domingo, 18 de septiembre de 2016

Técnica y Civilización o Lo que ha hecho de nosotros la historia; cuatro siglos de máquinas

Parte 4
Máquinas, dioses, mundo


   Del dogma de las necesidades crecientes deviene la generalización del consumo como norma consuetudinaria, primero en sectores altos, en la corte y en la burguesía y posteriormente infiltrado en el resto de la sociedad. Pero existe un tercer factor que se aúna a las necesidades y al consumo para permitir el cambio de mentalidad de la que la máquina es partícipe, se trata la conversión del dinero en "el símbolo de consumo honorable en todos los aspectos de la vida" (Mumford, 1971: 415).

   Sin mencionarlo explícitamente, Mumford está retomando las nociones aristotélicas de valor de uso y valor de cambio; también sin hacerlo explícito[1] de  alude a los criterios de intercambio que Polanyi señalaría en el mercado. Para Mumford, la producción y la necesidad en el capitalismo se expresan dentro y a partir de los criterios de venta: "el símbolo del precio hizo que la apropiación directa y la recompensa resultaran vulgares: de suerte que finalmente el granjero que producía suficiente fruta, carne y hortalizas para satisfacer su hambre se sentía algo inferior al hombre que, produciendo estos artículos para un mercado, podía comprar nuevamente los productos de calidad inferior del almacén o de la fábrica de conservas." (Mumford, 1971: 415)[2].

   Nos encontramos en una fase de individualización y liberalismo, donde el sistema de valores dicta que el hombre que genera riqueza tiene derecho a disfrutar de ella. El gasto y beneficio individual compensa la ausencia de instituciones y metas colectivas. Fue así como "la riqueza de las naciones estaba destinada a la satisfacción particular de los individuos: las maravillas de la empresa colectiva y de la cooperación que la máquina puso en juego dejaron a la comunidad misma empobrecida." (Mumford, 1971: 416; el subrayado es mío). 

   Evidentemente la sociedad siguió dividida en base a una diferenciación entre las necesidades y los bienes de consumo, el lujo distinguía (y sigue haciéndolo) a las clases acaudaladas. "La riqueza de las naciones" apuntaba a una distribución de bienes "principescos" a toda la población, de modo que todo aquel individuo con trabajo se veía en la capacidad de aspirar a su acceso. 

   La máquina nos había dotado de los elementos que permitieran tener este sueño, gracias a la máquina habíamos construido este complejo industrial y ahora con tal de que el trabajador tuviera "una participación suficiente en el ingreso industrial" podía realizar esta "demanda efectiva" (Mumford, 1971: 417). La lógica de consumo estaba efectivamente instaurada, al grado que las reglas en la economía se adecúan para sostener la ilusión, inventando las compras a plazos, dando créditos, lo que fuera para sostener a la vorágine.

El sistema de mercado necesita ser impulsado por el consumo y Herny
Ford lo sabía; sus trabajadores se convirtieron en su cartera de clientes.

   A este punto Mumford ya nos ha llevado al eje que da sentido al funcionamiento de la lógica capitalista que conocemos, revelando el sin sentido en el que se ha convertido esta doctrina formal. Cuando cita el dictamen del Comité Hoover al probar "de manera concluyente", es decir, con datos objetivos y observables en mano que "las necesidades son casi insaciables; que una necesidad abre camino a otra" (Mumford, 1971: 417) demuestra que la lógica de consumo se hizo carne y habitó entre nosotros en forma de hábitos; el consumo en términos de productos de la máquina se prolonga a valores idiosincráticos en términos de deseos de las personas. 

   Inmediatamente después, ofrece argumentos en contra de este dogma (que opera a pesar de toda contradicción), "no hay", dice, "un solo elemento que se pueda retener en dichas doctrinas: en primer lugar las necesidades son limitadas, un consumo excesivo no sirve en nada al cuerpo, además, el consumo rápido y excesivo barre las ganancias que la máquina logra; por último el consumo indebido ocasiona que se descuiden formas de expresión individual más elevadas sobre todo porque las necesidades vitales no son prioritariamente materiales y por lo tanto su producción no es "mecanizable".

