jueves, 17 de septiembre de 2015

Memento mori de una antropóloga suicida


   Los últimos restos de la falacia socialista (utopista) están caducos en mí. Me doy cuenta que eso de estudiar antropología por amor al hombre era una jareta mental para justificar cuatro años de una carrera que no tiene ni pies ni cabeza (pero sí el descaro de llamarse científica) y para dejarme conducir por ella al borde de mis histerias


   Qué hipócrita he sido.

   Conque multiplicidad étnica ¿no? conque esa es la riqueza de la raza humana... sí, claro. Si  por una vez soy cierta, confieso -ya no ante el Pater Noster, sino ante nosotros mismos (por eso de que Dios ha muerto y que los pecados propios se desbrozan mejor en facebook que con todos los Ave María que pudiera prescribirte el cura en turno)-, y sin pena ni gloria me desvelo, ante mis propios ojos la carne corrompida por el gusano globalizador del siglo. Ante ustedes -ante mí- la nueva estrella del milenio: el hastío vital y sus hijitos: los múltiples placebos para esconderse de él.

   ¿He dicho antes que somos todos una raza de hermanos? ¿Cómo sostenerlo cuando se le coge tanto desprecio a los árabes por venderse al sistema e ir como ovejas balando a comprar sus accesorios de oro al centro comercial más grande; rabia a los judíos por haberse adelantado en la carrera mercantilista y tener ese poder exento de dudas que ya querría la ONU o el Vaticano; odio -con sus cuatro letras- a los pakistaníes y a sus mentecitas ilusas adoradoras de la mano cortada de una especie príncipe muerto en batalla? Cómo no querer un holocausto de todos los indios tan cerdos y tan inconscientes, tan ganado que una vaca sirve para gobernarles los impulsos (quisiera decir pre-culturizados pero estoy entre antropólogos y me mandaríais a la mierda, célebres estudiosos de la cultura, eso sí, no penséis que todos hacen yoga y levitan buscando la paz luego de Gandhi).


   Por su lado, en el resto del mundo hay chinos por millones amenazando con las curvas exponenciales de población, haitianos oprimidos por subsidios agrícolas franceses; los !kung, invencibles a calores y hambres, en vías de una extinción de otro tipo, probable y deplorable; yir-yoront que ya no creen ni es su madre y mexicanos volviéndose gringos, mientras los brasileños siguen vendiendo figuritas de la copa y postergando su crisis económica hasta que pasen los próximos juegos olímpicos...  Y entre todo esto, yo en el mío, contando las formas en que es posible (y hasta creíble) mentirnos y decir que vivimos (todo mientras fumo -¡¿Marlboro?! qué bajo he caído!-)

   Quizá vayáis a decirme (si seguís la lectura a este punto) que le debo mi humanidad a la cultura que tengo y que de eso no puedo, ni debo, ni habría de escaparme; que es lo que respalda mi calidad mujer luego de 26 años de vivir esta tierra, ser alumna, trabajar, beberme una cerveza, etc. pero en verdad os digo, podéis quedaros (y de paso en la inopia) con todos vuestros constructos sociales, yo no los quiero.

   ¿Cultura? ¿cultura nuestra saberse los nombres de los tamaños del café de Starbucks o los precios del MacDonalds? postre típico: Nutella; idioma: en decadencia -igual que nuestras capacidades comunicativas, memoria y atención; vestidos / ornamentos: los que mande el bolsillo y las tiendas del centro. Bébete tú mi cultura que a mi me da asco.





   ¿Cómo ser científicos (el término cada día me resulta más irrisorio -gracias, Kuhn) en un mundo así? Habríamos de inaugurar un nuevo siglo ahora que el de García Márquez ha terminado: El Antropólogo en los tiempos del Ébola.

   Si alguien tiene información de cómo llevar a cabo esta horrorosa/ digna /vital tarea, favor de compartirla, a riesgo de una extinción masiva de la fe en caso de no hallar manera. De momento, humanos, os digo. Me hubiese gustado vivir en una época en la que no hubieseis nacido... o en la que todos estemos muertos.


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