sábado, 17 de septiembre de 2016

Técnica y Civilización o Lo que ha hecho de nosotros la historia; cuatro siglos de máquinas

Parte 1

Lecciones de la Máquina, cortesía de Lewis Mumford[1]



   Siglos antes (siete en concreto) de la llegada dramática de la revolución industrial, la máquina ya se había estado desarrollando e incidiendo en el desarrollo de nuestra civilización, afectando la mentalidad por medio de las circunstancias éticas y estéticas que propició. En un proceso acaecido en tres olas, los hombres se convertirían a la mecánica en base a "una nueva orientación de los deseos, las costumbres, las ideas y las metas" (Mumford, 1971: 21-22) iniciado allende el siglo X.

   En aquel tiempo se intentó generar máquinas capaces de "conseguir orden y potencia con medios puramente externos" (Mumford, 1971: 23), la necesidad (o capricho) de este orden y potencia vienen de problemas, mejor dicho, constricciones externas. Las máquinas de esta primara ola vendrían a simplificar algunas tareas por lo que tendrán un campo de acción relativamente limitado. Será hasta después de una etapa de estancamiento en la Edad Media que surge una nueva ola -ésta sí con pretensiones de generalización- que afecta directamente la estructura social.

   El ímpetu con que se impone la mecanización en esta fase que inicia a partir del siglo XVIII ocasiona el aplazamiento de varios problemas morales, sociológicos y políticos, y ocasiona más adelante su agudización y en problemas que se manifiestan con redoblada urgencia. En esta fase la máquina no se impone sin levantar la crítica social, por lo que su eficiencia fue radicalmente disminuida por el fracaso de alcanzar un conjunto de fines armoniosos e integrados en la sociedad (en esta época Europa se especializa en minería y el trabajo de hierro, actividades que amenazan con generalizarse y universalizar la máquina anulando o desviando fuerzas de la acción colectiva). 

   En una época en que la máquina ha pasado ya por todos los procesos de asimilación e integración en la vida social, conviene preguntarse por la significación que le hemos dado, especialmente con el fin de entender capacidad que ha tenido de acercarnos a los fines para los que se les ha creado y para saber cómo someterla a nuevos objetivos.

   Para entender el concepto máquina tenemos que hacer una diferenciación de las máquinas y también de las herramientas. Las herramientas pueden distinguirse de las máquinas por el grado de independencia, habilidad y fuerza motriz que su uso comporte, como explica Mumford, la herramienta se presta a la manipulación mientras que la máquina lleva a cabo una acción automática. 
   Si pudiéramos resumir la definición de Reuleaux de máquina diríamos que es la combinación de agentes no orgánicos para convertir energía en un trabajo hecho por ciertos movimientos determinantes. La máquina ha existido por lo menos desde los tiempos neolíticos junto con otras adaptaciones al ambiente como utensilios, aparatos, instrumentos y demás pericias (Mumford, 1971: 28).


Historia de la máquina

Mecanización

   Mumford comenzará a explorar el cambio social asociado con la máquina en los monasterios. En esta primera fase -la eotécnica- la máquina recién se está haciendo de sus reinos de control. 

   El autor intenta observar cómo las nociones de tiempo y espacio (que son, como las obras de arte, concebidas distintamente dependiendo de la cultura donde se gesten) son transformadas con el avance de la técnica y elige el monasterio como primera escala temporal por ser el lugar donde el orden se consagra, dentro de sus muros de disciplina, una nueva forma de orden y control. En el monasterio, así como en la tradición religiosa católica, no hay lugar para la sorpresa ni para la duda.

   El reloj será un invento crucial. Si bien ya existían en versiones de agua o de sol desde tiempo atrás (y dicen las malas lenguas que sus primeras usuarias eran las meretrices que debían controlar el tiempo de sus servicios) la incorporación de un mecanismo independiente del clima permite la producción de una medida exacta de tiempo; ésta no solo servirá para pautar y sincronizar las acciones de los hombres en el monasterio, sino para conectar a la institución con el ordenamiento con perfección que corresponde a la vida consagrada a Dios.

   La idea de la perfección asociada a la divinidad es crucial en el desarrollo de la ciencia positivista, se buscará ese ordenamiento pautado y regular en las ciencias naturales, así se introduce en la física la aplicación de métodos cuantitativos de pensamiento. A partir de esta disciplina ya ningún aspecto de la vida quedaría sin ser tocado por esta transformación (Mumford, 1971:29).





   
   El reloj está asociado a un cambio en las categorías de tiempo y espacio en dos nociones distintas. En primer lugar por la incorporación de métodos cuantitativos en la medida regular del tiempo, con lo que se abre el campo a otras formas de medida tan exactas como sea posible; por otra parte, se refuerza la creencia de que estas categorías pertenecen a un universo ordenado por Dios, idea que fue uno de los fundamentos de la física y que dotó a la Iglesia de un papel fundamental en el desarrollo de la ciencia en el Medioevo[2].

   Si Max Weber [3] asocia el espíritu laboral de nuestro tiempo a la ética protestante, en este apartado Mumford relacionará la invención del reloj y su uso por la orden de los Benedictinos (la gran orden trabajadora) a la implantación del capitalismo. Mumford recurre a Coulton (Art and Reformation) y a Sombart (The Quintessence of Capitalism), cuyas obras de 1928 y 1913 respectivamente son posteriores a la que ha sido referida de Weber (1905), con lo que se puede ver la repercusión del sociólogo en estudios históricos referidos a la lógica capitalista.