   La producción mecánica hace pensar que los bienes de consumo han de ser satisfechos antes que cualquier otra cosa, lo que torna aquellas funciones como la canción, el drama, el juego o la historia una especie de lujo al que tendremos acceso si sabemos usar bien el tiempo o si disponemos de un excedente de recursos. Para Mumford (1971: 419), esta concepción es una interpretación errónea de naturaleza de la vida, un traslado de su carácter esencial al reino de "las posibilidades de la máquina".

   Sugiere que la normalización del consumo reconduciría las actividades humanas a una buena vida, acusando al capitalismo de no haber llegado a satisfacer "ni el más modesto nivel de consumo normalizado" demostrando pauperismo por un lado mientras que por otro ostenta riqueza; evidentemente el nivel de vida no puede expresarse adecuadamente en términos de dinero (Mumford, 1971: 421).

   Para la instauración de este sistema ha sido necesario amañar la expansión progresiva en base a la sustitución prematura de obras mal hechas (obsolescencia programada), un cambio en el mismo requeriría una base de sustitución regular y sobre todo cambiar la calidad de nuestro consumo elevando su variedad más allá de los límites de la materia: un cambio en el plano del consumo limitaría la empresa mecánica y replantearía la atención hacia lo que Mumford llama "el principal negocio de la vida: a saber, el crecimiento, la reproducción, el desarrollo[3], la expansión...
    
   Si bien el consumo se fundamenta en el dogma de las crecientes necesidades, Mumford defiende que se puede lograr cubrir las necesidades existentes e incluso estar preparados para las inesperadas sin que eso signifique llevar la producción al máximo. Una cambio de paradigma como el que se propone implicaría una transformación de la misma magnitud de la que Polanyi habla: demandaría actividad, participación e involucramiento colectivo; así mismo significaría para la sociedad un cambio cualitativo en su producción, el trabajo sería llevado a la acción[4], la actividad de la máquina estaría dictada por un objetivo predeterminado en el que el humano sería la principal condición.

   En su análisis de la fase neotécnica, Mumford observa que el método científico ya realiza transformaciones de este orden: el organismo vivo y la sociedad humana son modelos para nuevos estudios técnicos y tecnológicos. Los organismos empiezan a constituir modelos de mecanismos en lugar de dejarse a la sociedad ser moldeada en virtud de la máquina. La ciencia asociada a la mecánica ha encontrado otra forma de ser en la experiencia humana. 

   Una actividad de redireccionamiento como esta demandaría formas de organización social e iniciativas específicas, que el humano llevara a cabo la actividad que le es propia por excelencia, aquello que Hannah Arendt llama acción, la creación colectiva de un orden común y benéfico para el grupo en pos de liberarse de lo que ella misma considera labor y que, en este caso, Mumford identifica como trabajo oneroso:

   "El trabajo, bien es cierto, es la forma constante de la interacción del hombre con su medio, si entendemos por trabajo la suma total de acciones necesarias para conservar la vida. La falta de trabajo significa normalmente un deterioro de la función y un derrumbamiento de las relaciones orgánicas  Pero el trabajo entendido como tarea onerosa o monótonamente sedentaria, formas de trabajo despreciadas justamente por los atenienses [...], esas formas degeneradas de trabajo caen dentro del campo de la máquina con toda propiedad. En lugar de reducir los seres humanos a mecanismos de trabajo, podemos descargar la mayor parte del peso sobre las máquinas. Esta posibilidad aun tan lejos de una aplicación efectiva en gran escala para toda la humanidad, constituye la mayor justificación de los desarrollos mecánicos de los últimos mil años." (Mumford, 1971: 303)

   Antes de entrar la fase neotécnica, que a mi juicio sería donde comienza a vislumbrarse la puesta en marcha de estas propuestas, terminaré de enumerar las debilidades de aquella otra que la antecede.

