martes, 7 de marzo de 2017

La ciudad y sus parias


Análisis de las funciones del Estado de Bienestar en la regulación del mercado laboral

   La pobreza y la discriminación están estrechamente vinculadas; ambas son condiciones que se observan con rudeza en el día a día de cada ciudad, escenarios que suelen exponer -pero sobre todo se esfuerzan por ocultar- los múltiples rostros de una clase peligrosa de personas sin techo, sin abrigo, sin trabajo que, como apunta Luis Enrique Alonso (2012: 159) ponen en entredicho el imaginario burgués de la cultura del trabajo y la disciplina productiva.

   La discriminación de la que hablamos produce segregación, aunque encontramos que los espacios y condiciones a los que hoy se segrega a estos grupos suelen estar invisibilizados tanto en sus prácticas como en sus causas estructurales[1].

   Enmarcado en este contexto, el problema que servirá de eje para este estudio será analizar los elementos más relevantes de la construcción y la perpetuación de la miseria[2] desde la estructura social. Se abordará primeramente el papel del Estado en la marginación debido al achicamiento de las políticas sociales; posteriormente el valor simbólico del trabajo en la legitimación de la desigualdad y por último la segregación simbólica y física a través de la constitución de lugares de localización para las clases marginadas.

   Nos detendremos en cada uno de estos aspectos con dos objetivos principales 1) entender la evolución de la marginación en un contexto neoliberal y de crecimiento demográfico hacia un nuevo concepto expresado por Wacquant como marginalidad avanzada; observando sus causas políticas y económicas así como sus consecuencias pragmáticas y simbólicas 2) considerar la viabilidad de la propuesta de la renta básica, ofrecida por el autor como la salida a la marginalidad en las sociedades democráticas.

Construyendo la Torre de Babel o de cómo nos metemos en un tinglado de complejidad.

   La propuesta mencionada se recoge en Los condenados de la ciudad como una defensa "del derecho ciudadano a la subsistencia y al bienestar fuera del yugo del mercado" (Wacquant, 2014: 294). Para poder acercarnos a ella hemos de comenzar precisamente por la evolución que el derecho ciudadano ha seguido en las sociedades democráticas en los procesos de modernización y liberalismo.

   De la precarización institucionalizada del Estado de Bienestar

   En Castigar a los pobres, un trabajo que es 10 años previo a éste que tratamos, Wacquant había abordado las características y técnicas de contracción o reducimiento del Estado de Bienestar en Estados Unidos. Es aquí donde nos expone un aparato estatal caritativo más que solidario con disfunciones que atraviesan tanto el ámbito presupuestario como el burocrático y cuyas repercusiones repercuten desde la sanidad hasta el sistema penal.

   Existe una bifurcación institucional en la seguridad social norteamericana que se puede exponer en sus dos tipos: "social insurance" y "welfare", una está enfocada a trabajadores y la otra a personas dependientes o con dificultades. Con esta distinción se marca la pauta para la existencia un Estado social residual, en donde los beneficiarios del segundo tipo de ayuda han de demostrar que son merecedores de ella debido a discapacidades u otras condiciones restrictivas (Wacquant; 2006: 62-64). Un pobre que requiere ayuda del Estado tiene que demostrarse como deshabilitado para trabajar, lo que genera, en contrapartida, una distinción simbólica entre aquellos que reciben seguridad por su trabajo y los otros, que se benefician de los impuestos de los primeros, lo que les impone una imagen de parásito o carga para la sociedad.
   El autor demuestra que ambos sectores se han visto afectados por las políticas liberalistas; el welfare ha experimentado una reducción hasta casi la eliminación  de la ayuda social mientras que la social insurance se ve condicionada por la nueva precariedad laboral, contratos temporales, trabajo contingente y subcontratación (ibíd. p. 72).
   Si bien la situación de Norteamérica es distinta a la europea, la precarización del empleo es parte de la dinámica de modernización, de crecimiento económico polarizado y de fragmentación del mercado de trabajo (Castel, 2016; Wacquant, 2013).
  Una de las características destacadas por Robert Castel (2016: 338) en las relaciones salariales de la modernidad es la flexibilidad que se exige al asalariado, quien ha de adaptarse a las fluctuaciones de la demanda, de la competencia, de la contratación... en fin, del mercado. Lo anterior comporta una situación inestable para él y pone en evidencia un primer problema: los intereses del capital y del trabajador son antagónicos. Aún así, es en el primero donde se asientan las condiciones laborales del segundo.
   
Wacquant no deja de lado esta cuestión fundamental al situar los dos primeros rasgos de su marginalidad avanzada precisamente en la nueva vinculación que tiene el trabajo con las políticas de mercado internacional. Menciona como el primer rasgo a la precariedad laboral impuesta por las nuevas tendencias económicas e inmediatamente después señala la separación entre las tendencias macroeconómicas y el bienestar individual, observando que el crecimiento estatal ya no tiene por qué estar asociado con un mayor número de empleos ni de la mejora de condiciones de éstos[3].

   Resulta interesante el papel que juega el Estado en estas nuevas dinámicas en que la economía se moderniza haciéndose más compleja y reestructurándose a niveles internacionales.

   Robert Castel es quien nuevamente nos brinda luz a este respecto. Mientras que en sus inicios, el Estado de Bienestar instaura "una forma de propiedad social basada en servicios públicos" como mecanismo para salvar las brechas que abría la propiedad privada y el acceso desigual a los medios de producción (Castel, 2016: 165), en décadas posteriores la reivindicación del libre acceso al trabajo se fue imponiendo cada vez más y obligando a otras lógicas de distribución de la riqueza.

