martes, 7 de marzo de 2017

La ciudad y sus parias


Análisis de las funciones del Estado de Bienestar en la regulación del mercado laboral

   La pobreza y la discriminación están estrechamente vinculadas; ambas son condiciones que se observan con rudeza en el día a día de cada ciudad, escenarios que suelen exponer -pero sobre todo se esfuerzan por ocultar- los múltiples rostros de una clase peligrosa de personas sin techo, sin abrigo, sin trabajo que, como apunta Luis Enrique Alonso (2012: 159) ponen en entredicho el imaginario burgués de la cultura del trabajo y la disciplina productiva.

   La discriminación de la que hablamos produce segregación, aunque encontramos que los espacios y condiciones a los que hoy se segrega a estos grupos suelen estar invisibilizados tanto en sus prácticas como en sus causas estructurales[1].

   Enmarcado en este contexto, el problema que servirá de eje para este estudio será analizar los elementos más relevantes de la construcción y la perpetuación de la miseria[2] desde la estructura social. Se abordará primeramente el papel del Estado en la marginación debido al achicamiento de las políticas sociales; posteriormente el valor simbólico del trabajo en la legitimación de la desigualdad y por último la segregación simbólica y física a través de la constitución de lugares de localización para las clases marginadas.

   Nos detendremos en cada uno de estos aspectos con dos objetivos principales 1) entender la evolución de la marginación en un contexto neoliberal y de crecimiento demográfico hacia un nuevo concepto expresado por Wacquant como marginalidad avanzada; observando sus causas políticas y económicas así como sus consecuencias pragmáticas y simbólicas 2) considerar la viabilidad de la propuesta de la renta básica, ofrecida por el autor como la salida a la marginalidad en las sociedades democráticas.

Construyendo la Torre de Babel o de cómo nos metemos en un tinglado de complejidad.

   La propuesta mencionada se recoge en Los condenados de la ciudad como una defensa "del derecho ciudadano a la subsistencia y al bienestar fuera del yugo del mercado" (Wacquant, 2014: 294). Para poder acercarnos a ella hemos de comenzar precisamente por la evolución que el derecho ciudadano ha seguido en las sociedades democráticas en los procesos de modernización y liberalismo.

   De la precarización institucionalizada del Estado de Bienestar

   En Castigar a los pobres, un trabajo que es 10 años previo a éste que tratamos, Wacquant había abordado las características y técnicas de contracción o reducimiento del Estado de Bienestar en Estados Unidos. Es aquí donde nos expone un aparato estatal caritativo más que solidario con disfunciones que atraviesan tanto el ámbito presupuestario como el burocrático y cuyas repercusiones repercuten desde la sanidad hasta el sistema penal.

   Existe una bifurcación institucional en la seguridad social norteamericana que se puede exponer en sus dos tipos: "social insurance" y "welfare", una está enfocada a trabajadores y la otra a personas dependientes o con dificultades. Con esta distinción se marca la pauta para la existencia un Estado social residual, en donde los beneficiarios del segundo tipo de ayuda han de demostrar que son merecedores de ella debido a discapacidades u otras condiciones restrictivas (Wacquant; 2006: 62-64). Un pobre que requiere ayuda del Estado tiene que demostrarse como deshabilitado para trabajar, lo que genera, en contrapartida, una distinción simbólica entre aquellos que reciben seguridad por su trabajo y los otros, que se benefician de los impuestos de los primeros, lo que les impone una imagen de parásito o carga para la sociedad.
   El autor demuestra que ambos sectores se han visto afectados por las políticas liberalistas; el welfare ha experimentado una reducción hasta casi la eliminación  de la ayuda social mientras que la social insurance se ve condicionada por la nueva precariedad laboral, contratos temporales, trabajo contingente y subcontratación (ibíd. p. 72).
   Si bien la situación de Norteamérica es distinta a la europea, la precarización del empleo es parte de la dinámica de modernización, de crecimiento económico polarizado y de fragmentación del mercado de trabajo (Castel, 2016; Wacquant, 2013).
  Una de las características destacadas por Robert Castel (2016: 338) en las relaciones salariales de la modernidad es la flexibilidad que se exige al asalariado, quien ha de adaptarse a las fluctuaciones de la demanda, de la competencia, de la contratación... en fin, del mercado. Lo anterior comporta una situación inestable para él y pone en evidencia un primer problema: los intereses del capital y del trabajador son antagónicos. Aún así, es en el primero donde se asientan las condiciones laborales del segundo.
   
