Análisis de las funciones del Estado de Bienestar en la regulación del mercado laboral
La pobreza y la discriminación están estrechamente
vinculadas; ambas son condiciones que se observan con rudeza en el día a día de
cada ciudad, escenarios que suelen exponer -pero sobre todo se esfuerzan por
ocultar- los múltiples rostros de una clase
peligrosa de personas sin techo, sin abrigo, sin trabajo que, como apunta Luis
Enrique Alonso (2012: 159) ponen en entredicho el imaginario burgués de la
cultura del trabajo y la disciplina productiva.
La discriminación de la que hablamos produce
segregación, aunque encontramos que los espacios y condiciones a los que hoy se
segrega a estos grupos suelen estar invisibilizados tanto en sus prácticas como
en sus causas estructurales[1].
Enmarcado en este contexto, el problema que
servirá de eje para este estudio será analizar
los elementos más relevantes de la construcción y la perpetuación de la miseria[2]
desde la estructura social. Se abordará primeramente el papel del Estado en
la marginación debido al achicamiento de las políticas sociales; posteriormente
el valor simbólico del trabajo en la legitimación de la desigualdad y por
último la segregación simbólica y física a través de la constitución de lugares
de localización para las clases marginadas.
Nos detendremos en cada uno de estos
aspectos con dos objetivos principales 1) entender la evolución de la marginación
en un contexto neoliberal y de crecimiento demográfico hacia un nuevo concepto
expresado por Wacquant como marginalidad avanzada;
observando sus causas políticas y económicas así como sus consecuencias
pragmáticas y simbólicas 2) considerar la viabilidad de la propuesta de la
renta básica, ofrecida por el autor como la salida a la marginalidad en las
sociedades democráticas.
Construyendo la Torre de Babel o de cómo nos metemos en un tinglado de complejidad. |
La propuesta mencionada se recoge en Los condenados de la ciudad como una
defensa "del derecho ciudadano a la subsistencia y al bienestar fuera del
yugo del mercado" (Wacquant, 2014: 294). Para poder acercarnos a ella hemos
de comenzar precisamente por la evolución que el derecho ciudadano ha seguido en las sociedades democráticas en los
procesos de modernización y liberalismo.
De la
precarización institucionalizada del Estado de Bienestar
En Castigar a los
pobres, un trabajo que es 10 años previo a éste que tratamos, Wacquant
había abordado las características y técnicas de contracción o reducimiento del
Estado de Bienestar en Estados Unidos. Es aquí donde nos expone un aparato
estatal caritativo más que solidario
con disfunciones que atraviesan tanto el ámbito presupuestario como el
burocrático y cuyas repercusiones repercuten desde la sanidad hasta el sistema
penal.
Existe una bifurcación institucional en la seguridad
social norteamericana que se puede exponer en sus dos tipos: "social insurance" y "welfare", una está enfocada
a trabajadores y la otra a personas dependientes o con dificultades. Con esta
distinción se marca la pauta para la existencia un Estado social residual, en donde los beneficiarios del segundo tipo
de ayuda han de demostrar que son merecedores de ella debido a discapacidades u
otras condiciones restrictivas (Wacquant; 2006: 62-64). Un pobre que requiere
ayuda del Estado tiene que demostrarse como deshabilitado para trabajar, lo que
genera, en contrapartida, una distinción simbólica entre aquellos que reciben
seguridad por su trabajo y los otros, que se benefician de los impuestos de los
primeros, lo que les impone una imagen de parásito o carga para la sociedad.
El autor demuestra que ambos sectores se han
visto afectados por las políticas liberalistas; el welfare ha experimentado una reducción hasta casi la eliminación de la ayuda social mientras que la social insurance se ve condicionada por
la nueva precariedad laboral, contratos temporales, trabajo contingente y
subcontratación (ibíd. p. 72).
Si bien la situación de Norteamérica es
distinta a la europea, la precarización del empleo es parte de la dinámica de
modernización, de crecimiento económico polarizado y de fragmentación del
mercado de trabajo (Castel, 2016; Wacquant, 2013).
Una de las características destacadas por
Robert Castel (2016: 338) en las relaciones salariales de la modernidad es la
flexibilidad que se exige al asalariado, quien ha de adaptarse a las
fluctuaciones de la demanda, de la competencia, de la contratación... en fin,
del mercado. Lo anterior comporta una situación inestable para él y pone en
evidencia un primer problema: los intereses del capital y del trabajador son
antagónicos. Aún así, es en el primero donde se asientan las condiciones laborales
del segundo.
