sábado, 19 de septiembre de 2015

A ver, ciencia, mírame.

“La ciencia del hombre mira a la mujer” – Martin y Voorhies


    Para profundizar en la propuesta de Sally Linton, la de revisar la veracidad de las teorías y comprender las condiciones sociales en las que éstas se gestaron, usaremos el texto de M.K. Martin y Barbara Voorhies, que también nos servirá para explicarnos de dónde vienen algunas ideas que tenemos sobre el sexo nacidas durante los siglos XIX y XX.

   La antropología del siglo XIX está caracterizada por “autores de gabinete” que es como se llamaba a aquellos que postulaban teorías para explicar todo lo largo de la historia de la humanidad valiéndose de referencias bibliográficas (siempre desde su gabinete) y prescindiendo del trabajo de campo que después se instituiría en la disciplina. Dentro de esta destacan los trabajos de Bachofen (Das Mutterrecht) y Morgan (Systems of Consanguinity and Affinity of the Human Family), y otras  teorías sobre las civilizaciones primitivas (McLennan, Lubbock, Maine[1]). Según éstas, la evolución de la civilización se caracteriza por tres fases: 1) promiscuidad, sexo libre entre los miembros del grupo; 2) matrilinealidad, en la que la mujer adquiriría el gobierno político y 3) patrilinealidad en la que el hombre se apropia de este poder.

   Dentro de este supuesto la mujer habría sido la responsable de haber fundado una nueva estructura social basada en actos de control sobre el sexo que se opusiera a la anarquía sexual de la etapa de promiscuidad. Ellas implantarían uniones permanentes (matrimoniales) para sostener la relación fundamental (la de ella y sus hijos).

   Tomando en cuenta que la idea de la matrilinealidad nace en la Inglaterra victoriana, cabe destacar que los dos elementos estructurantes, matrimonio y familia, están enmarcados en un contexto conservador monógamo, en el que la mujer se caracterizaba por su templanza (en esta época se considera al sexo femenino como virtuoso en tanto que supera las pasiones mundanas; incluso llega a plantearse que las mujeres son asexuadas).

   Se entiende que durante esta primera transición se instauran los valores imperantes de la época, la moralidad y el control sexual. La antropología de este siglo estaba haciendo, pues, una traducción de su cosmovisión a la historia de la evolución: si observaban que la mujer dominaba sus impulsos en castidad, se creería que durante fases primitivas ella habría acabado con la tiranía sexual de los machos promiscuos inhibiendo también su agresividad. Esta etapa de control de la especie sería la base para que el macho desarrollara la cultura durante la siguiente, el patriarcado.

   Podríamos asociar esta continuidad con la educación de un niño, que primero conlleva una etapa de domesticación (llevada a cabo por la mujer), que es preparación del terreno para la educación formal, que corresponde a los varones –te podrás haber dado cuenta que, hasta hace poco, las maestras de primaria eran mujeres y los profesores de universidad, hombres.
   Tenemos entonces la idea del concepto mujer del Siglo XIX, una persona reservada, templada, auto-disciplinada y obediente (tomar en cuenta que con esta idea persiste en las primeras décadas del XX); lo curioso es observar los orígenes de esta imagen en la evolución.

   Antes de que The Origin of Species viera la luz, Darwin publicó The Descent of man (1871), donde explica que nuestra principal distinción con los animales es la moral. La moral en el humano es producto de condiciones: los instintos sociales (que tienen mamíferos como los suricatos) y la inteligencia (que también compartimos con otros animales. Con estas dos bases puede desarrollarse la cultura bebiendo de dos fuentes 1) la simpatía, o las nociones de cooperación y altruismo en el grupo y 2) la regulación sexual, que crearía el marco normativo para la convivencia pacífica.

   Para Darwin –como para todo el pensamiento victoriano- este control sexual es determinante de nuestra no animalidad y es la mujer, de naturaleza esencialmente asexuada, la guardiana de estas virtudes.

   Pero hemos dicho que el S XIX obtenía muchas deducciones de hipótesis sobre la nada lo que permite que durante el siguiente muchas ideas sean refutadas con pruebas empíricas.
   La crítica viene principalmente de Estados Unidos. Joan Bamberger refuta la existencia del matriarcado, alegando que el encontrar religiones con deidades femeninas no tendría por qué implicar que ella estuviera inserta en el sistema económico-político. Lowie también postuló que el patriarcado hubiese existido siempre[2].

   El evolucionismo (ojo, en antropología, no en biología) llega a verse como una herejía por haber establecido teorías sin pruebas, por lo que ahora se dedica a respaldar sus hipótesis con estudios filogenéticos, ya que se acepta una relación con los primates se buscarían pautas de comportamiento en la observación de su conducta.

   Durante este siglo tenemos nuevas ideas sobre el desarrollo de la civilización, fundadas desde el neoevolucionismo. Aquí es donde se funda la caza como actividad referente para la conducta y como creadora de las habilidades para hacer cultura, así de paso la mujer se convierte en una deudora a la gran contribución masculina. Veremos como en poco tiempo surgen y se refutan diversas ideas (que, sin embargo continúan presentes en el imaginario colectivo).

   La caza no sólo fue considerada como actividad organizadora,  sino una forma de vida, y puesto que la caza involucraba a sólo a hombres, se suponen diversos factores que distinguen al macho genéticamente con habilidades que no posee la mujer.  Aquí una cita de Tiger en Men in Groups.