Wacquant no deja de lado esta cuestión fundamental al situar los dos primeros rasgos de su marginalidad avanzada precisamente en la nueva vinculación que tiene el trabajo con las políticas de mercado internacional. Menciona como el primer rasgo a la precariedad laboral impuesta por las nuevas tendencias económicas e inmediatamente después señala la separación entre las tendencias macroeconómicas y el bienestar individual, observando que el crecimiento estatal ya no tiene por qué estar asociado con un mayor número de empleos ni de la mejora de condiciones de éstos[3].

   Resulta interesante el papel que juega el Estado en estas nuevas dinámicas en que la economía se moderniza haciéndose más compleja y reestructurándose a niveles internacionales.

   Robert Castel es quien nuevamente nos brinda luz a este respecto. Mientras que en sus inicios, el Estado de Bienestar instaura "una forma de propiedad social basada en servicios públicos" como mecanismo para salvar las brechas que abría la propiedad privada y el acceso desigual a los medios de producción (Castel, 2016: 165), en décadas posteriores la reivindicación del libre acceso al trabajo se fue imponiendo cada vez más y obligando a otras lógicas de distribución de la riqueza.

   El siglo XX fue testigo de una profunda transformación de las políticas sociales. Al inicio la era fordista unificó lo beneficios de la producción industrial con las ventajas del contrato social keynesiano. En este periodo dorado del Estado de Bienestar, el trabajador tenía a su disposición un esquema de trabajo que resolvía sus necesidades prácticamente de por vida[4]; sin embargo, en tiempos más recientes la economía se volvió más compleja, incluyendo variables como el desajuste espacial entre oferta y demanda de trabajo, requerimientos de mano de obra cada vez más especializada y flujos financieros cada vez más abiertos en el mercado internacional.
   Es en esta etapa posterior cuando el neoliberalismo comienza a volverse un proyecto gubernamental a nivel ideológico y práctico, también que "se acredita la sumisión al libre mercado y la celebración de la responsabilidad individual en todos los ámbitos" (Wacquant, 2006: 20). Esto nos lleva directamente al segundo tema de análisis: el trabajo como legitimador de riqueza y de diferenciación de clase.

El trabajo, el derecho y la libertad

   Como señala Hanna Arendt, "La sociedad moderna es una sociedad de trabajo". Es más, considero que el capitalismo ha concebido y moldeado a toda una clase de laborantes cuyas funciones son necesarias para la puesta en marcha de la máquina. Además creo que no se puede entender los mecanismos de redistribución del Estado sin penetrar antes en las significaciones del trabajo (volviendo a citar a Robert Castel (2016: 144)), inscritas en un orden que se podría llamar "antropológico", indisociablemente religioso, moral, social y económico.

   Los términos del contrato laboral son, en su núcleo, bastante sencillos: el beneficio que reporta la actividad corresponde a quien contribuye a ésta. El otras palabras, el trabajo será concebido como generador de riqueza... y de derecho.

   Si bien el texto de Wacquant está enfocado a una nueva forma de marginalidad, aún por venir y característica de nuevas formas de producción, considero que el trabajo no dejará de ser el factor que siga determinando el rango, la clase y la pobreza.

   Realizando una aproximación más específica, Hanna Arendt expone que la labor está ligada a las necesidades vitales y al proceso de la vida; el trabajo, por su parte, construye un "artificial mundo de cosas claramente distintas de todas las circunstancias naturales" (Arendt, 2005: 20). En este universo creado está la distinción (artificial, como destaca la autora) de clases merecedoras y no merecedoras[5]. Quisiera remarcar que esta última idea se convertirá en un soporte fundamental para los defensores del subsidio básico incondicional para el ciudadano.

   Considero que antes de centrarnos en el capitalismo o el liberalismo o la complejización del mercado hay que reparar en este elemento básico. La repercusión que tiene el trabajo en nuestras vidas y en nuestros imaginarios nos deja la sensación de que la esencia del mundo en es que vivimos es fundamentalmente industrialista. Es la industrialización, como dirá Lefebvre (1969: 17) "el motor de las transformaciones de la sociedad desde hace siglo y medio" y la principal responsable de "las cuestiones que conciernen a la ciudad y al desarrollo de la realidad urbana". Y en este sentido, me atrevo a afirmar -junto con otros analistas políticos[6]- que en Marx y en su concepción del trabajo está a esencia de la contemporaneidad.