Wacquant no deja de lado esta cuestión fundamental
al situar los dos primeros rasgos de su marginalidad
avanzada precisamente en la nueva vinculación que tiene el trabajo con las
políticas de mercado internacional. Menciona como el primer rasgo a la precariedad
laboral impuesta por las nuevas tendencias económicas e inmediatamente después
señala la separación entre las tendencias macroeconómicas y el bienestar
individual, observando que el crecimiento estatal ya no tiene por qué estar
asociado con un mayor número de empleos ni de la mejora de condiciones de éstos[3].
Resulta
interesante el papel que juega el Estado en estas nuevas dinámicas en que la
economía se moderniza haciéndose más compleja y reestructurándose a niveles
internacionales.
Robert Castel es
quien nuevamente nos brinda luz a este respecto. Mientras que en sus inicios,
el Estado de Bienestar instaura "una forma de propiedad social basada en
servicios públicos" como mecanismo para salvar las brechas que abría la
propiedad privada y el acceso desigual a los medios de producción (Castel,
2016: 165), en décadas posteriores la reivindicación del libre acceso al
trabajo se fue imponiendo cada vez más y obligando a otras lógicas de
distribución de la riqueza.
El siglo XX fue
testigo de una profunda transformación de las políticas sociales. Al inicio la
era fordista unificó lo beneficios de la producción industrial con las ventajas
del contrato social keynesiano. En este periodo dorado del Estado de Bienestar,
el trabajador tenía a su disposición un esquema de trabajo que resolvía sus
necesidades prácticamente de por vida[4];
sin embargo, en tiempos más recientes la economía se volvió más compleja,
incluyendo variables como el desajuste espacial entre oferta y demanda de
trabajo, requerimientos de mano de obra cada vez más especializada y flujos
financieros cada vez más abiertos en el mercado internacional.
Es en esta etapa
posterior cuando el neoliberalismo comienza a volverse un proyecto gubernamental
a nivel ideológico y práctico, también que "se acredita la sumisión al
libre mercado y la celebración de la responsabilidad individual en todos los
ámbitos" (Wacquant, 2006: 20). Esto nos lleva directamente al segundo tema
de análisis: el trabajo como legitimador de riqueza y de diferenciación de
clase.
El
trabajo, el derecho y la libertad
Como señala Hanna Arendt, "La sociedad moderna es una sociedad de trabajo". Es más, considero que el capitalismo ha concebido y moldeado a toda una clase de laborantes cuyas funciones son necesarias para la puesta en marcha de la máquina. Además creo que no se puede entender los mecanismos de redistribución del Estado sin penetrar antes en las significaciones del trabajo (volviendo a citar a Robert Castel (2016: 144)), inscritas en un orden que se podría llamar "antropológico", indisociablemente religioso, moral, social y económico.
Los términos del
contrato laboral son, en su núcleo, bastante sencillos: el beneficio que
reporta la actividad corresponde a quien contribuye a ésta. El otras palabras,
el trabajo será concebido como generador de riqueza... y de derecho.
Si bien el texto
de Wacquant está enfocado a una nueva forma de marginalidad, aún por venir y
característica de nuevas formas de producción, considero que el trabajo no
dejará de ser el factor que siga determinando el rango, la clase y la pobreza.
Realizando una
aproximación más específica, Hanna Arendt expone que la labor está ligada a las
necesidades vitales y al proceso de la vida; el trabajo, por su parte,
construye un "artificial mundo de cosas claramente distintas de todas las
circunstancias naturales" (Arendt, 2005: 20). En este universo creado está
la distinción (artificial, como destaca la autora) de clases merecedoras y no
merecedoras[5].
Quisiera remarcar que esta última idea se convertirá en un soporte fundamental
para los defensores del subsidio básico incondicional para el ciudadano.