   La principal crítica que Mumford da a la fase paleotécnica es que se pasó por alto un periodo de evaluación de las implicaciones que tuvo la industrialización en la sociedad entre los siglos XVIII y XIX. Tomemos en cuenta que la economía y las ciencias exactas eran las que se desarrollaban con más fuerza entonces; los estudios sociales no llegaron si no al final de dicha etapa. Por esto la consideración por los beneficios constituyó toda una filosofía sobre la que se basaban las nuevas técnicas e inventos (Mumford, 1971: 306) y no tenía ningún contrapeso en el aspecto social. Al omitir la evaluación y debilitar la filosofía en torno a la máquina no hay necesidad de valores, salvo el del beneficio. La teoría nos decía que la abundancia iba a eliminar las aflicciones y, bajo esa idea, podíamos prescindir del valor moral si los resultados iban a darse de forma pecuniaria.

   Una siguiente crítica es el papel de la máquina en el sistema de producción: "El significado de la conversión de energía y de la producción mecanizada reside en el hecho de que han creado una economía de excedentes, lo que quiere decir una economía no adaptada al sistema de precios. A medida que se transfiere más trabajo a las máquinas automáticas el proceso de desplazamiento de trabajadores de la industria según este sistema equivale a privarlos de los derechos como consumidores, ya que, al contrario de los poseedores de títulos, obligaciones, e hipotecas, no gozan de otros derechos sobre la industria, de acuerdo con las convenciones capitalistas, que los que resulten de su trabajo" (Mumford, 1971: 425). Nos queda claro que el proceso de energía mecánica es la que permite este desfase entre producción de valores de uso y la otra en base a los excedentes, dentro de este sistema la maquina juega un papel importante en la desposesión del obrero del valor sobre su trabajo.  

   Hasta este punto la crítica es una extensión del análisis de la alienación de Marx, sin embargo, Mumford apunta que el problema fue resuelto (o enmascarado) al otorgar a esa misma clase comodidad "prudente y sedentaria" y exigencias como salubridad y medios de subsistencia (como el derecho al trabajo) a la clase obrera. Subraya que su propuesta es necesariamente post-Marxista y relega las ideas marxianas a su dependencia del orden paleotécnico (Mumford, 1971: 427).

      Creo que en dicha oposición a Marx ser relaciona con Simone Weil al desechar la idea de la dignificación por medio del trabajo y más bien decantándose por la concepción esclavista del mismo. Aunado a lo anterior, sus postulados significan una revolución al paradigma marxista y al actual, provee la idea de un comunismo básico teniendo en cuenta ante todo la seguridad y continuidad de la vida misma de modo que se defienda el derecho a la propiedad como una garantía del individuo, argumentando que si se le da cobijo y alimento a los criminales en la cárcel no se le debería negar a los perezosos o los desempleados. Este comunismo "no tiene ninguna relación con las capacidades y las virtudes individuales"; en dicho sistema estría de más juzgar al individuo en orden de darle o negarle el acceso a recursos. La dignificación actual, en base al trabajo, es igual "olvidar los placeres positivos de una vida más completa y más rica" (Mumford, 1971: 427), en este nuevo modelo la pereza o la inutilidad ya no nos sirven como parámetro para hacer justicia a las personas. 

   Mumford además señala las formas en que esta propuesta se ha materializado en el Estado actual: "Los fundamentos de este sistema de distribución, repito, ya existen. Las escuelas, las bibliotecas, los hospitales, las universidades, los museos, los baños, ciertas residencias, los gimnasios, están sostenidos en cualquier centro de importancia a expensas de la comunidad en conjunto" (Mumford, 1971: 428; el subrayado es mío).  También cabe aclarar que este comunismo implicaría cambiar la dirección de los esfuerzos colectivos; se impone ante todo el freno a la empresa industrial, "pero dicho freno, en lugar de tener la forma del sabotaje capitalista, o de la escandalosa dislocación de una crisis comercial, sería una disminución gradual de la velocidad de las partes individuales y un engranaje de toda la organización en una regular rutina de productividad" (Mumford, 1971: 430).