   Desde Marx, el trabajo se ensalza como un fundador de futuro, como fuente de toda productividad, incluso como la expresión de la humanidad del hombre (Arendt, 2005: 113). A pesar de que existe una "relación orgánica entre el trabajo y la coacción" (Castel, 2016:144) el primero es un requisito indispensable para adquirir independencia, autonomía, y el derecho a otras libertades personales[7].

   Lo que los primeros liberalistas defendían allá en el siglo XVIII no era la libertad del hombre, si no la del trabajo. Esto fue parte de la gran revolución industrial: pasar de un régimen de trabajo regulado y forzado (de sumisión) a uno de otra orden, el de explotación característico de la modernidad. Paralelamente, las formas de organización basadas en gremios comienzan a desestructurase para culminar en una gigantesca crisis que hoy en día, lejos de resolverse, se ha complicado en nuevas categorías de empresa y en cifras globales de producción (Lefebvre, 1969: 23), lo que plantea un nuevo escenario para la definición de clases.

   Los efectos que ejerce industria sobre la seguridad del trabajador no son recientes[8], sin embargo se nos pone de manifiesto que las nuevas estrategias empresariales afectan la movilidad, las demandas y los costos de la mano de obra y al mismo tiempo, las políticas liberalistas han ido comprimiendo el costo unitario del trabajo y eliminando los derechos adquiridos de los asalariados de manera que los empresarios alcancen pleno dominio de los parámetros de la ocupación (Wacquant, 2006: 73).

   Esta es una forma rápida de explicar lo que Loïc Wacquant (2013) denominará como fragmentación social y solo un brochazo para entender cómo se construye, a través de la precarización y la desproletarización a toda una clase de obreros que han sido transformados en obsoletos; la nueva underclass que requerirá de asistencia estatal. En el siguiente apartado veremos cómo el Estado administra este desafío.


Segregación del desposeído

   Quizás uno de los principales pecados del liberalismo económico es la traición que hace de la libertad en nombre de la libertad misma. Le dice al desposeído "tú eres libre -para ser desposeído- pero no sólo eso, si no que te dotaré de dispositivos para que lo seas adecuadamente". Aquí es donde el Estado encuentra un nuevo papel (legitimador de su existencia): canalizar estos efectos residuales del crecimiento económico.

  Otra de las paradojas que se encuentran en el concepto es que el liberalismo, nacido bajo la idea de la distribución generalizada de la riqueza, ha creado un nuevo tipo de pobre: el inadaptado, el estorbo, aquel que no se ha podido integrar. En el imaginario del urbícola, todas estas nociones están inminentemente ligadas a otras como delincuencia (o protodelincuencia), conflicto o incluso anormalidad; nos encontramos ante la creación de los desviados. Será una función del Estado regenerar o bien reprimir a esta clase, en todo caso es imprescindible tomar medidas para mantener la distancia social. Aquí comienza la segregación físicamente patente.

   La industrialización se caracteriza por un proceso de urbanización, crecimiento y desarrollo (Lefebvre, 1969: 23), en el que se ven implicados tanto las empresas como el Estado. Este último retrotrae (nuevamente) su inversión social y permite que la inversión privada recupere espacios urbanos y potencie sus ganancias debido a una revalorización de las zonas en que se invierten.

   Se entiende que esta gentrificación es un mecanismo gentil de dominación. La funciones que cumple dicha relocalización son múltiples: se busca escamotear la miseria, concentrarla en bloques controlables, agruparla en archipiélagos de excepciones o de residuos humanos de fácil etiquetado (Bauman en Alonso, 2012: 154)... pero que nos quede claro que todo es con intenciones nobles; la misma ética posmoderna que eufemiza la pobreza tiene mecanismos para dirigirla de una manera paternalista hacia donde menos afecte[9].

   Recordemos que los procesos de haussmanización fueron glorificados por la burguesía debido al interés por el embellecimiento y la salud pública (Engels en Smith, 2012: 80), es decir, significan una limpieza de la miseria y la suciedad pública, o bien una plácida evasión onírica como la que buscaban los padres de la Venecia medieval, al segregar a aquellos diferentes para no tener que tocar o verlos (Sennet, 1994: 233). La cuestión es que el proceso de suburbanización[10] ante el que nos encontramos en estos tiempos, implica otro, de segregación acumulativa, en donde se mezcla el descrédito con cuestiones de clase y de etnia. Al hablar de dichos conceptos nos encontramos muy cerca de la descripción de los guetos que hace Louis Wirth (2002). Ahora bien, ¿todo esto implica una moderna guettización?