Considero que
antes de centrarnos en el capitalismo o el liberalismo o la complejización del
mercado hay que reparar en este elemento básico. La repercusión que tiene el
trabajo en nuestras vidas y en nuestros imaginarios nos deja la sensación de
que la esencia del mundo en es que vivimos es fundamentalmente industrialista. Es
la industrialización, como dirá Lefebvre (1969: 17) "el motor de las
transformaciones de la sociedad desde hace siglo y medio" y la principal
responsable de "las cuestiones que conciernen a la ciudad y al desarrollo
de la realidad urbana". Y en este sentido, me atrevo a afirmar -junto con
otros analistas políticos[6]-
que en Marx y en su concepción del
trabajo está a esencia de la contemporaneidad.
Desde Marx, el
trabajo se ensalza como un fundador de futuro, como fuente de toda
productividad, incluso como la expresión de la humanidad del hombre (Arendt,
2005: 113). A pesar de que existe una "relación orgánica entre el trabajo
y la coacción" (Castel, 2016:144) el primero es un requisito indispensable
para adquirir independencia, autonomía, y el derecho a otras libertades
personales[7].
Lo que los
primeros liberalistas defendían allá en el siglo XVIII no era la libertad del
hombre, si no la del trabajo. Esto fue parte de la gran revolución industrial:
pasar de un régimen de trabajo regulado y forzado (de sumisión) a uno de otra
orden, el de explotación característico de la modernidad. Paralelamente, las
formas de organización basadas en gremios comienzan a desestructurase para culminar
en una gigantesca crisis que hoy en día, lejos de resolverse, se ha complicado
en nuevas categorías de empresa y en cifras globales de producción (Lefebvre, 1969:
23), lo que plantea un nuevo escenario para la definición de clases.
Los efectos que
ejerce industria sobre la seguridad del trabajador no son recientes[8],
sin embargo se nos pone de manifiesto que las nuevas estrategias empresariales
afectan la movilidad, las demandas y los costos de la mano de obra y al mismo
tiempo, las políticas liberalistas han ido comprimiendo el costo unitario del
trabajo y eliminando los derechos adquiridos de los asalariados de manera que
los empresarios alcancen pleno dominio de los parámetros de la ocupación
(Wacquant, 2006: 73).
Esta es una
forma rápida de explicar lo que Loïc Wacquant (2013) denominará como fragmentación social y solo un brochazo
para entender cómo se construye, a través de la precarización y la
desproletarización a toda una clase de obreros que han sido transformados en
obsoletos; la nueva underclass que
requerirá de asistencia estatal. En el siguiente apartado veremos cómo el
Estado administra este desafío.
Segregación
del desposeído
Quizás uno de
los principales pecados del liberalismo económico es la traición que hace de la
libertad en nombre de la libertad misma. Le dice al desposeído "tú eres
libre -para ser desposeído- pero no sólo eso, si no que te dotaré de
dispositivos para que lo seas adecuadamente". Aquí es donde el Estado
encuentra un nuevo papel (legitimador de su existencia): canalizar estos
efectos residuales del crecimiento económico.
Otra de las
paradojas que se encuentran en el concepto es que el liberalismo, nacido bajo
la idea de la distribución generalizada de la riqueza, ha creado un nuevo tipo
de pobre: el inadaptado, el estorbo, aquel que no se ha podido integrar. En el
imaginario del urbícola, todas estas nociones están inminentemente ligadas a
otras como delincuencia (o protodelincuencia), conflicto o incluso anormalidad;
nos encontramos ante la creación de los
desviados. Será una función del Estado regenerar o bien reprimir a esta
clase, en todo caso es imprescindible tomar medidas para mantener la distancia
social. Aquí comienza la segregación físicamente patente.
La
industrialización se caracteriza por un proceso de urbanización, crecimiento y
desarrollo (Lefebvre, 1969: 23), en el que se ven implicados tanto las empresas
como el Estado. Este último retrotrae (nuevamente) su inversión social y
permite que la inversión privada recupere
espacios urbanos y potencie sus ganancias debido a una revalorización de las
zonas en que se invierten.
Se entiende que
esta gentrificación es un mecanismo gentil
de dominación. La funciones que cumple dicha relocalización son múltiples:
se busca escamotear la miseria, concentrarla en bloques controlables, agruparla
en archipiélagos de excepciones o de residuos humanos de fácil etiquetado (Bauman
en Alonso, 2012: 154)... pero que nos quede claro que todo es con intenciones
nobles; la misma ética posmoderna que eufemiza la pobreza tiene mecanismos para
dirigirla de una manera paternalista hacia donde menos afecte[9].
