viernes, 19 de enero de 2018

pasión-placer, razón de entrega

Vení a dormir conmigo:
no haremos el amor, él nos hará.
Julio Cortázar


   Durkheim (el gran referente, el páter noster de las CCSS) habla del efecto extático que tienen algunos acontecimientos realizados en grupo. Utilizará el concepto “efervescencia colectiva” para explicar el fenómeno -que no puede vivirse a solas- de comunión con lo trascendental. (Entendemos que, dada su rama de estudio, para este señor, todo trascendental tiene que ver con lo social).

   El concepto es bastante útil para describir lo que experimenta una masa enardecida en las manifestaciones o partidos de fútbol. El caso es que nunca se habla de un volumen mínimo de integrantes para que este se dé. En este ensayo defiendo que para vivir un efervescer así solo hacen falta dos personas… dos pero en condiciones precisas.


Cuando el yo y el tú es Nosotros

   Comenzar diciendo que el sexo es la “hipóstasis de la comunión” puede parecer una obviedad o una perogrullada, pero cuando se aborda con la seriedad del análisis durkeimiano, el sexo es una de las expresiones más elementales de abandono a la unidad mística, la forma más básica de efervescencia colectiva.

  Es una lástima que este, igual que otros momentos en los que se vive la representación de lo colectivo no pueda durar sino un tiempo tan breve. Lo fascinante de su delirio consiste en el esplendor al que las personas se creen transportadas, la exaltación psíquica -que no por extática es imaginaria- que puede llevar al individuo fuera de sí, confirmándole la existencia de una vida social muy intensa que lo supera (Durkheim, 2007: 326-327).

   Aquí está la clave: entrar en contacto con la sensación trascendental de aquello que supera al ser como individuo. Diríase entonces que nuestra afición por aquellos momentos está motivado por la búsqueda y encuentro de ese extatismo social.

   Y hay un momento –uno o varios- en que los enamorados nos percibimos en el acto sexual ya no como una entidad aislada. En este momento es como si ya no fuésemos nosotros, o más bien lo contrario; en ese instante ya no somos más yo sino el Nosotros.



Egon Shiele. El expresionismo siempre supo captar las pasiones más fundamentales.

Sobre la pasión en común

   Es necesario, casi imprescindible para el individuo sentirse adscrito al orden social. Durkheim señala que en esta fuerza –la que se genera a partir de las interacciones dentro del colectivo– es donde se apoya la nuestra; dotándonos de confianza y del sentimiento de una energía acrecida (ibíd., 301).

   Acaso esta propiedad es parte de lo que le dota a los orgasmos (los mejores) de esa sensación de plenitud: la agregación de la sensación de amor y éxtasis a los datos inmediatos sensibles (ibíd., 327). No quiero parecer prosaica diciendo que el sexo es un aliciente químico que recompensa nuestros esfuerzos sociales –no es lo único que es–, pero cierto que esta experiencia –y más si es recurrente o repetitiva– determina ciertos sentimientos e impresiones en la persona en relación a otra.

   Tampoco quiero que parezca que limito las propuestas de Durkheim a un solo ámbito, así que comenzaré a hablar del amar.


"Cuando se está enamorado, el amor es tan grande que no cabe en nosotros: irradia hacia la persona amada, se encuentra allí con una superficie que le corta el paso y le hace volverse a su punto de partida; y esa ternura que nos devuelve el choque, nuestra propia ternura, es lo que llamamos sentimientos ajenos, y nos gusta más nuestro amor al tornar que al ir, porque no notamos que procede de nosotros mismos.”
Marcel Proust

   El concepto-verbo amar tiene que ver con la reafirmación de la "fe común manifestada en común", por medio de "sentimientos que, abandonados a sí mismos, se debilitarían" (Durkheim  2007: 302). El enamorado extiende hacia su objeto de amor un acto volitivo de entrega. Casi me atrevería a decir que pone su fe en el otro, aunque quizá más bien es fe en lo que el código de amor nos promete, sentimientos de satisfacción, complementariedad y entrega.