                “Hay factores genéticos, basados en la pertenencia al grupo de los primates del macho humano que le predisponen a tener lazos de unión con miembros del mismo sexo. Las hembras, en cambio no tienen estos códigos innatos y por lo tanto son menos adecuadas genéticamente para realizar cooperación de actividades económicas y políticas”.

   Tiger también aludía a diferencias cerebrales, como un “control cortical más amplio” (¡!) y una diferenciación química y estructural que generaría un programa genético de comportamiento diferente del de las mujeres. Creemos que desde aquí vienen las ideas de diferenciación cerebral que, sin embargo no han podido ser verificadas por la medicina actual: no existe ningún estudio que demuestre caracteres específicamente masculinos o femeninos, de modo que la antigua creencia de que “los hombres son de Marte y las mujeres de Venus” parece sólo sustentarse en las divisiones culturales propias de las diferencias del comportamiento en una etapa y contexto determinados.

   Otros autores, por supuesto añadían otras causas, algunas relacionadas con la idea cristiana de la mujer como el sexo perverso, comentando que la presencia de una mujer cazadora hubiese sido motivo de conflicto por generar competencia entre aquellos que quisieran acceso sexual a ella, enturbiando así el carácter cooperativo del grupo.
   Entrando en la refutación, contrastaremos prueba contra prueba.

   Es verdad que estos neo evolucionistas aventuraron mucho sus teorías, pero las respaldaban con el estudio sobre mandriles, primates sumamente agresivos que pelean por la hembra. Podemos aducir que el Homo sapiens, ha superado esta agresividad puesto que, durante su evolución adquiere una gama de motivaciones aprendidas más allá de sus limitaciones fisiológicas como la domesticación del sexo por la mujer (aunque puede quedar este instinto latente que justificaría la agresión) sin embargo, ¿qué hay de otros antropoides, que están filogenéticamente más cerca de nosotros?

   Estudios sobre chimpancés y gorilas dan resultados diametralmente opuestos. Entre estos no existe agresión ni competencia por la hembra (no hay violaciones como puede suceder entre mandriles).  El macho tampoco se muestra especialmente agresivo y su dominio en el grupo suele ser por comida, no sobre el ámbito sexual. Por último, la disposición a la violencia siempre es como medida defensiva del grupo, no de ataque, o bien, como una exhibición de ostentación de poder para alcanzar ciertos fines, nunca como una agresión directa  --añadiría como nota para futura reflexión que en muchos casos se justifica la agresividad como instintiva masculina, sin embargo, ¿no será que estamos proyectando valores sociales en visiones sesgadas sobre lo que creemos que es el mundo primitivo para justificar patrones de conducta que no están presentes tampoco en toda la humanidad?

   Con respecto a la competencia por la hembra, hay que decir que en estas sociedades es más bien la hembra quien se ofrece para el apareamiento (no, no hay selección por parte del macho). Esto tiene aún más sentido si tomamos en cuenta que la familia matricéntrica (formada por hembra y crías como puede verse en infinidad de mamíferos) tiene “mayor validez pluricultural ya que puede estar relacionada con un varón, con varios o con ninguno”. Las conductas gregarias[3] tampoco justifican competencia masculina puesto que en estos primates, dicha conducta se expresa mediante juegos y cuidados mutuos.

    Y, finalmente, referente a la provisión de alimentos por la caza, Jolly menciona que la evolución humana difícilmente puede explicarse a partir de la caza, puesto que si esta hubiese sido la base de la alimentación, el homínido se hubiera encontrado en desventaja, compitiendo directamente con los felidae, canidae, vierridae y hyaenidae, por lo que es más plausible que hayan tenido una base estable que permitiera la adaptación, en una pacífica acumulación de adaptaciones fisiológicas, como la coordinación ojo-mano y la habilidad manual (Jolly, 1970, 21). La arqueología demuestra lo anterior puesto que en el pleistoceno superior no se encuentran proyectiles, se cree que esta fase fue vegetariana y que los utensilios eran destinados para cortar, pulverizar, conservar y raspar materiales vegetales.

   El esquema de evolución que surge en esta crítica a los neo evolucionistas explica la conformación de la pareja hombre-mujer como una adaptación a las estrategias de supervivencia que ya existían. La unión de estos parece ser fruto de pautas de cooperación económicas, en lugar de ser producto de un intento de controlar o suprimir la libido de los primates.

   ¿Cuál es, entonces, el papel de la mujer en todo esto? Al parecer ya no estamos en paradigmas de control y represión, más bien soluciones para resolver eficazmente la existencia en torno a la crianza. El modelo de familia que estamos proponiendo es, en suma, un sistema de articulación de ésta con la actividad de los hombres.



[1] De entre todos estos, sólo Maine negaba la existencia del matriarcado, él también añadía una cuarta fase, la familia monógama.
[2] Hay que considerar que esta ola de pensamiento (como todas) era producto de una época: plena Guerra fría, el enfrentamiento de EEUU con el comunismo está en su apogeo y había que deslegitimar desde la ciencia a los autores relacionados con este movimiento político; uno de los autores principales era Federico Engels, tomó a Morgan como principal fuente, a quien Lewis se encargó muy bien de refutar.
[3] Que se agrupan en colonias.

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