   A partir de su invención en el siglo X, el reloj mecánico se generalizaría en las torres de las iglesias, transformando "el movimiento del tiempo en un movimiento en el espacio" (Mumford, 1971: 31) extendiéndose de los monasterios a la vida de los trabajadores urbanos. 

   Si observamos con detenimiento y diacrónicamente las dos vertientes de los efectos del desarrollo del reloj, encontraremos una contradicción. La medición cuantitativa que serviría como soporte al orden monástico sería posteriormente absorbida por la ciencia para crear un reino independiente de la experiencia humana, objetivo y verificable. Paradójicamente, este invento que surge en el seno de una sacralidad religiosa para afianzar los valores divinos que dentro de los monasterios se profesaban, se convertiría en la aguja de desvío que reorientará la sacralidad hacia el raíl del positivismo. La medición del tiempo, dice Mumford, pasa al servicio de una clase distinta de actividades, una que terminaría por abandonar la eternidad (y con ésta, la salvación) como punto de referencia.
   

Espacio y tiempo ordenados

A finales del siglo XVI el reloj se habría introducido en el ámbito doméstico de Inglaterra y Holanda apoyando también la diferenciación de clases: la distinción que otorgaba el objeto, asociado a la regularidad y a la productividad era un inequívoco de la burguesía. Posteriormente se generalizaría este ordenamiento pautado de las actividades orgánicas de la vida como comer y dormir a modo de una "segunda naturaleza" o un "hecho natural" de la vida occidental. 


   Durero escribe un tratado sobre perspectiva a inicios del siglo XVI; este es el grabado que alude a los principios ahí expuestos (este gráfico aparece en el libro de Mumford). 
   Con la construcción del espacio observamos un fenómeno similar. El interés por las magnitudes cobra importancia en la física a la par que en la pintura; en un caso los sistemas de medición apuntan por la precisión y en el segundo las leyes de perspectiva surgen a partir de la observación de los objetos en el espacio. Aquí vemos de nueva cuenta el interés de objetivar la naturaleza externa y los hechos cuadrándola en patrones y sistemas.

   Se hace patente  el fuerte interés por situar los objetos fielmente en el espacio para llegar a un dominio certero del medio; lo anterior nos conduce, por ejemplo, a la cartografía y a sus repercusiones en la concepción del dominio terrestre. Mumford contrasta el mapa de Hereford de 1314 con el de Andrea Banco de 1436 y habla de las esperanzas racionales que las líneas de mayor precisión permiten al navegante.

  Ya antes hemos hecho mención al orden cósmico y religioso dominante en la Edad Media, la Eternidad era el orden del tiempo y el Cielo el del espacio (Mumford, 1971:36); también hemos dicho que con la medición exacta estas concepciones empiezan a desdibujarse. Los avances en la cartografía son un signo de la división entre el espacio real y aquel otro, el del cielo y el Edén, a partir de este momento podemos delimitar los temas reales: Tiempo y Espacio, Naturaleza y Humano (Mumford, 1971: 38). Estas distinciones entre lo real y lo inexacto son un contexto adecuado para que otras dimensiones del espacio se desarrollen: el movimiento y la locomoción.


En este par de imágenes se aprecia un cambio significativo en la adopción de la perspectiva. En el papiro egipcio, las figuras pueden estar desproporcionadas al grado que el faraón es el doble de grande que su siervo, esto se debe a que lo que proyecta la pintura no es la realidad espacial objetiva sino su significación simbólica -la autoridad del faraón; a continuación uno de los máximos referentes de la perspectiva en pintura, Rafael, con La escuela de Atenas del mismo periódo de Durero y siguiendo su línea.

   Si bien la aceleración como concepto no surge antes del siglo XVII, en esta época previa surgen las máquinas que le anteceden en el dominio de velocidad y movimiento. Así mismo, intentos de vuelo, la invención de la catapulta y el cañón son producto de una nueva concepción del dominio del espacio. Más adelante ahondaremos en la noción de la dominación de la naturaleza y del medio, así como del control social en el que la máquina encuentra su nicho.
   

[1] Este y los siguientes artículos son fruto del estudio del libro Técnica y Civilización, escrito en 1931, lectura encargada y comentada por el profesor Félix Talego a quien agradezco el hallazgo de esta pieza de notable lucidez histórica e intelectual. 
Las citas corresponden a la siguiente referencia: Mumford, L., (1971) Técnica y Civilización, Madrid. Alianza

[2] Para mayor referencia de cómo se ha ordenado la noción de la naturaleza en base a la orientación de nuestros sentidos a través de ideologías reinantes, leer The Concept of Nature (1929), de Alfred Whitehead. Aquí se expresa la idea de la construcción de los conceptos a partir de la percepción sensorial: "Un objeto es un ingrediente en el carácter de un evento. De hecho, el carácter de un evento no es más que los objetos que son ingredientes y las formas en que esos objetos se integran en el evento." 

[3] Contemporáneo a Mumford y referido varias veces en su trabajo. Las obras de sendos autores no dejan de manifestar una mutua retroalimentación.

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