sábado, 17 de septiembre de 2016

Técnica y Civilización o Lo que ha hecho de nosotros la historia; cuatro siglos de máquinas

Parte 2


Mecanización: Control, dominio, acumulación de poder


  La máquina como mecanismo de control social es una noción que ha sido anticipada en la forma en que el reloj dotaba de orden al monasterio. Mumford señala también que los atributos de ciertas máquinas habrían sugerido a los hombres cualidades mecánicas como deseables y cómo éstas empiezan a incidir en el comportamiento y a penetrar con más fuerza en aquellos lugares donde el cuerpo estaba más odiosamente tratado, el monasterio, la mina, la guerra.


El orden del monasterio impregnará la Weltanschauung del hombre occidental; el control 
del tiempo se traslada al dominio de la forma y el espacio. El inicio de la mecanización
reside en la forma pautada en que comienza a clasificarse el mundo. 

   Si bien pueden observarse procesos de dominación mediante la mecanización del hombre como el esclavismo desde milenios anteriores, el papel de la máquina es de destacarse como el elemento de regimentación desde el siglo XVII. Con la generalización del reloj, las actividades están sujetas al aprovechamiento del tiempo, su desperdicio sería un pecado deplorable, las máquinas que se inventan apelan a la velocidad y al movimiento, tenemos aquí ya el germen de las cualidades que dominan nuestro paradigma actual, pronto tendremos la aceleración como un concepto deseable en máquinas más sofisticadas.

   El control del tiempo está presente en el protestantismo y con ello en el capitalismo, éste a su vez se relaciona o adopta las ventajas de la máquina en el intento y afán de dominar (que ya no cultivar) el medio y de abstraer la naturaleza a valores abstractos. En el afán del conteo exacto de los valores (un hábito tanto científico como económico) el trueque se sustituirá por intercambios sobre el valor significado en monedas y eventualmente estos intercambios se reducirán a cuentas, como dice Mumford (1971: 39), "los hombres contaron los números y finalmente, al extenderse la costumbre, sólo los números contaron”. 

   Llegados a este punto, en el intento de sublimar todos los valores materiales en oro a modo alquimista, el capitalismo se vuelve un campo de cultivo en el que el desarrollo de la máquina se incrementa en pos de la búsqueda de beneficios, este quizá haya sido el momento y la manera en que el hombre mismo se redujo a la abstracción del número y de la productividad, eliminando todo lo que no llevara al poderío.

   No se trata de condenar el uso o las funciones de la máquina: su uso es independiente de su existencia. Según el análisis de Mumford son los procesos de los que se le hace parte (a saber la carrera por la aceleración y en fin la industrialización) lo que la coloca en el lugar principal que tuvo en la fase paleotécnica, cuando fue usada como mecanismo de acumulación de poderío -y como demostración de que éste es alcanzable. En este momento la técnica se convierte en algo menos increíble, más deseable, y quizá hasta imprescindible.

Empoderamiento de la máquina

   Existen diferentes olas o momentos de desarrollo de la máquina. En la segunda ola se empieza a observar la mecanización y regimentación de la vida, esta etapa vino antecedida de un período de preparación tanto técnico como ideológico. La máquina que marca la diferencia, el reloj, sirvió como pauta de perfección para todas las otras.
   Si el periodo eotécnico fue el de los inicios de la implementación de la máquina; durante el paleotécnico [1] vemos surgir una filosofía dominante: la creencia en que el trabajo de la técnica conlleva progreso. En este momento (hablamos del siglo XVII) se articularon las "líneas mecánicas" que servirían de punto de partida para las ciencias en su intento de comprender el Universo (Mumford, 1971: 61), proceso que comprende la Weltbild, la construcción de la representación del mundo que conocemos ahora.



   Unos siglos antes de la llegada del reloj en el monasterio y varios más antes de declararse la mecanización, una doctrina afín a esta línea ya estaba instaurada y dejaba su impactante legado en Europa. La Catedral de Chartres del Siglo XII es uno de esos sitios que ponen en manifiesto el deseo y búsqueda de la .

   Nuestro pensamiento occidental, nos lleva a preguntarnos si esto no es parte de la supuesta naturaleza humana, buscar el orden que nos eleva a formas más perfectas, más elevadas. Dejando de lado dicho dilema la pregunta relacionada con el tema de estos artículos es la utilidad de la máquina de acercarnos a este objetivo.