   Loïc Wacquant vendrá a decir que, si bien la fijación y el estigma territoriales están presentes en esta nueva construcción de la ciudad,  existen dos factores que hacen de estos sitios antiguetos: la heterogeneidad y la incapacidad institucional de satisfacer las necesidades de sus habitantes (Wacquant, 2013: 314). Así parece que más bien estamos ante una disolución del lugar y una erosión del sentido de pertenencia a una estructura interna (ibíd. p. 278-281), causa directa de distintas problemáticas sociales que obligan a la expansión de un Estado penal que al mismo tiempo contribuyen a reforzar el carácter de abyecto de los suburbios ante los ojos de personas normales y morales[11].

   Tenemos ya todas las piezas que componen el puzzle de la marginalidad avanzada que se dibuja en el futuro próximo. A la luz de estas herramientas, intentaremos analizar la viabilidad de la instauración del derecho ciudadano que propone Loïc Wacquant.


Sobre la posibilidad de un Estado enfocado al bienestar ciudadano

   Siguiendo el modelo de análisis social propuesto por Alonso (2012: 154), hemos intentado ofrecer una visión relacional de los múltiples esquemas de dominación: políticos, económicos y geográficos. Lo que nos encontramos es un repliegue de las políticas sociales del Estado en función de su sumisión al "libre mercado"[12] y que este último ha ganado terreno como el nuevo responsable de satisfacer las necesidades de la población al tiempo que se sigue enmascarando el fracaso de las políticas públicas mediante la creación del nuevo enemigo: el problema cultural, étnico y migratorio (Alonso, 2012: 156).

   Por otra parte, la nueva ciudad produce una estructura de valores de corte individualista basado en el mérito propio y el empleo, lo que tiende a debilitar la estructura social[13].

   A pesar de que el fracaso del mercado laboral para garantizar la seguridad del ingreso es estrepitoso, vemos que el trabajo sigue siendo uno de los pilares indispensables en la construcción de identidad y prestigio, lo que complica la posibilidad de separar la seguridad del ingreso del acceso al mercado laboral propuesta por Standing (en Wacquant 2013: 293).

   Creo que una reforma de esta magnitud implicaría cambiar, desde sus cimientos, la estructura social y para eso sería necesario poner en marcha potentes sistema de re-significación. De momento, la complejidad de las dinámicas de mercado, agravadas con la carencia de derechos y de recursos que hemos intentado exponer aquí, genera una menor participación social (Neef, 1993: 32) que además reduce las posibilidades de un cuestionamiento social generalizado del sistema de poder dominante y sus condiciones.

Se dice que el hombre, además de diseñar catedrales, es capaz de construir la realidad en la que vive.

   A mi parecer, un cambio estructural de este tipo demandaría un cambio paradigmático. Un retorno, sin salir de la urbe, a las políticas organizativas de la polis. Definitivamente, una transición del elogio al trabajo hacia la puesta en marcha de la acción tal como la concibe Hanna Arendt: la creación colectiva de una realidad política. Según la autora, esta es la condición sine qua non, la condición per quam de toda vida política (Arendt, 2005: 22), es justamente eso, la reactivación de una política organizativa, lo que probablemente haga falta para hacer frente a la nueva marginalidad.


Bibliografía

ALONSO, L. (2012) "El concepto del gueto como analizador social: Abriendo la caja negra de la exclusión social" en GONZÁLEZ, I. (ed.) Teoría social, marginalidad urbana y Estado Penal. Aproximaciones al trabajo de Loïc Wacquant. Madrid. Dykinson. pp. 151-182.

ARENDT, H.  (2005) La condición humana. Barcelona. Paidós.

CASTEL, R. (2016) La metamorfosis de la cuestión social. Una crónica del salariado. Barcelona. Paidós. [En línea] https://catedracoi2.files.wordpress.com/2013/05/castel-robert-la-metamorfosis-de-la-cuestic3b3n-social.pdf [Accesado por última vez el 8 de diciembre de 2016]
GARCÍA, J. (Coord.) (2013) Exclusiones. Discursos, políticas, profesiones. Barcelona. Editorial UOC

GOFFMAN, E. (2006) Estigma. La identidad deteriorada. Buenos Aires: Amorrortu

LEFEBVRE, H. (1969) El derecho a la ciudad. Barcelona: Península
NEEF, M. (1993) Desarrollo a escala humana. Conceptos, aplicaciones y algunas reflexiones. Montevideo. Editorial Nordan-Comunidad.
SENNET, R. (1994) "El miedo a tocar. El gueto judío en la Venecia renacentista" en Carne y piedra. El cuerpo y la ciudad en la civilización occidental. Madrid: Alianza pp. 229 – 270

SMITH, N. (2012) “¿Es la gentrificación una palabrota?" en La nueva frontera urbana. Ciudad revanchista y gentrificación. Madrid: Traficantes de Sueños, pp. 73-98.

