este análisis). Con respecto a la cultura, o se "disuelve al hombre en su tiempo y lugar" como dice Geertz, y lo relativizamos al entorno y a las circunstancias, o seguimos un patrón sea evolucionista o de cualquier otro carácter que lo determine extra-culturalmente (como la fórmula C = E x T), es decir, la guerra entre el determinismo y relativismo. De cualquier modo, proponen los antropólogos, seguiremos buscando "relaciones sustantivas", o patrones, aunque esta búsqueda no haya hecho hasta ahora más que evidenciar la incomprensión que tenemos de la condición humana.

   Como conclusión, que mas bien será, una idea provisional de saneamiento, si asumimos, lo que Polanyi dice, que la ciencia entra dentro de todo ese todo complejo que mezcló Tylor, es decir, si asumimos que la actividad científica y por tanto la Antropología son también cualidades humanas, nos queda el consuelo de que, al hacerla estamos siendo culturales y científicos y elementos de nuestro tiempo ejerciendo sus capacidades ... al final, puede que una teoría general de sistemas venga a decirnos que el estudio del hombre es imprescindible para que el Universo se comprenda a sí mismo y que vamos por buen camino...
  



[1] Luque Baena determina el carácter evolucionista de la investigación de Tylor por el impacto de las obras de Darwin, el debate entre monogenistas y poligenistas y el paradigma todavía reinante de la Biblia como instrumento de estudio de la historia de la humanidad. Vemos pues, que su concepción de cultura estará ideológicamente ligada al enfoque de evolucionismo lineal de su época.
[2] Esto queda bien ilustrado con la triple separación jerárquica que hace Michael Polanyi: el mundo científico; el de la conciencia y el físico; así, dice Polanyi, la barrera que existe entre el mundo físico -el natural, el que queremos comprender- y el científico es el mundo de las dudas y creencias del cual, en tanto que humanos sociales y culturales, no podemos escapar. En otras palabras, el conocimiento está predefinido por la cultura, en tanto que humanos nos debemos a ésta. La crítica a la veracidad del conocimiento científico continuará inexorablemente, igual que su ruptura con el mundo real, en boca de Bacherald, de Polany, de Kuhn, de Hanson, etc. y nunca terminamos de entristecernos de nuestras limitaciones cognitivas -¡vaya una patética ilusión la de un conocimiento acabado!
[3] El problema de esto vendría a declararlo Leslie White: "la única explicación posible de los fenómenos culturales se encuentra en la propia cultura" o "la cultura solo puede explicarse en términos de cultura" (*omnis cultura...?). Esto ya es un lío epistemológico en sí mismo, puesto que alude a cierta metafísica en la Antropología, sin embargo se rescata el símbolo como unidad básica y universal del comportamiento humano y a la capacidad simbólica como pilar principal en la construcción de una cultura, así como al conocimiento como elemento generalizado pero en diferentes grados de complejidad para cada grupo según su avance tecnológico, económico y social. 

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