   El siglo XX fue testigo de una profunda transformación de las políticas sociales. Al inicio la era fordista unificó lo beneficios de la producción industrial con las ventajas del contrato social keynesiano. En este periodo dorado del Estado de Bienestar, el trabajador tenía a su disposición un esquema de trabajo que resolvía sus necesidades prácticamente de por vida[4]; sin embargo, en tiempos más recientes la economía se volvió más compleja, incluyendo variables como el desajuste espacial entre oferta y demanda de trabajo, requerimientos de mano de obra cada vez más especializada y flujos financieros cada vez más abiertos en el mercado internacional.
   Es en esta etapa posterior cuando el neoliberalismo comienza a volverse un proyecto gubernamental a nivel ideológico y práctico, también que "se acredita la sumisión al libre mercado y la celebración de la responsabilidad individual en todos los ámbitos" (Wacquant, 2006: 20). Esto nos lleva directamente al segundo tema de análisis: el trabajo como legitimador de riqueza y de diferenciación de clase.

El trabajo, el derecho y la libertad

   Como señala Hanna Arendt, "La sociedad moderna es una sociedad de trabajo". Es más, considero que el capitalismo ha concebido y moldeado a toda una clase de laborantes cuyas funciones son necesarias para la puesta en marcha de la máquina. Además creo que no se puede entender los mecanismos de redistribución del Estado sin penetrar antes en las significaciones del trabajo (volviendo a citar a Robert Castel (2016: 144)), inscritas en un orden que se podría llamar "antropológico", indisociablemente religioso, moral, social y económico.

   Los términos del contrato laboral son, en su núcleo, bastante sencillos: el beneficio que reporta la actividad corresponde a quien contribuye a ésta. El otras palabras, el trabajo será concebido como generador de riqueza... y de derecho.

   Si bien el texto de Wacquant está enfocado a una nueva forma de marginalidad, aún por venir y característica de nuevas formas de producción, considero que el trabajo no dejará de ser el factor que siga determinando el rango, la clase y la pobreza.

   Realizando una aproximación más específica, Hanna Arendt expone que la labor está ligada a las necesidades vitales y al proceso de la vida; el trabajo, por su parte, construye un "artificial mundo de cosas claramente distintas de todas las circunstancias naturales" (Arendt, 2005: 20). En este universo creado está la distinción (artificial, como destaca la autora) de clases merecedoras y no merecedoras[5]. Quisiera remarcar que esta última idea se convertirá en un soporte fundamental para los defensores del subsidio básico incondicional para el ciudadano.

   Considero que antes de centrarnos en el capitalismo o el liberalismo o la complejización del mercado hay que reparar en este elemento básico. La repercusión que tiene el trabajo en nuestras vidas y en nuestros imaginarios nos deja la sensación de que la esencia del mundo en es que vivimos es fundamentalmente industrialista. Es la industrialización, como dirá Lefebvre (1969: 17) "el motor de las transformaciones de la sociedad desde hace siglo y medio" y la principal responsable de "las cuestiones que conciernen a la ciudad y al desarrollo de la realidad urbana". Y en este sentido, me atrevo a afirmar -junto con otros analistas políticos[6]- que en Marx y en su concepción del trabajo está a esencia de la contemporaneidad.

   Desde Marx, el trabajo se ensalza como un fundador de futuro, como fuente de toda productividad, incluso como la expresión de la humanidad del hombre (Arendt, 2005: 113). A pesar de que existe una "relación orgánica entre el trabajo y la coacción" (Castel, 2016:144) el primero es un requisito indispensable para adquirir independencia, autonomía, y el derecho a otras libertades personales[7].

   Lo que los primeros liberalistas defendían allá en el siglo XVIII no era la libertad del hombre, si no la del trabajo. Esto fue parte de la gran revolución industrial: pasar de un régimen de trabajo regulado y forzado (de sumisión) a uno de otra orden, el de explotación característico de la modernidad. Paralelamente, las formas de organización basadas en gremios comienzan a desestructurase para culminar en una gigantesca crisis que hoy en día, lejos de resolverse, se ha complicado en nuevas categorías de empresa y en cifras globales de producción (Lefebvre, 1969: 23), lo que plantea un nuevo escenario para la definición de clases.

   Los efectos que ejerce industria sobre la seguridad del trabajador no son recientes[8], sin embargo se nos pone de manifiesto que las nuevas estrategias empresariales afectan la movilidad, las demandas y los costos de la mano de obra y al mismo tiempo, las políticas liberalistas han ido comprimiendo el costo unitario del trabajo y eliminando los derechos adquiridos de los asalariados de manera que los empresarios alcancen pleno dominio de los parámetros de la ocupación (Wacquant, 2006: 73).

   Esta es una forma rápida de explicar lo que Loïc Wacquant (2013) denominará como fragmentación social y solo un brochazo para entender cómo se construye, a través de la precarización y la desproletarización a toda una clase de obreros que han sido transformados en obsoletos; la nueva underclass que requerirá de asistencia estatal. En el siguiente apartado veremos cómo el Estado administra este desafío.


Segregación del desposeído

   Quizás uno de los principales pecados del liberalismo económico es la traición que hace de la libertad en nombre de la libertad misma. Le dice al desposeído "tú eres libre -para ser desposeído- pero no sólo eso, si no que te dotaré de dispositivos para que lo seas adecuadamente". Aquí es donde el Estado encuentra un nuevo papel (legitimador de su existencia): canalizar estos efectos residuales del crecimiento económico.

  Otra de las paradojas que se encuentran en el concepto es que el liberalismo, nacido bajo la idea de la distribución generalizada de la riqueza, ha creado un nuevo tipo de pobre: el inadaptado, el estorbo, aquel que no se ha podido integrar. En el imaginario del urbícola, todas estas nociones están inminentemente ligadas a otras como delincuencia (o protodelincuencia), conflicto o incluso anormalidad; nos encontramos ante la creación de los desviados. Será una función del Estado regenerar o bien reprimir a esta clase, en todo caso es imprescindible tomar medidas para mantener la distancia social. Aquí comienza la segregación físicamente patente.

   La industrialización se caracteriza por un proceso de urbanización, crecimiento y desarrollo (Lefebvre, 1969: 23), en el que se ven implicados tanto las empresas como el Estado. Este último retrotrae (nuevamente) su inversión social y permite que la inversión privada recupere espacios urbanos y potencie sus ganancias debido a una revalorización de las zonas en que se invierten.