Recordemos que
los procesos de haussmanización fueron glorificados por la burguesía debido al
interés por el embellecimiento y la salud pública (Engels en Smith, 2012: 80),
es decir, significan una limpieza de la miseria y la suciedad pública, o bien
una plácida evasión onírica como la
que buscaban los padres de la Venecia medieval, al segregar a aquellos
diferentes para no tener que tocar o verlos (Sennet, 1994: 233). La cuestión es
que el proceso de suburbanización[10]
ante el que nos encontramos en estos tiempos, implica otro, de segregación
acumulativa, en donde se mezcla el descrédito con cuestiones de clase y de
etnia. Al hablar de dichos conceptos nos encontramos muy cerca de la
descripción de los guetos que hace Louis Wirth (2002). Ahora bien, ¿todo esto
implica una moderna guettización?
Loïc Wacquant
vendrá a decir que, si bien la fijación y el estigma territoriales están
presentes en esta nueva construcción de la ciudad, existen dos factores que hacen de estos sitios
antiguetos: la heterogeneidad y la incapacidad
institucional de satisfacer las necesidades de sus habitantes (Wacquant, 2013:
314). Así parece que más bien estamos ante una disolución del lugar y una
erosión del sentido de pertenencia a una estructura interna (ibíd. p. 278-281), causa directa de
distintas problemáticas sociales que obligan a la expansión de un Estado penal
que al mismo tiempo contribuyen a reforzar el carácter de abyecto de los
suburbios ante los ojos de personas normales
y morales[11].
Tenemos ya todas
las piezas que componen el puzzle de la marginalidad avanzada que se dibuja en
el futuro próximo. A la luz de estas herramientas, intentaremos analizar la
viabilidad de la instauración del derecho ciudadano que propone Loïc Wacquant.
Sobre
la posibilidad de un Estado enfocado al bienestar ciudadano
Siguiendo el
modelo de análisis social propuesto por Alonso (2012: 154), hemos intentado
ofrecer una visión relacional de los múltiples esquemas de dominación:
políticos, económicos y geográficos. Lo que nos encontramos es un repliegue de
las políticas sociales del Estado en función de su sumisión al "libre
mercado"[12]
y que este último ha ganado terreno como el nuevo responsable de satisfacer las
necesidades de la población al tiempo que se sigue enmascarando el fracaso de
las políticas públicas mediante la creación del nuevo enemigo: el problema
cultural, étnico y migratorio (Alonso, 2012: 156).
Por otra parte, la
nueva ciudad produce una estructura de valores de corte individualista basado
en el mérito propio y el empleo, lo que tiende a debilitar la estructura social[13].
A pesar de que
el fracaso del mercado laboral para garantizar la seguridad del ingreso es
estrepitoso, vemos que el trabajo sigue siendo uno de los pilares
indispensables en la construcción de identidad y prestigio, lo que complica la
posibilidad de separar la seguridad del
ingreso del acceso al mercado laboral propuesta por Standing (en Wacquant
2013: 293).
Creo que una
reforma de esta magnitud implicaría cambiar, desde sus cimientos, la estructura
social y para eso sería necesario poner en marcha potentes sistema de
re-significación. De momento, la complejidad de las dinámicas de mercado,
agravadas con la carencia de derechos y de recursos que hemos intentado exponer
aquí, genera una menor participación social (Neef, 1993: 32) que además reduce
las posibilidades de un cuestionamiento social generalizado del sistema de
poder dominante y sus condiciones.
Se dice que el hombre, además de diseñar catedrales, es capaz de construir la realidad en la que vive. |
A mi parecer, un
cambio estructural de este tipo demandaría un cambio paradigmático. Un retorno,
sin salir de la urbe, a las políticas organizativas de la polis.
Definitivamente, una transición del elogio al trabajo hacia la puesta en marcha
de la acción tal como la concibe Hanna Arendt: la creación colectiva
de una realidad política. Según la autora, esta es la condición sine qua non, la condición per quam de toda vida política (Arendt,
2005: 22), es justamente eso, la reactivación de una política organizativa, lo
que probablemente haga falta para hacer frente a la nueva marginalidad.
Bibliografía
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concepto del gueto como analizador social: Abriendo la caja negra de la
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línea]
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[Accesado por última vez el 8 de diciembre de 2016]
GARCÍA, J. (Coord.) (2013) Exclusiones. Discursos, políticas,
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Editorial Nordan-Comunidad.