   Cuando Mumford escribe esto, el materialismo y el marxismo son las corrientes sociológicas que están en boga; su voz se une a las peticiones de la clase obrera cuando escribe todo un capítulo titulado "¡Socialicen la creación!", sin embargo su propuesta conlleva una visión analítica del trabajo, dentro de esta se encuentra un cuestionamiento del valor cualitativo del mismo.

   La gran aportación de este autor es haber considerado en la historia de la industrialización de las personas las implicaciones que tuvo en ellas el condicionamiento de esta nueva lógica. Su calidad antropológica reside en el análisis reflexivo e interdependiente de los elementos materiales del industrialismo con sus consecuencias ideológicas, con lo cual puede idear un paradigma en el que el vector de condicionamiento se invierta y restituya la importancia a las necesidades no materiales del individuo.

   A la luz de su reflexión a todo lo largo del libro, el lector puede percibir las implicaciones del trabajo industrial así como el origen de la necesidad del mismo. Con estas herramienta en mano -y una correcta y exhaustiva acción en la organización social- el humano tendría la capacidad de reconfigurar sus prioridades en torno al trabajo, podría decidir entre producir seda o rayón, por ejemplo, apelando al placer del trabajo entre uno y otro (435) o considerar la construcción de alto tan útil como un túnel en sus repercusiones en la vida de los hombres (y las ecológicas). 

   Para Mumford, esta fase en el que el humano recobra el dominio sobre los trabajos de la máquina, ya se está dando, aunque empalmada a la paleotécnica. 


Periodo Neotécnico


     En la fase eotécnica, las fábricas escapaban a restricciones de gremios de la ciudad, de otro modo no habría podido tener lugar la fase industrial ni el sistema capitalista. En la segunda etapa mencionada también lograron omitirse las consideraciones sociales, las  industrias "crecieron sin control social [...] los perfeccionamientos mecánicos florecieron a expensas  a expensas de mejoramientos humanos que tan vigorosamente habían sido introducidos por los gremios artesanales, y estos últimos a su vez iban perdiendo continuamente fuerza debido al crecimiento de los monopolios capitalistas que abrían una grieta cada vez más ancha entre amos y trabajadores." (Mumford, 1971: 160). De aquí que el autor señale el sesgo antisocial de la máquina, que tendía, "por razón de su carácter "progresivo" a las más descartadas formas de explotación humana" (ibíd). La ventaja que distinguirá a la fase neotécnica radica en la dimensión social de su experimentalismo cooperativo: la sociedad trabajando en lo que habría sido antes obra de un solo individuo permite el desarrollo de disciplinas que estudien el desarrollo de sí misma. Surgirán de esta etapa considerables avances a nivel organizativo.

     Mumford menciona descubrimientos, inventos y avances que permitieron de hecho subsanar mucho de la fealdad del industrialismo precedente. La luz, por ejemplo, hizo desaparecer el mundo oscuro del minero y del trabajador en general; la planificación de población, la conservación del medio, el sinfín de posibilidades recreativas son otros elementos que aparecen en su paradigma. 

"La gran locomotora", William Turner (1844)
   En el ámbito científico, las investigaciones mecánicas se apoyan en la biología y en la psicología mientras que en las biológicas se observa interés en la prevención de las enfermedades y una implicación política en los tratamientos médicos utilizados. Tras la barbarie industrial se introducen dispositivos de seguridad como si el rendimiento mecánico ya no justificara amenazar la integridad del hombre (por lo menos no directamente). El Estado -por apellidarse ahora "de Bienestar"- encuentra en estos procedimientos una forma de intervenir en el control y protección de la población a través de la legitimación de las distintas áreas sociales en políticas de adecuación a la mejora social.