   Se entiende que esta gentrificación es un mecanismo gentil de dominación. La funciones que cumple dicha relocalización son múltiples: se busca escamotear la miseria, concentrarla en bloques controlables, agruparla en archipiélagos de excepciones o de residuos humanos de fácil etiquetado (Bauman en Alonso, 2012: 154)... pero que nos quede claro que todo es con intenciones nobles; la misma ética posmoderna que eufemiza la pobreza tiene mecanismos para dirigirla de una manera paternalista hacia donde menos afecte[9].

   Recordemos que los procesos de haussmanización fueron glorificados por la burguesía debido al interés por el embellecimiento y la salud pública (Engels en Smith, 2012: 80), es decir, significan una limpieza de la miseria y la suciedad pública, o bien una plácida evasión onírica como la que buscaban los padres de la Venecia medieval, al segregar a aquellos diferentes para no tener que tocar o verlos (Sennet, 1994: 233). La cuestión es que el proceso de suburbanización[10] ante el que nos encontramos en estos tiempos, implica otro, de segregación acumulativa, en donde se mezcla el descrédito con cuestiones de clase y de etnia. Al hablar de dichos conceptos nos encontramos muy cerca de la descripción de los guetos que hace Louis Wirth (2002). Ahora bien, ¿todo esto implica una moderna guettización?

   Loïc Wacquant vendrá a decir que, si bien la fijación y el estigma territoriales están presentes en esta nueva construcción de la ciudad,  existen dos factores que hacen de estos sitios antiguetos: la heterogeneidad y la incapacidad institucional de satisfacer las necesidades de sus habitantes (Wacquant, 2013: 314). Así parece que más bien estamos ante una disolución del lugar y una erosión del sentido de pertenencia a una estructura interna (ibíd. p. 278-281), causa directa de distintas problemáticas sociales que obligan a la expansión de un Estado penal que al mismo tiempo contribuyen a reforzar el carácter de abyecto de los suburbios ante los ojos de personas normales y morales[11].

   Tenemos ya todas las piezas que componen el puzzle de la marginalidad avanzada que se dibuja en el futuro próximo. A la luz de estas herramientas, intentaremos analizar la viabilidad de la instauración del derecho ciudadano que propone Loïc Wacquant.


Sobre la posibilidad de un Estado enfocado al bienestar ciudadano

   Siguiendo el modelo de análisis social propuesto por Alonso (2012: 154), hemos intentado ofrecer una visión relacional de los múltiples esquemas de dominación: políticos, económicos y geográficos. Lo que nos encontramos es un repliegue de las políticas sociales del Estado en función de su sumisión al "libre mercado"[12] y que este último ha ganado terreno como el nuevo responsable de satisfacer las necesidades de la población al tiempo que se sigue enmascarando el fracaso de las políticas públicas mediante la creación del nuevo enemigo: el problema cultural, étnico y migratorio (Alonso, 2012: 156).

   Por otra parte, la nueva ciudad produce una estructura de valores de corte individualista basado en el mérito propio y el empleo, lo que tiende a debilitar la estructura social[13].

   A pesar de que el fracaso del mercado laboral para garantizar la seguridad del ingreso es estrepitoso, vemos que el trabajo sigue siendo uno de los pilares indispensables en la construcción de identidad y prestigio, lo que complica la posibilidad de separar la seguridad del ingreso del acceso al mercado laboral propuesta por Standing (en Wacquant 2013: 293).

   Creo que una reforma de esta magnitud implicaría cambiar, desde sus cimientos, la estructura social y para eso sería necesario poner en marcha potentes sistema de re-significación. De momento, la complejidad de las dinámicas de mercado, agravadas con la carencia de derechos y de recursos que hemos intentado exponer aquí, genera una menor participación social (Neef, 1993: 32) que además reduce las posibilidades de un cuestionamiento social generalizado del sistema de poder dominante y sus condiciones.

Se dice que el hombre, además de diseñar catedrales, es capaz de construir la realidad en la que vive.

   A mi parecer, un cambio estructural de este tipo demandaría un cambio paradigmático. Un retorno, sin salir de la urbe, a las políticas organizativas de la polis. Definitivamente, una transición del elogio al trabajo hacia la puesta en marcha de la acción tal como la concibe Hanna Arendt: la creación colectiva de una realidad política. Según la autora, esta es la condición sine qua non, la condición per quam de toda vida política (Arendt, 2005: 22), es justamente eso, la reactivación de una política organizativa, lo que probablemente haga falta para hacer frente a la nueva marginalidad.


Bibliografía

ALONSO, L. (2012) "El concepto del gueto como analizador social: Abriendo la caja negra de la exclusión social" en GONZÁLEZ, I. (ed.) Teoría social, marginalidad urbana y Estado Penal. Aproximaciones al trabajo de Loïc Wacquant. Madrid. Dykinson. pp. 151-182.

ARENDT, H.  (2005) La condición humana. Barcelona. Paidós.

CASTEL, R. (2016) La metamorfosis de la cuestión social. Una crónica del salariado. Barcelona. Paidós. [En línea] https://catedracoi2.files.wordpress.com/2013/05/castel-robert-la-metamorfosis-de-la-cuestic3b3n-social.pdf [Accesado por última vez el 8 de diciembre de 2016]
GARCÍA, J. (Coord.) (2013) Exclusiones. Discursos, políticas, profesiones. Barcelona. Editorial UOC

GOFFMAN, E. (2006) Estigma. La identidad deteriorada. Buenos Aires: Amorrortu

LEFEBVRE, H. (1969) El derecho a la ciudad. Barcelona: Península
NEEF, M. (1993) Desarrollo a escala humana. Conceptos, aplicaciones y algunas reflexiones. Montevideo. Editorial Nordan-Comunidad.
SENNET, R. (1994) "El miedo a tocar. El gueto judío en la Venecia renacentista" en Carne y piedra. El cuerpo y la ciudad en la civilización occidental. Madrid: Alianza pp. 229 – 270

SMITH, N. (2012) “¿Es la gentrificación una palabrota?" en La nueva frontera urbana. Ciudad revanchista y gentrificación. Madrid: Traficantes de Sueños, pp. 73-98.