SENNET, R. (1994) "El miedo a tocar. El gueto judío en la Venecia
renacentista" en Carne y piedra. El cuerpo y la ciudad en la
civilización occidental. Madrid: Alianza pp. 229 – 270
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frontera urbana. Ciudad revanchista y gentrificación. Madrid: Traficantes
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WACQUANT, L. (2006) Castigar els pobres. El nou govern de la inseguretat
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WACQUANT, L. (2013) “El advenimiento de la marginalidad avanzada:
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de la polarización urbana por abajo”, pp. 295-320, en Los condenados
de la ciudad. Gueto, periferias y estado. Buenos Aires: Siglo XX
WIRTH, L. (2002) “El gueto” en TERREN, E. (ed.) Razas en conflicto. Perspectivas sociológicas. Barcelona:
Anthropos. pp. 96-103
[1] Una de las causas de la segregación
es precisamente la invisibilización de lo que se segrega, en este caso, la clase incómoda que al mismo tiempo se
pretende controlar.
[2] Considero que los significados de
este término, expresados por la Real Academia tanto como La estrechez o pobreza extrema, La condición de miserable, y La
Tacañería o avaricia, despliegan las distintas dimensiones de la pobreza que
trataremos a continuación.
[3] A través del análisis de los casos
de Nueva York, Los Ángeles y Hamburgo, demuestra que el crecimiento económico
está disociado del bienestar social. Las ciudades mencionadas son las más ricas
de Estados Unidos y Europa respectivamente pero ostentan los índices más elevados
de personas en condición marginal (Wacquant; 2013: 302).
[4] Me refiero al esquema
"40-50-60" que hace referencia a cuarenta horas de trabajo semanales,
por cincuenta semanas anuales y el retiro a los 60 años (Wacquant, 2013: 306).
[5] Recordemos que desde el modelo
productivo feudal se hacía la distinción entre la pobreza "pícara" y
la "pobreza sobrevenida", siempre referida a la situación del
no-laborante: sea como un ladronzuelo o como un desgraciado.
[6] Agradezco especialmente las
aportaciones de Félix Talego a este respecto.
[7] Conviene aquí una reflexión al
mérito que adquiere una persona cuando trabaja y todo aquello que desmerece si
no lo hace.
[8] Un ejemplo son estas palabras de Eugéne
Buret, socialista que en 1840 ya denunciaba la precariedad laboral: "Estas
poblaciones de trabajadores, cada vez más presionados, no tienen siquiera la
seguridad de contar siempre con un empleo; la industria que los ha convocado
sólo los llama cuando los necesita, y en cuanto puede prescindir de ellos, los
abandona sin la menor preocupación" (Buret, citado en Castel, 2016: 183).
[9] Esto nos trae a la mente los lugares de retiro de los que Erving
Goffman habla, lugares donde las personas segregadas comparten un estigma y no
tienen que preocuparse por ocultarlo (Goffman, 2006: 100), esto, sin duda debe
estar ideado para el bien del
marginado.
[10] No hay que olvidar que la
suburbanización es inherente a la gentrificación (Smith, 2012; Lefebvre, 1969)
y que la nueva disposición urbana está diseñada en base a la división de clase,
diferenciando estos barrios periféricos del centro. La segregación suele
culminar en una desarticulación interna de los habitantes de los suburbios, por
no sentirse identificados con el lugar. Sólo quieren salir de ahí, y eso constituye
un problema importante en lo que concierne a la formación de identidad en torno
a estos lugares de "vacíos potenciales" (Wacquant, 2013: 279).
[11] Loïc Wacquant nos habla de los
mecanismos de criminalización de la marginalidad explicando cómo la guerra contra los pobres, se ha
disfrazado de rostros más aceptables como "guerra contra la pobreza"
o "guerra contra la droga", contribuyendo a la estigmatización de
aquellas cabezas de turco, causantes
simbólicos de los principales males del país (Wacquant, 2006: 67).
[12] Se habla de libre mercado por costumbre, pero hemos visto con los procesos de
gentrificación que el posicionamiento de las grandes empresas tiene poco de libre competencia y mucho de asistencia
estatal.
[13] Recordemos a Lefebvre (1969: 21): la
industrialización implica la desestructuración de las estructuras establecidas.
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