   Las ciencias, se transforman y reorientan (por lo menos en apariencia) sus objetivos, pero será sin duda la comunicación, que gracias a la tecnología deja de estar limitada al tiempo y al espacio el elemento crucial en esta fase al ofrece nuevas posibilidades de interacción y socialización . 

   El autor considera que esta etapa ideáticamente descendiente de la eotécnica: justifica la existencia de la máquina, la tecnología y la ciencia en general por su capacidad de mejorar las condiciones sociales de existencia, de hecho, el surgimiento y desarrollo de la sociología así como las transformaciones de los objetivos de la antropología ilustran perfectamente este proceso de exploración metareflexiva de la sociedad.

"Campo de trigo con segador y sol", 
Vincent Van Gogh (1889)  
      Aun con todo esto, las condiciones ideológicas y valores presentes en la fase neotécnica no bastan para definirla como una forma con dominios propios, sobre todo porque el neotécnico no ha desplazado al régimen del Siglo XVIII, los ideales industrialistas dominan la forma de vida común y la política aunque en oposición puedan observarse los efectos civilizatorios de esta otra fase. 

   Entiendo que este periodo de ajuste o reestructuración de las necesidades, así como el interés científico en el aspecto social proviene de la deshumanización que se hizo evidente, impetuosa y devastadora con las dos guerras. Bajo esta lógica, me atrevería a defender que las nuevas ciencias sociales surgen para apoyar a las teorías políticas, económicas y filosóficas de la Ilustración en un paradigma más complejo y que requiere de sistemas que integren las nuevas concepciones mecanicistas. 

   Un mundo más complejo dominado por la máquina requiere de formas de análisis más complejas que comprendan esta lógica; en este sentido la civilización evoluciona de la mano que la máquina, adecuando a sus necesidades nuevas invenciones al mismo tiempo que se deja transformar por estas, de esto se trata la influencia bidireccional de la que se trata en este libro y que veremos más de cerca en el siguiente apartado.

La máquina como artefacto cultural 

   En una revisión general de los efectos de la máquina en las relaciones sociales, Mumford concluye que estas tienen repercusiones tanto positivas como negativas y que la civilización es la suma de las tres fases, eotécnica, paleotécnica y neotécnica mezcladas y contradictorias. Por un lado se consigue el rendimiento que se buscaba en las invenciones de la fase eotécnica, por otra se observan consecuencias que generó la producción de tantos cambios y la creación de estímulos a los que uno ya no es capaz de responder. Podríamos preguntarnos también hasta qué grado el mundo que hemos fundado en base a la máquina incrementa las capacidades humanas o las rebasa.

   La máquina, es por lo tanto un instrumento ambivalente, sirve igualmente para la liberación y como para la represión, para el orden como para el desorden; un análisis de completo de sus efectos no puede no reconocer resistencia que ha tenido su implementación en algunos grado así como las condiciones en que ha servido a los objetivos humanos y las formas en que también los ha pervertido y negado (Mumford, 1971: 307).

   Mumford analiza las reacciones de la población ante el daño social de la máquina, observando las causas que hicieron fracasar estas movimientos y lo que omitieron. Menciona el ludismo  desatado en la primera década del siglo XIX; las huelgas obreras  y el romanticismo como los principales intentos de devolver el trabajo la máquina a manos del proletariado -en el caso del romanticismo señala que sería devolverlo a sus formas esenciales. 

   El problema con el romanticismo, señala, fue que "eludió las energías mediante las cuales se podía esperar crear un modelo más adecuado de conciencia" (Mumford, 1971: 310), negó a la ciencia, a la técnica y hasta a la clase obrera. Dado que la vida activa estaba en la máquina asociada a los valores del utilitarismo, el beneficio, el progreso y el poder, el ideal romántico implicaba una regresión a contra corriente del poder económico y político. Aunque es claro que el movimiento no pudo hace mucho en contra de estos poderes, Mumford considera que los ideales puestos en valor con él no se limitaron al "sensiblero esfuerzo" por volver a lo primitivo si no que tienen el germen de lo que él considera la transformación más básica e infinitamente más difícil: la transición más allá de las formas históricas del capitalismo y de las formas originalmente igualmente limitadas a la máquina a una economía centrada en la vida" (Mumford, 1971: 325). 