WACQUANT, L. (2006) Castigar els pobres. El nou govern de la inseguretat social. Barcelona. Edicions de 1984

WACQUANT, L. (2013) El advenimiento de la marginalidad avanzada: características e implicaciones(pp. 265 – 294) y Las lógicas de la polarización urbana por abajo”, pp. 295-320, en Los condenados de la ciudad. Gueto, periferias y estado. Buenos Aires: Siglo XX

WIRTH, L. (2002) “El gueto” en TERREN, E. (ed.) Razas en conflicto. Perspectivas sociológicas. Barcelona: Anthropos. pp. 96-103




[1] Una de las causas de la segregación es precisamente la invisibilización de lo que se segrega, en este caso, la clase incómoda que al mismo tiempo se pretende controlar.
[2] Considero que los significados de este término, expresados por la Real Academia tanto como La estrechez o pobreza extrema, La condición de miserable, y La Tacañería o avaricia, despliegan las distintas dimensiones de la pobreza que trataremos a continuación.
[3] A través del análisis de los casos de Nueva York, Los Ángeles y Hamburgo, demuestra que el crecimiento económico está disociado del bienestar social. Las ciudades mencionadas son las más ricas de Estados Unidos y Europa respectivamente pero ostentan los índices más elevados de personas en condición marginal (Wacquant; 2013: 302).
[4] Me refiero al esquema "40-50-60" que hace referencia a cuarenta horas de trabajo semanales, por cincuenta semanas anuales y el retiro a los 60 años (Wacquant, 2013: 306).
[5] Recordemos que desde el modelo productivo feudal se hacía la distinción entre la pobreza "pícara" y la "pobreza sobrevenida", siempre referida a la situación del no-laborante: sea como un ladronzuelo o como un desgraciado.
[6] Agradezco especialmente las aportaciones de Félix Talego a este respecto.
[7] Conviene aquí una reflexión al mérito que adquiere una persona cuando trabaja y todo aquello que desmerece si no lo hace.
[8] Un ejemplo son estas palabras de Eugéne Buret, socialista que en 1840 ya denunciaba la precariedad laboral: "Estas poblaciones de trabajadores, cada vez más presionados, no tienen siquiera la seguridad de contar siempre con un empleo; la industria que los ha convocado sólo los llama cuando los necesita, y en cuanto puede prescindir de ellos, los abandona sin la menor preocupación" (Buret, citado en Castel, 2016: 183).
[9] Esto nos trae a la mente los lugares de retiro de los que Erving Goffman habla, lugares donde las personas segregadas comparten un estigma y no tienen que preocuparse por ocultarlo (Goffman, 2006: 100), esto, sin duda debe estar ideado para el bien del marginado.
[10] No hay que olvidar que la suburbanización es inherente a la gentrificación (Smith, 2012; Lefebvre, 1969) y que la nueva disposición urbana está diseñada en base a la división de clase, diferenciando estos barrios periféricos del centro. La segregación suele culminar en una desarticulación interna de los habitantes de los suburbios, por no sentirse identificados con el lugar. Sólo quieren salir de ahí, y eso constituye un problema importante en lo que concierne a la formación de identidad en torno a estos lugares de "vacíos potenciales" (Wacquant, 2013: 279).
[11] Loïc Wacquant nos habla de los mecanismos de criminalización de la marginalidad explicando cómo la guerra contra los pobres, se ha disfrazado de rostros más aceptables como "guerra contra la pobreza" o "guerra contra la droga", contribuyendo a la estigmatización de aquellas cabezas de turco, causantes simbólicos de los principales males del país (Wacquant, 2006: 67).
[12] Se habla de libre mercado por costumbre, pero hemos visto con los procesos de gentrificación que el posicionamiento de las grandes empresas tiene poco de libre competencia y mucho de asistencia estatal.
[13] Recordemos a Lefebvre (1969: 21): la industrialización implica la desestructuración de las estructuras establecidas. 

lunes, 6 de marzo de 2017

De la religión y el alma (Parte III)


Parece que no hay noción más elemental que ésta en el universo de la sacralidad. Durkheim afirma que no hay pensamiento religioso en la que falte, es más, de la elaboración de ésta surgen otras nociones espirituales.

   Pareciera que la idea de alma hubiera nacido con la misma humanidad y, sin embargo, si nos preguntamos por el concepto en sí, nos da la impresión de que éste carece de coherencia o precisión, lo anterior es debido a que en dicha noción participa un gran número de impresiones mal analizadas que han perdurado en nuestro imaginario sin que fuésemos muy conscientes de ello (Durkheim, 2007: 225-226).

   La primera dificultad para asir este concepto es la falta de forma del alma; puesto que tiene la facultad de existir dentro o fuera del cuerpo, puede ser tan pequeña como un grano de arena y al mismo tiempo tan consistente que no perece; es sin embargo, inconstante e indeterminada y puede adecuarse al cuerpo o incluso modificarse según el mito y el rito.

   Esta cualidad de ser esencial pero soportar a la vez la posibilidad de transformarse es herencia del pueblo griego. Desde esta tradición, el alma puede evolucionar, es verdad que contiene la esencia de lo que es "lo bueno o lo malo", pero también puede transformarse (de hecho, la actividad filosófica juega un importante papel en este proceso). A continuación mencionaré algunas de las concomitancias y diferencias que encuentro en esta interpretación con las que expresa Durkheim. Intentaré mostrar cuál es el fundamento que separa a ambas desde núcleos representativos distintos.

Fedón


   Platón examina con detalle el concepto de alma, explicando sus cualidades esenciales y sus características al habitar el cuerpo y al separarse de él. En el Fedón ofrece una disertación al respecto, tomando como motivo la muerte de Sócrates.