El amor normativo, asunto social

   Como una aclaración que viene a rizar el rizo y complejizar todavía lo que puede significar el amor para quien lo vive, tenemos el código amor como patrón para ordenar nuestro comportamiento. Espero lograr explicar este otro enfoque, el del amor como código de comportamiento. Se le atribuye al sociólogo alemán Niklas Luhmann.
   
Desde su propuesta, el amor no es un producto de las causas sociales como querría afirmar Durkheim, sino un artefacto previo, es decir, la causa de efectos sociales:

Puede decirse que <<el medio de comunicación>> amor no es en sí mismo un sentimiento, sino un código de comunicación de acuerdo con cuyas reglas se expresan se forman o se simulan determinados sentimientos [constituyendo] un modelo de comportamiento que incluso podría ser <<representado>>, algo que aparecía incluso antes de que el sujeto se embarcara en su búsqueda real." (Luhmann, 1985: 21).

   Creo poder verificar este código de comportamiento en las mariposas que sabemos que sentimos con el enamoramiento. Hablo de todos aquellos signos que denotan que estás viviendo ese proceso que te empuja a la sonrisa inevitable; cuando Cupido te ha flechado no puedes escapar, no hay nada que hacer y lo sabes. Aquello que está pasando va más allá de ti, tus normas y lógicas.

  Roxanne Gay tiene una serie de ensayos marcados por un enfático análisis feminista de series de televisión y libros. En uno ellos habla de Ruth, protagonista de "Green girl", donde encuentro ilustrado el patrón que propone Luhmann:

     "Ruth tiene deseos, pero la mayoría parecen deseos lejanos, faltos de inmediatez, y casi nunca llegan a definirse claramente. Cuando tiene relaciones sexuales, se comporta con desapego, su pareja es casi anecdótica en el acto, hasta la propia Ruth es anécdotica en el acto [...] Es una voyeur de sí misma." (Gay 2015: 43)

   Lo curioso de esta propuesta -pienso en cuántas veces he sido voyeur de mí y mis relaciones- es que la persona-objeto-de-amor no es más que el terreno en el que el enamorado se permite vivir el código amoroso, una enunciación que existe previa a la aparición de la pareja y a la que el individuo quiere consagrarse como miembro. Haciéndolo la mujer o el hombre se descubre deseable, amable. "No se ama a alguien por su belleza, ese alguien es bello porque es amado." (Luhmann, 1985: 48).


Más Schiele. "Then have my lips the sin that they have took."


   El amado (es decir, el ego del amado) suele querer preguntarle al otro "¿Por qué? ¿por qué me amas a mí?" Quiere distinguirse merecedor del vestido de dignificación que aparentemente otorga el amor. La "creciente individualización de la persona" le hace necesitar experimentar la diferencia entre él y el mundo, en un proceso en el que la conciencia de su existencia se proyecta a través de esta diferenciación construida en la imagen de un alter ego (ibíd., p. 17-18). Casi podríamos decir que este ego ingrato necesita sentirse amado para creer que existe.

    Así que el valor del amado o amada se reafirma por el sentimiento del otro, pero paralelamente, quien ama se deja arrastrar voluntariamente por el aluvión de sentimientos que implica dicho estado. El amor se relaciona con la virtud: irradia como ternura pero regresa a quien ama convertida en sensación de engrandecimiento.



    En este instante pareciera que el poder de lo divino se hubiera trasladado a las manos de los hombres, como hiciera Prometeo con el fuego: en el amor. Pero lo divino no puede ser contenido en la individualidad, no puede existir sin proyectarse en el otro.


“My bounty is as boundless as the sea,
My love as deep; the more I give to thee,
The more I have, for both are infinite.”
William Shakespeare


   Luhmann explica de una manera bastante concienzuda el giro que dio el amor cuando pasa del sentido de la comunidad al individual:

   En la Edad Media, este código era una cualidad emergente de las fuerzas sociales (familia, religión). Durante el Siglo XVIII se va despojando de algunas de las condicionantes no individuales y, aunque sigue siendo un modelo de comportamiento y sí, funciona como una orientación hacia lo trascendente, se basa en elementos más sensuales que sociales, como el gusto, el conjunto de expectativas del sujeto y el placer sexual (ibíd. p. 42-50).