   Para que tal transformación pudiera haberse dado, los valores rescatados por el romanticismo -el culto de la historia y el nacionalismo, el culto de la naturaleza y el culto de lo primitivo- deberían haber sido "traducidos a modos sociales directos de expresión en vez de continuarlos en la antigua forma de una vuelta inconsciente o deliberada hacia el pasado" (Mumford, 1971: 310). 

   Las consideraciones románticas del regreso a lo primitivo implicaban para en aquella etapa "no una liberación, sino una confesión de completo fracaso" (Mumford, 1971: 321) en el desarrollo humano. Entendemos el impacto y la inviabilidad de esta postura: la propuesta consistía retomar el impulso de un espíritu que ya no existía en unas condiciones físicas completamente distintas. 

   Con este análisis de las implicaciones profundas de los valores románticos se percibe la lucidez con que examina las características de todo el sistema. Observando sus dimensiones físicas, tecnológicas, sociológicas e ideológicas se percata de la condición del entramado de representaciones y acciones en los que se desarrolló la máquina desde el período eotécnico, la articulación e integración en el sistema y la imposibilidad de destituir determinados elementos del paradigma mecánico que ya forman parte del imaginario y en la praxis social. En su descripción de la estructura formada se demuestra lo que impide negar los valores industriales, a final de cuentas hacerlo supondría "el fin del ciclo presente de la civilización occidental" (Mumford, 1971: 321) y con razón dada la extensa serie de instituciones, actitudes y avances logrados hasta este momento. 

   En otras palabras, a lo largo de las tres fases estudiadas, la máquina ya ha cambiado efectivamente el mundo como lo conocemos, se han favoreciendo ciertos tipos de comodidad y trazado nuevos senderos de actividad. A lo largo de las páginas anteriores hemos resaltado los ruinosos efectos de la máquina en la psique y en las conductas humanas, sin embargo el autor insiste en no conformarse con catalogar tales procesos como productos de este único elemento; de hecho, lo que mayormente se resalta en su trabajo es la atención puesta en las relaciones sociales circundantes. 

   En materia de repercusión Mumford se ocupa mayormente de las contribuciones y efectos espirituales que dejó la máquina que los desplazamientos materiales que generó. En su análisis de la mina por ejemplo explica que la actividad tuvo que generalizarse para hacer posible la industria y, al igual que con el ejército explica los mecanismos de estandarización y la forma en que afectaron entonces y siguen haciéndolo en nuestro imaginario actual.

   Es la industrialización, con su lógica fabril y febril de producción la que condicionó la vida en el período paleotécnico, es esta misma y no la máquina como tal o el capitalismo la esencia del mundo en el que vivimos.

   He mencionado que para Mumford el uso de la máquina debe tener lugar para librar al hombre del trabajo oneroso; la explotación de la máquina es una alternativa para suplir el trabajo del hombre degradado.

   En esta propuesta se observa la postura sobre el trabajo que tiene el autor. Por un lado coincide con Simone Weil en el sentido en que el trabajo servil o la esclavitud, son "tipos de trabajo que deforman el cuerpo, entumecen la mente y matan el espíritu" (Mumford, 1971: 438), que es una actividad degradante y que la extrapolación del  esclavismo de otras sociedades a este nuevo sistema en que el hombre se supedita al ritmo y demanda de la máquina corresponde al paradigma industrialista.