   Se trata de una demostración de la verosimilitud de la existencia del alma, pero no sólo como el aliento que anima a los humanos, sino a modo de concepto abarcador:

   “[N]o debes considerarla tan sólo en el caso de los hombres, sino también en el de todos los animales y plantas; en una palabra, tenemos que ver con respecto a todo lo que tiene un origen, si éste no es otro que su contrario, en todos los seres que tienen algo que está con ellos en oposición análoga a aquella en que está lo bello con respecto de lo feo, lo justo con lo injusto, y otras innumerables cosas que están en la misma relación” (Platón, 1990: 94)[1].

   En el transcurso de la obra se aprecia una tensión constante entre dos formas distintas de percibir el alma: desde una se asume como noción imperecedera y con tendencia a lo sagrado mientras que en la otra está presente la incertidumbre respecto a su tránsito desde el cuerpo hasta el Hades.

   En la primera apreciación se apoya Sócrates para tomar su muerte de una forma tan serena que resultaría imposible de superarse en honorabilidad por cualquier pensador de su tiempo. Al final del libro, el protagonista bebe el veneno habiendo defendido los principios que dejarían constancia del próximo viaje de su alma hacia la divinidad, sosteniendo que el alma es la unidad esencial que no se compone de nada y que por lo tanto conserva su estado todo el tiempo, que el alma es inmortal y que al separarse del cuerpo tiene acceso a la verdad sin el influjo de los sentidos.

   La segunda interpretación, sin embargo, es previamente discutida entre los participantes al mostrarse estos preocupados por el destino de su maestro, a causa de que el tránsito del alma entre las diferentes vidas y muertes podría incluso contemplar desviaciones o la degradación de la misma en su trayecto, como resume Simmias en estos fragmentos.

"[J]usto es pensar también en que, si el alma es inmortal, requiere cuidado no en atención a ese tiempo en que transcurre lo que llamamos vida, sino en atención a todo el tiempo. Y ahora sí que el peligro tiene las trazas de ser terrible, [si alguien se descuidara del alma en la totalidad del tiempo...] Y he aquí lo que se cuenta: a cada cual, una vez muerto, le intenta llevar su propio genio, el mismo que le había tocado en vida, a cierto lugar, donde los que allí han sido reunidos han de someterse a juicio, para emprender después la marcha al Hades [...] pero el tal camino no se muestra a mí ni simple, ni único, que en tal caso no habría necesidad de guías [...] Antes bien parece que tiene bifurcaciones y encrucijadas en gran número..." (Platón, 1990: 146-147).
   
   Parece que con esto se tratara el carácter trascendental del alma, puesto que se habla estar superando la categoría temporal y con aproximarse a las condiciones de lo sagrado; sin embargo, el cuestionamiento sobre el camino que recorre, "ni simple ni único" y que más bien inspira miedo, nos refiere a cierta vulnerabilidad en el que la trascendencia del alma se difumina.[2]

      Empezaremos por asumir la primera premisa. El alma es inmortal, pero no sólo eso, sino que al habitar el cuerpo, es capaz de controlarlo. Con éste conforma una dualidad: visible / invisible[3], mortal / inmortal; unión que trae consigo ciertas implicaciones: en primer lugar se admite con ello que hay dos especies de realidades que coexisten (Platón, 1990: 106); en segundo, que "la realidad invisible siempre se encuentra en el mismo estado mientras que la visible nunca lo está"[4] (Platón, 1990: 107) y, por último, que cuando el alma usa al cuerpo para considerar algo, lo hace a través de los sentidos, por lo que es arrastrada por éste. Debido a lo anterior, la realidad nunca se presenta en un mismo estado, sino que se le presenta de manera alterada al alma, lo que hace que "se extravíe, se embrolle y se maree como si estuviera ebria por haber entrado en contacto con cosas de esta índole" (ibíd.). A raíz del último razonamiento deducimos que el alma está sesgada por la percepción del cuerpo, que es este una prisión para aquella.[5]

   Es sólo cuando el alma puede reflexionar a solas consigo misma, que puede irse a lo que es puro, a lo que existe siempre, es inmortal y siempre se presenta del mismo modo (ibíd.) He subrayado lo anterior porque me parece que hace referencia a la sacralidad misma. Con este razonamiento nos encontramos frente a la abstracción del pensamiento y, para el filósofo "en el recto sentido de la palabra", no existe mayor aspiración que esta unión con el conocimiento puro, puesto que en ello consiste la verdad. A pesar de que no puedo afirmar con seguridad que esta es la noción de sacralidad para el griego, sí puedo decir que los seres más elevados pertenecen a esta esfera y que por eso la aspiración suma y la ocupación de los que filosofan estriba precisamente en "el desligamiento y separación del alma y el cuerpo" (Platón, 1990: 90).

   Considero que hasta, este punto, Durkheim no sólo concordaría con el razonamiento griego, sino que se apoyaría en él para defender su postura con respecto del alma. Pero sigamos.

   Es el momento de la muerte "cuando el alma queda sola en sí misma, separada del cuerpo, y no antes" (Platón, 1990: 89). La muerte es un momento de purificación, de desembarazarse de "la insensatez del cuerpo" y de estar en contacto con lo que es puro (y esto tal vez sea lo verdadero (ibíd.). En esto radica la esperanza del filósofo, de desprenderse del cuerpo y de la prisión de los sentidos y llegar a la purificación... al origen.

   Hay que prestar atención, puesto que el origen al que refiere Platón no es el del alma, no sabemos si ésta viene de aquella totalidad o si es una parte igualmente atemporal; pareciera que ella, en tanto esencia, siempre ha estado allí -quizá por estar asociada a lo más excelso:

"[N]uestras almas existen antes de nacer nosotros, del mismo modo que la realidad [...] Pues nada tengo por tan evidente como el que lo bello, lo bueno y todas las demás cosas de esta índole de que hace un momento hablabas tienen existencia en grado sumo" (Platón, 1990: 104).

La muerte de Sócrates, pintada por Jacques-Louis David en 1787.


