sábado, 19 de septiembre de 2015

Al respecto de categorías y categorizaciones.

Sobre “Los cinco sexos” de Anne Fausto-Sterling 


               No sé si el tiempo que llevo hasta ahora en la carrera me ha acercado a responder la pregunta de qué es un hombre pero sí que me está ayudando a comprender diferentes manifestaciones de él.

                El hombre como concepto no me ha revelado su esencialidad en este estudio de las sociedades, quizá porque parte de ésta sea la mutabilidad y adaptación a las circunstancias impuestas. Dada la dificultad para hablar del Hombre como concepto la Antropología vuelca su estudio en la cultura (las manifestaciones de un pensamiento heredado y heredable); sobre estas huellas hemos estudiado ya los sistemas de empoderamiento y dominación.

                Si algo me ha quedado claro es que estos mecanismos, que sirven tanto para organizar la sociedad como para dirigir a los individuos necesitan una cosa vital para existir: categorías. La categorización es necesaria para comprender el mundo (dentro-fuera; día- noche; malo-bueno) y también para gobernarlo (hombre-mujer; rico-pobre; nobleza-pueblo llano; nativo-extranjero; legítimo, espurio, etc.

                Partiendo de esta premisa, me atreveré a considerar como humano a aquel ser que vive inserto en un mundo de categorías y representaciones y que, de alguna manera, rige su vida en función de estas.

                En este sentido, la Antropología estudia los diferentes entramados de creencias y verdades habiendo adelantado considerablemente al enseñarnos que éstas cambiantes en el tiempo y entre las sociedades. Un estudio para comprendernos a nosotros mismo tiene que tratar, por tanto, nuestras categorías y significados; a propósito de las categorías de identidad sexual nos habla Fausto-Sterling en este texto.

                Su argumento es conciso: el fenómeno de la intersexualidad está lo suficientemente presente en la historia de la medicina como para dejar de considerarse una malformación o aberración[1]. Su denuncia es a los tratamientos de “normalización” que se impone a los bebés (cirugía antes de las 72hrs de nacido y tratamiento de planificación hormonal) para adjudicarlos a uno de los dos sexos estipulados y ahorrar sufrimientos psicológicos (para ellos y para los padres, así como para la salubridad del entorno social). Su propuesta, la reconfiguración de la categorización social del sexo para incluir una realidad evidente, que es la existencia de, por lo menos, tres sexos más.


                Suele generalizarse en hermafroditismo a todos aquellos humanos que presentan características de ambos sexos, pero los verdaderos serían sólo aquellos que, como dice la leyenda griega[2], tuviesen n testículo y un ovario. Ellos serían los herms.

                Existirán, por supuesto, los merms (hermafroditas masculinos) con testículos cromosomas XY y algunos genitales femeninos –pero no ovarios- y los ferms, que a la inversa tienen ovarios, cromosomas XX, a veces útero y aspectos sexuales masculinos –pero no testículos. Hay que añadir que, entre estos grupos, hay decenas de posibles variaciones, por lo que la autora sugiere que el sexo es un continuum vasto e infinitamente maleable que sobrepasa restricciones (como sabemos, las que se han impuesto hasta ahora son de orden cultural).

                ¿Cómo clasifica nuestra cultura estos casos?
Para demostrar la complejidad de querer ajustar la naturaleza en modelos ideales, veamos el caso de EEUU (tomemos en cuenta que Estado determina su propia legislación). En Illinois se permite a los adultos cambiar de sexo siempre que se realice la intervención quirúrgica correspondiente (los hermafroditas, entonces, se asignan según sus órganos externos), mientras que en NY el sexo no se puede desvincular de los cromosomas. En otras culturas, durante la Edad Media el herm elegía su categoría bajo condición de no salir más de ella y en el Talmud judío se les aplicaban a estas personas prohibiciones tanto de las mujeres como de los hombres. Si consideramos todas las particularidades pueda que resulte casi tan complicado responder a qué es ser hombre como a qué es ser un varón.

                Durante el último siglo y con la medicalización del cuerpo, los conceptos hombre, mujer y salud han sido definidos por la institución en turno, la medicina, pero un estudio más a fondo de la humanidad nos deja claro que hay otros factores que nos determinan.

                La sociedad occidental (desde la que estudiamos al hombre), parece estar más o menos consciente de los límites del poder de la institución; por lo visto Europa está adquirido el hábito democrático de redefinir sus categorizaciones y ordenanzas; desde el ámbito de las Ciencias Sociales, se han modificado algunas pautas de división sexual del trabajo y parece que desde la medicina se reconfigura y supera la división sexual (así, a secas).

                Como en todo proceso existe una fase de adaptación; para el caso de un cambio de paradigma como el que propone esta autora, sería necesario que la sociedad asumiera la realidad de la multiplicidad sexual para dejar de insertar a la diversidad natural a patrones ideales preconcebidos.

             





[1] Si el dato porcentual es correcto y la población intersexual es del 4%, habría en la Universidad de Sevilla 2,600 intersexuales, los suficientes para conformar una organización minoritaria con tanta legitimidad legal como cualquier otra.
[2] En la que el hijo del Hermes y Afrodita fundió su cuerpo en mitad con el de una ninfa del que se había enamorado.
* Fotografía de Randy Johnson

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