   En este mundo construido las cualidades llamativas y primarias se priorizan mientras que las secundarias empiezan a despreciarse como algo subjetivo (estas llegarán a convertirse posteriormente en elementos irreales). Mumford defiende que tal proceso apartó al hombre de la realidad objetiva puesto que sus estrategias de simplificación y de dar foco a la precisión suprimieron los aspectos no instrumentales del pensamiento que, sin embargo, tienen tanta significación como los otros. Pero el fenómeno no se detiene ahí, un mundo formado en base a esta clase de elementos precisa de la creación de un nuevo Dios, la máquina es la única que satisface las demandas del método científico, del Weltbild instaurado para todos, salvo artistas, enamorados y criadores de animales. A través de la máquina el hombre encuentra la posibilidad de dominar la existencia.

    La invención se convierte en algo deseable dentro del dogma de la industria, donde prima la idea de necesidad y la escasez de bienes, la máquina llega para suplir carencias, cubrir necesidades, derrotar la escasez. Este credo tiene representantes para propagarse, todos esos inventores que llegan en tropel y se multiplican entre 1700 y 1850 trayendo consigo la salvación en un paradigma sólido y a todas luces veraz. 

  Cuando la fase paleotécnica llega a su punto culmen en 1851 con la primera Exposición Mundial. La exposición industrial en el Palacio de Cristal de Hyde Park es un momento paradigmático en el desarrollo de la máquina, el ideal progresista industrial se ve legitimado por el asombro de otros países en iguales vías de desarrollo ante los avances logrados. El frenesí industrial sigue su vertiginoso andar hasta 1870; sin embargo, ya en esta época encontrara contrapesos sociales que lo llevarán a un movimiento descendente a partir de 1900.
Aquí el palacio monumental de cristalería diseñado por Joseph Paxton y destruído en un incendio 85 años después.

   He mencionado antes la relación entre el positivismo y la "era de la máquina", como fue llamada por algunos historiadores. Conviene resaltar que esta época se definen los elementos cuantificables (como el tiempo) a modo de cosas objetivas, el resto se volverá efímero, subjetivo... prescindible. La máquina tiene pues atributos de realidad que le hacen resaltar sobre el tumulto de cosas mundanas, como Francis Bacon habría señalado "el uso de la historia de la mecánica es entre todos los otros el más radical y fundamental con relación a la filosofía natural; aquella filosofía natural que no se desvanecerá en el humo de la especulación sutil, sublime o deleitable, sino que será operativa en ventaja y beneficio de la vida del hombre" (Mumford, 1971:74).

   La vida productiva de la máquina va sustituyendo a cualquier otra fe: el animismo ha sido trascendido con la llegada de un artefacto al que hemos dotado de vida propia mientras que los valores cristianos como la gracia, la justicia y la redención han sido sustituidos por la lógica productiva. El desencantamiento del mundo tiene lugar a través de su conquista por el trabajo mecánico y así el hombre encuentra una forma en la que cree alcanzar la divinidad: se encuentra a sí mismo en un segundo caos, pero éste es objetivable y medible con ayuda de sus herramientas. En este mundo puede crear a la máquina "según su propia imagen: la imagen del poder, aunque el poder se desgarrara suelto de su carne y aislado de su humanidad" (Mumford, 1971: 66). En este momento de consagración de nuevos ideales la concepción de un mundo queda bajo el orden de un trabajo producido ya no por las manos del hombre (cuyo trabajo es penoso y limitado) sino de las máquinas que todo lo pueden.

   Encuentro finalmente que el "evangelio del trabajo" no podría haberse instaurado sin los conceptos traídos por la máquina: su potencia se aplicó a la producción y a la ganancia, generando un ulterior incremento de potencia y así sucesivamente... Mediante esta dinámica de aceleración, la máquina se convierte en el metrónomo de la vida urbana; ya no se distingue si las personas son fieles a su credo o piezas más que la constituyen. Sea como fuere, la máquina ha traído una religión sustitutiva (Mumford, 1971:72).



[1] Término acuñado por Patrick Geddes, que fue el gran maestro de Mumford.

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