 

 

 

Alma y cuerpo


   Parece que el sociólogo que escribiera veintitrés siglos después alude a algo similar cuando explica que el alma no es divinidad pero sí es considerada como algo sagrado, “si bien no se hace de ella un dios, por lo menos se ve en ella un destello de la divinidad”, pero hay que tomar en cuenta que su análisis de lo religioso no parte de la cuestión esencial del alma como la principal directriz del cuerpo sino como un producto del proceso social. Para Durkheim, el alma no será aquella sustancia con la que se sostiene la vida en el cuerpo, sino más bien “una aplicación particular de las creencias relacionadas con los seres sagrados”(Durkheim, 2007: 245). He aquí donde yace la diferencia. 

   Al leer Las formas elementales de la vida religiosa, el lector podrá comprobar que las características principales de alma, a saber, su papel en la individuación de cuerpo para que existan personalidades separadas (Durkheim, 2007: 252), su inmaterialidad[6] y su perdurabilidad al cuerpo por tener una existencia autónoma (Durkheim, 2007: 227) están todos presentes en la concepción griega del concepto.

   Lo mismo se observa con el paso del alma por la vida dentro del cuerpo, los estrechos lazos que las unen son debido a que “lo que afecta a uno, afecta a la otra”. Para Durkheim, el avance en la vida dota al alma de fuerza y eficacia así como para los griegos la actividad filosófica purifica el alma. Igualmente, el modelo de distinción geográfica entre muertos y vivos encaja con el modelo griego, puesto que las almas tienen un lugar a dónde ir tras la separación definitiva.

   Ahora bien, es en una perspectiva más amplia que estas dos nociones se separan drásticamente. En tanto que el francés interpreta el concepto como una aplicación particular de creencias religiosas, los griegos prueban la eternidad del alma con la condición de la posibilidad de conocimiento para el hombre.

   En Platón una verdad alimenta a la otra, la realidad del conocimiento es el fundamento del que puede deducirse la eternidad del alma[7] y es el conocimiento lo que religa al individuo con el cosmos. Para Durkheim el concepto nunca deja de estar ligado al carácter unitario de sociedad como se ve en la conclusión que extrae del estudio de Spencer y Gillen: “que el alma, de una manera general, no es más que el principio totémico encarnado en cada individuo” (Durkheim, 2007: 233).

   Nuevamente apelamos a su postura positivista y sociologista: “lo mismo que la sociedad no vive más que en y por los individuos, el principio totémico no vive más que en y por las conciencias individuales cuyo conjunto da forma al clan. Si aquéllas no los sintieran en sí, éste no existiría; son ellas las que lo sitúan en medio de las cosas. Por consiguiente le es preciso repartirse y fragmentarse entre ellas. Cada uno de estos fragmentos es un alma” (ibíd.).

   Entendemos que el alma individual de Durkheim es una porción de la sacralidad, es decir, del alma colectiva del grupo y por tanto no alude a ninguna esencia vital sino a la conexión del individuo con la sociedad.

   Naturalmente, la sustancia divina que expresa el alma representa algo distinto al individuo mismo pero la divinidad se traduce en ideas muy distintas en Platón y en Durkheim; para uno, la realidad del alma sirve para justificar la posibilidad de conocimiento del hombre, para otro muestra que la sociedad no sólo nos limita desde fuera sino que se organiza en nuestro interior de una manera duradera, formando una parte integrante de nosotros mismos (Durkheim, 2007: 254). Para uno, el grado sumo es el conocimiento y la verdad, para otro, la sociedad.

   Si desde el positivismo, la idea de alma está dotada de tal objetividad que se puede constatar en el mundo pragmático como "las representaciones que constituyen la trama de nuestra vida interior" (ibíd.), las ideas morales serían estas normas aprendidas y la voz de lo divino la interiorización de la praxis social en la actitud individual[8]. En un escenario tal, el alma se convierte en producto de la interacción social; es un constructo.

   Lo anterior no puede concordar con el discurso de Sócrates puesto que su mayor esperanza es justamente trascender este mundo humano construido, su percepción y su moral ¿Cómo podría empatar la visión griega de alma con aquel cúmulo de normas sociales si el ideal del filósofo es desprenderse de la realidad así creada y "llegar junto a otros dioses sabios y buenos, y después, junto a hombres muertos mejores que los de aquí"(Platón, 1990: 84)?

Carácter inmaterial del alma


   Existe otro elemento relevante a tomar en cuenta en esta diferenciación, el materialismo que subyace en la posición Durkheimiana. Si el alma es producto de la interacción social de individuos (una aplicación de las creencias), tiene entonces que tener un sustento material. La vida práctica es encarnada en cuerpos aunque el alma, como concepto, sea una abstracción. Pues bien, Sócrates rechazará esta idea, señalando que el alma no necesita sustento material.

      Entendemos que las diferencias entre ambas posturas están marcadas por los paradigmas en que se mueven sendos pensadores. Tomemos en cuenta que el positivismo en el que se desplaza Durkheim ha pasado por la modernidad y la crítica a las creencias religiosas, mientras que la sacralidad del filósofo griego se posa en el acceso a la verdad.

   Durkheim vuelve a aludir a la objetividad cuando reconoce la bidimensionalidad de la psique humana, que por un lado responde al pensamiento individual y por otra a los imperativos morales y religiosos que conforma su conciencia.[9] Volvemos con esto a la colectividad que implanta la conciencia en nosotros; es la colectividad el origen del alma, y el alma individual una porción de esta fuerza de grupo a la que se rinde culto. 

   En un momento de considerable importancia del drama platónico, Simmias se pregunta por la existencia del alma en relación con los elementos materiales,

"[E]n el hecho de que sobre la armonía, la lira y las cuerdas se podría emplear el mismo argumento, a saber: que la armonía es algo indivisible, incorpóreo, completamente bello y divino que hay en la lira afinada, pero que la lira en sí y las cuerdas son cuerpos, cosas materiales [...] Así, pues, supongamos que una vez que se rompe o se corta la lira y se arrancan sus cuerdas, alguien sostiene [...] que es necesario que exista todavía aquella armonía [...] Así, pues, si resulta que el alma es una especie de armonía [de los elementos del cuerpo], está claro que cuando nuestro cuerpo  se relaja o se tensa en exceso [...] se presenta al punto la necesidad del que el alma, a pesar de ser sumamente divina, se destruya como las demás armonías existentes en los sonidos y en las obras artísticas todas..." (Platón, 1990: 116-117).
   Tras este momento, los presentes se muestran gravemente conmovidos por la vulnerabilidad de Sócrates pero él se apresura a refutar que el alma sea producto de tensión de elementos materiales, sino que existe independiente de la figura y el cuerpo del hombre (es esto justamente lo que la hace divina).