   Por otro, con la propuesta de usar la técnica para "recobrar para el trabajo los valores inherentes que le fueron robados por los objetivos pecuniarios y las animosidades de clase de la producción capitalista", aporta una posibilidad de cambiar la situación del trabajador, permitiéndole ser "debidamente expulsado de la producción mecánica como esclavo" y volver "como director [del proceso productivo]". Esta idea es perfectamente compaginable con la concepción que Hannah Arendt se hace de la labor. No solo eso, sino que para llegar a reorganizar de esta manera el sistema social sería necesario poner en marcha la acción de Arendt. 

   Desde mi parecer, Mumford aboga por lo que sería la implementación de la máquina en una acción colectiva organizada en base a la división del trabajo, la comunicación y la asociación. Esto requeriría la participación y entendimiento de los involucrados, sobre todo un deseo común y asociado para crear (Mumford, 1971: 436); crear en común, realizando un esfuerzo genuinamente social que dejara de lado la búsqueda de beneficios particulares y engrandecimiento individual. 

   Creo, finalmente que el ideal de esta acción sería devolverle la dignidad al individuo:
"[m]ás allá de las necesidades básicas de la producción, más allá de un normalizado -y por lo tanto moral- nivel de vida, más allá del comunismo esencial en el consumo que he propuesto, existen aquí necesidades que el individuo o el grupo no tienen derecho a pedir en general a la sociedad" y que, en principio, las condiciones materiales y técnicas para generar un sistema tal están dadas, esperando que a la mecanización que las hizo posible se añada la cualidad humana que cambiara su sentido y aplicación. 


  "El carro de heno" El Bosco, 1516. La narrativa del cuadro tiene que ver con la separación de Dios y el hombre. La vulnerabilidad a la que lo expone la expulsión del paraíso, impele al hombre al uso de artefactos y al trabajo manual.

El castigo del señor -el fin del mundo- se dará, empero, a pesar de la intervención de la máquina en el trabajo del hombre, es más, acaso esté motivada por el uso insensato de estas: la sustitución de los valores sagrados por la producción, el control, la eficiencia.


___________________________________________________________________
[1] Y antecediendo en una década a la publicación de "La gran transformación". 

[2] Así, puesto que el valor y el honor residen simbólicamente en el dinero, la meta de las clases bajas y altas se concentrará justamente en el consumo. La cuestión radica en que la máquina hace posible la generalización de esta actividad. El acceso a bienes materiales,y el consumo como  actividad social está disponible para cualquier persona con un único recurso necesario, el dinero.

[3] Se puede adivinar que tanto el uso de este término como el de crecimiento están muy alejados del discurso desarrollista que se impone desde el eurocentrismo actualmente y se dirige más bien hacia el perfeccionamiento de las técnicas y artes.

[3] Una nota con respecto al término: Lo estamos usando en función de la distinción que Hanna Arendt hace entre labor, trabajo y acción.

La acción es una actividad que demanda organización social y política. 

Lo que se intenta definir con esto es la actividad que es necesario poner en marcha para generar lo que se conoce como una obra gregaria. Fabricar un barco de vapor es un ejemplo: hace falta poner en conjunto experiencia, previsión, dominio, hábitos de orden y obediencia, en fin, coordinar elementos para conseguir cierta complejidad mecánica que a su vez activa conductas sociales que se han visto apocadas con la división mecanicista del trabajo.

Las grandes obras de la ingeniería, son, como las máquinas complejas, producto de la integración de trabajo especializado. Esta capacidad organizativa puede utilizarse para tomar el perfeccionamiento de la máquina como un fin en sí mismo, tal que se hizo en todo el industrialismo o para hacerla un útil al humano en la disminución de un trabajo activamente organizado. 

Una empresa de esta magnitud requeriría utilizar los métodos de especialización que ahora están generalizados para conocer y subsanar las estructuras sociales; se trataría de aprovechar la tecnología ya existente para fines de una mejor organización, de una solidaridad que se acercara más a aquello que Durkheim quiso definir como orgánica.

No hay comentarios:

Publicar un comentario