WACQUANT, L. (2006) Castigar els pobres. El nou govern de la inseguretat social. Barcelona. Edicions de 1984

WACQUANT, L. (2013) El advenimiento de la marginalidad avanzada: características e implicaciones(pp. 265 – 294) y Las lógicas de la polarización urbana por abajo”, pp. 295-320, en Los condenados de la ciudad. Gueto, periferias y estado. Buenos Aires: Siglo XX

WIRTH, L. (2002) “El gueto” en TERREN, E. (ed.) Razas en conflicto. Perspectivas sociológicas. Barcelona: Anthropos. pp. 96-103




[1] Una de las causas de la segregación es precisamente la invisibilización de lo que se segrega, en este caso, la clase incómoda que al mismo tiempo se pretende controlar.
[2] Considero que los significados de este término, expresados por la Real Academia tanto como La estrechez o pobreza extrema, La condición de miserable, y La Tacañería o avaricia, despliegan las distintas dimensiones de la pobreza que trataremos a continuación.
[3] A través del análisis de los casos de Nueva York, Los Ángeles y Hamburgo, demuestra que el crecimiento económico está disociado del bienestar social. Las ciudades mencionadas son las más ricas de Estados Unidos y Europa respectivamente pero ostentan los índices más elevados de personas en condición marginal (Wacquant; 2013: 302).
[4] Me refiero al esquema "40-50-60" que hace referencia a cuarenta horas de trabajo semanales, por cincuenta semanas anuales y el retiro a los 60 años (Wacquant, 2013: 306).
[5] Recordemos que desde el modelo productivo feudal se hacía la distinción entre la pobreza "pícara" y la "pobreza sobrevenida", siempre referida a la situación del no-laborante: sea como un ladronzuelo o como un desgraciado.
[6] Agradezco especialmente las aportaciones de Félix Talego a este respecto.
[7] Conviene aquí una reflexión al mérito que adquiere una persona cuando trabaja y todo aquello que desmerece si no lo hace.
[8] Un ejemplo son estas palabras de Eugéne Buret, socialista que en 1840 ya denunciaba la precariedad laboral: "Estas poblaciones de trabajadores, cada vez más presionados, no tienen siquiera la seguridad de contar siempre con un empleo; la industria que los ha convocado sólo los llama cuando los necesita, y en cuanto puede prescindir de ellos, los abandona sin la menor preocupación" (Buret, citado en Castel, 2016: 183).
[9] Esto nos trae a la mente los lugares de retiro de los que Erving Goffman habla, lugares donde las personas segregadas comparten un estigma y no tienen que preocuparse por ocultarlo (Goffman, 2006: 100), esto, sin duda debe estar ideado para el bien del marginado.
[10] No hay que olvidar que la suburbanización es inherente a la gentrificación (Smith, 2012; Lefebvre, 1969) y que la nueva disposición urbana está diseñada en base a la división de clase, diferenciando estos barrios periféricos del centro. La segregación suele culminar en una desarticulación interna de los habitantes de los suburbios, por no sentirse identificados con el lugar. Sólo quieren salir de ahí, y eso constituye un problema importante en lo que concierne a la formación de identidad en torno a estos lugares de "vacíos potenciales" (Wacquant, 2013: 279).
[11] Loïc Wacquant nos habla de los mecanismos de criminalización de la marginalidad explicando cómo la guerra contra los pobres, se ha disfrazado de rostros más aceptables como "guerra contra la pobreza" o "guerra contra la droga", contribuyendo a la estigmatización de aquellas cabezas de turco, causantes simbólicos de los principales males del país (Wacquant, 2006: 67).
[12] Se habla de libre mercado por costumbre, pero hemos visto con los procesos de gentrificación que el posicionamiento de las grandes empresas tiene poco de libre competencia y mucho de asistencia estatal.
[13] Recordemos a Lefebvre (1969: 21): la industrialización implica la desestructuración de las estructuras establecidas. 

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