   Si tradujéramos la interrogante de Simmias del griego al francés y preguntáramos a Durkheim si existe alma sin cuerpos vivos él respondería que no, que se necesita incluso de varios individuos vivos, pensantes y creyentes para que el concepto pudiera ver la luz.

   Considero el contraste entre estas dos formas de concebir y ordenar el mundo se puede apreciar en los fragmentos siguientes, en uno Sócrates responde a la inquietud de Simmias recordando el principio fundamental del hombre, en el otro Durkheim alude a la sacralidad social para definir su concepto:

"-¿Te das cuenta, entonces –continuó Sócrates–, de que es el sostener esto la consecuencia a que llegas cuando afirmas, por un parte, que el alma existía antes incluso de venir a parar a la figura del cuerpo del hombre, y por otra, que estaba constituida de elementos aún no existentes? (Platón, 1990:125)
   Para Platón, el alma trasciende el plano material, para Durkheim también, pero depende y se manifiesta en él:

"La noción de alma es una aplicación particular de las creencias relacionadas con seres sagrados [...] representa en nosotros algo que es distinto de nosotros mismos; si está hecha con la misma materia mental que los seres sagrados, resulta natural que se convierta en objeto de idénticos sentimientos.
"Y el carácter que el hombre se atribuye de esta manera no es el producto de una pura ilusión; del mismo modo que las nociones de fuerza religiosa y de divinidad, la noción de alma no carece de fundamentos reales, es muy cierto que nosotros estamos formados de dos partes distintas que se oponen entre sí del mismo modo que lo profano a lo sagrado, y que, en un determinado sentido, se puede decir que hay algo de divino en nosotros. Pues la sociedad, esa fuente única de todo lo que es sagrado, no se limita tan sólo a presionarnos desde fuera y afectarnos de manera pasajera, sino que se organiza en nuestro interior de una manera duradera..." (Durkheim, 2007: 245-246).
   En el primer texto se asume al alma de un modo tal que habría satisfecho a los animistas tan criticados por Durkheim, en el segundo, si bien no se niega el carácter divino que posee, el alma es explicada a través de ese todo mayor y complejo.
   Cerraré este estudio hablando de las prácticas rituales con las que se reproduce esta sacralidad durkheimiana y cómo son explicadas por el autor.


   Esta última parte del libro tiene por función describir y validar lo elemental de la vida religiosa, clasificar la amplia diversidad rituales y determinar sus orígenes y significación. Realiza este estudio ritual de manera tan minuciosa como hiciera con las creencias, apoyándose en etnografías de Australia y de Norteamérica para validar su razonamiento.

  Trata en primer lugar los ritos negativos; las interdicciones cuya violación determina desórdenes materiales que sufre el culpable como sanción (Durkheim, 2007: 280). Su función es primordialmente separar entre sí las cosas sagradas pertenecientes a categorías diferentes o (lo que me resulta más interesante y ha sido más destacado por otros autores como Roy Rappaport y Mary Douglas) lo sagrado de lo profano.

   La noción de lo sagrado está generada así, pragmáticamente. "En un determinado sentido, [el sistema de interdicciones] está lógicamente implicado en la misma noción de lo sagrado. Todo lo que es sagrado constituye objeto de respeto y todo sentimiento de respeto se traduce en aquél que lo experimenta en movimientos inhibitorios"(Durkheim, 2007: 295). De esta manera es la asociación de ideas y prácticas (creencias y ritos) lo que genera lo sagrado.[10]

A los cultos negativos se aúnan los positivos. Con estos, el hombre responde a sus deberes con las fuerzas religiosas por medio de relaciones positivas y bilaterales con el sistema social. Se concretan en tradiciones festivas y en el libro se observan a partir de la Intichiuma que llevan a cabo distintas tribus africanas, todas a su manera.

Con decir que son ritos y de una tribu sudaustraliana basta para añadir esta foto.

  Cuando Durkheim compara las fiestas entre los Warramunga y los Arunta nos da la impresión de que hace una etnografía al revés: parte de principios teóricos que quiere confirmar y se vale de etnografías donde se describen estas ceremonias (en concreto las de Spencer y Gillen, Schulze y Strehlow). La conclusión de esta comparativa está marcada desde el inicio del libro, el ritual sirve a la comunidad social. A partir de esta exposición científica de los ritos y las creencias en el capítulo anterior, tiendo a pensar que ambos juegan el papel de una verificación exhaustiva y con pruebas empíricas en mano de su teoría, expresada en el primer capítulo.

   Tomando como punto de partida a Frazer y a Tylor, numera los dos principios del rito ordinario, el primero dicta que "lo que aqueja a un objeto aqueja también a todo aquello que con él mantiene una relación cualquiera de proximidad o solidaridad", el segundo que "lo semejante da lugar a lo semejante" (Durkheim, 2007: 331-332; subrayado en el original). Hace con esto alusión al principio propuesto por Tylor en el que la parte representa al todo, como se ve también en el hecho de que el rito expresa un sentimiento interno y a la vez una moral compartida.   El rito positivo implica un fortalecimiento en el seno mismo de la vida religiosa, allí donde los grupos están reunidos, donde se manifiestan emociones, donde se encuentra confort mutuo y la imagen sagrada toma fuerza para resistir causas externas.