   En este tránsito, el amor sigue estando “ligado a su propia semántica", sigue constituyendo un guión a seguir, pero ahora está inserto diferenciadamente en cada subjetividad. Existirá más bien como la realización ideal individual trasladada "dentro" de cada persona (ibíd.) Entonces la forma de participar en el amor cambia, adscribiéndose a la agencia[1].

   Si el amor romántico de la Edad Media estaba regido por las fuerzas sociales, el amor individualmente experimentado se convierte en "un sentimiento pre-formado literariamente y formulado con precisión" (Luhmann, 1985: 49). Lo anterior no resta, sin embargo, nada a la autoridad moral del código, "lo único que puede determinarse [...] es que los personajes de la novela se comportan según una orientación codificada, es decir que prefieren dar nueva vida al código [vivir la historia de amor del cuento de hadas] a añadirle algo nuevo" (ibíd. p. 12); el paradigma supera al individuo, quien no puede ser de él más que un intérprete (Durkheim, 2007: 302).


El individuo experimenta la trascendencia


    Permítame el lector volver una última vez al acto sexual para abordar esta supeditación, acaso porque es donde más palpablemente el individuo la experimenta. Este momento, experimentado en la básica colectividad de la pareja, pende y depende de "aspectos superiores a sí mismo" para llevar a la sensación de lo divino.

   ¿No es la vulnerabilidad placentera que se experimenta en los momentos inmediatos al orgasmo la más dulce expresión de esta dependencia? Quizá me equivoque -falta de trabajo de campo- pero creo que el enamorado es más propenso a confesar, incluso aceptar su estado-de-amor tras la intimidad, ahí donde se ha producido esta "plétora anormal de fuerzas" que hacen al individuo sentir que se expande fuera de él (ibíd.)

  Así aparece la "unidad mística" que promete el amor (Luhmann, 1982:54). El sexo es el rito de comunión (acaso la única comunión en la que cree el hombre moderno), se supone estar controlado por él mismo y eso ya le da sentido, aun cuando es precisamente el descontrol que supera su voluntad y juicio lo que hace saber que es amor lo que siente.

   Llegados a este punto ya no sé, sinceramente, si el amor que me pueda profesar con alguien tiene que ver con ese alguien, conmigo o con la necesidad mutua de sentirnos en comunión. Creo que me quedaría con la última opción...

- ¿Por qué es a mí a quién amas?
- Porque amándote a ti parece que es verdadero esto de sentirme más fuerte, más viva, más grande, más plena. Porque amarte a ti me hace bien.

   Aunque no, puede que esto no sea lo más adecuado para decir en el vulnerable momento inmediato a la comunión máxima.


Bibliografía citada


DURKHEIM, E., (2007) [1912] Las formas elementales de la vida religiosa. El sistema totémico en Australia. México: Colofón.
GAY, R., (2015) Mala feminista. Madrid: Capitán Swing.
LUHMANN, N., (1985) [1982] El amor como pasión. La codificación de la intimidad. Barcelona: Península.


Nota al pie


[1] Puede hablarse de pasividad o de autoactivación de la pasión.
En el caso de la pasividad, propuesto por San Agustín, el amor se entrega  a lo más elevado, o quizá, se abre a recibirlo. San Agustín explicaría que el alma es el receptáculo de las emociones que le vienen desde un reino sublime. En el paradigma de la autoactivación (visión relacionada con Santo Tomás de Aquino) se acepta que la pasión puede ser enfocada de manera consciente (Luhmann, 1985: 65). Evidentemente en la modernidad se adopta la segunda postura: es el amante quien se hace cargo de su pasión y elige concienzudamente a quién dirigirla: “Yo amo, desde, con todo mi cuerpo, con todo mi ser.”

No hay comentarios:

Publicar un comentario