   Por último, y para cerrar la actividad ritual, habla de los ritos piaculares o de expiación, necesarios ante "[t]oda desgracia, todo lo que es de mal augurio, todo lo que inspira sentimientos de angustia o de temor" (Durkheim, 2007: 363) como ante el duelo, las cosechas insuficientes, las sequías (abundantes en las regiones de las tribus australianas) o las hambrunas.

   Este rito tendrá de nuevo una causa social. Se trata de algo que habrá sido impuesto por el grupo en lugar de una respuesta natural de la sensibilidad privada (Durkheim, 2007: 370). No sé hasta qué punto está llevando aquí el autor las implicaciones sociales a su mayores implicaciones, incluso en el caso concreto del duelo, se utilizan las explicaciones del ritual positivo como reafirmación de la colectividad mediante sentimientos y actos de proximidad, desechando conscientemente la emotividad del individuo. Como sociólogo, explica el fenómeno psicológico de intensificación de sentimientos mediante el reflejo de la conciencia propia en la del grupo. Tenemos con estas últimas consideraciones, los elementos necesarios para llevar a conclusión nuestra apreciación de la obra y de su autor.

Conclusión


   Durkheim se confronta el estudio religioso y antropológico de inicios del siglo XX señalando los fallos de su método comparativo. Vemos cómo se opone a autores como Müller o Réville y a sus "asimilaciones tumultuosas y sumarias [...] que han desacreditado al método comparativo a los ojos de un cierto número de buenos estudiosos" (Durkheim, 1982: 87-88), proponiendo un estudio que tome genuinamente a la antropología como referencia.
  
Intenta explicar la religión a través de la reflexión de sus características pragmáticas, objetivas y verdaderas; esta visión supera ampliamente la concepción dualista y etnocéntrica de su tiempo. Como él mismo diría, "todo el problema estriba en saber a qué dominio de la naturaleza corresponden esas realidades y qué ha podido determinar que los hombres se las representen bajo esa forma singular propia del pensamiento religioso" (Durkheim 1982: 62). Aquí, por ejemplo, es donde se observa el corte funcionalista de su trabajo.

   Entendemos que las realidades a las que alude deben corresponderse con un mundo objetivo, verdadero y verificable desde un análisis sociológico. Considero así que no existe en este planteamiento inicial gran distancia con el otro gran sociólogo de la religión, Max Weber. Cuando este último considera que el actuar religioso corresponde a una acción racional, cuyos fines son de naturaleza predominantemente económica (Weber, 1994: 328) apela a las estructuras de intercambio propias de cada cultura con un interés similar hacia la función social que ejerce la religión para el otro autor. Desde mi punto de vista, para ambos la religión es un útil de cohesión: "toda acción comunitaria, lo necesita [su dios especial] si el proceso de socialización quiere ser garantizado de modo duradero" (Weber, 1994: 336).

   Si bien comprendemos que la religión es necesaria para el funcionamiento social, quizá es Durkheim el único que llega colocar esta finalidad en la posición la posición más elevada de la estructura, a saber, la sacralidad. De esta perspectiva partirá todo su trabajo e inferencias.

Otras nociones, como la de alma, espíritus, símbolos, ritos, dioses y mitos son analizadas como elementos imprescindibles por todos los estudiosos de la materia, pero lo que marca a la obra estudiada con el sello durkheimiano es su insistencia en demostrar el "valor demostrativo" de los ritos primitivos. Basado en el principio de "que un árbol se conoce por sus frutos", el autor elabora su aproximación a partir de un corte pragmático que alude a las fuerzas colectivas puestas en acción sobre el individuo; lleva así la explicación del fenómeno religioso del terreno de la abstracción al campo empírico del funcionamiento de la sociedad, justificando lo anterior en que la vida religiosa, en sus dos polos, puro e impuro, "corresponde a los estados por donde transita la vida social" (Durkheim, 379-389).



Bibliografía


Durkheim, E., (1982) Las formas elementales de la vida religiosa. El sistema totémico en Australia. Madrid, Akal.
Durkheim, E., (2007) Las formas elementales de la vida religiosa. El sistema totémico en Australia. Madrid, Akal.
Platón, (1990) El banquete. Fedón. Barcelona. Planeta.
Weber, M., (1994) Sociología de la comunidad religiosa (Sociología de la religión) en Economía y Sociedad. Esbozo de sociología comprensiva. México. Fondo de Cultura Económica, pp. 328-492




[1]     Aquí alude Platón a la dualidad entre vida y muerte, alma será aquello que habite los cuerpos con vida. Una y otra, muerte y vida surgen de su contrario así como el sueño emerge de la vigilia, y viceversa.
[2]Este extracto bien podría servir como sumario de las dos posturas que se disputan en el libro. La preocupación de Simmias juega un papel dramático muy importante en la obra puesto que compone uno de los momentos culmen en que los  compañeros de Sócrates se estremecen por el futuro de su alma ante la muerte que tiene tan próxima. Desde mi punto de vista juega un doble papel, el de añadir dramatismo al desenlace inminente y el de servir como un peldaño de la escalera mayéutica por la que se nos llevará a la validación del alma como ser inmortal.
[3] De ahí que Platón afirme del alma, que cuando va al Hades se aproxima a un sitio de su misma naturaleza, aludiendo a la relación etimológica entre Haídes y aídes (invisible).
[4]Aludiendo al carácter esencial de lo simple, el alma no es compuesta, es indisoluble. Las “verdaderas realidades" como estas son las únicas que no admiten cambios.
[5]De estos razonamientos se desprende el elogio a la muerte que se hace en toda la obra, un ejemplo es esta cita: "[N]os queda verdaderamente demostrado que, si alguna vez, hemos de saber algo en puridad, tenemos que desembarazarnos de él [del cuerpo] y contemplar tan sólo con el alma las cosas en sí mismas. Entonces, según parece, tendremos aquello que deseamos y de lo que nos declaramos enamorados, la sabiduría; tan sólo entonces, una vez muertos, según indica el razonamiento, y no en vida" (Platón, 1990: 88-89).
[6]Puesto que no actúa sobre los sentidos del mismo modo que los cuerpos, como si estuviera hecha de una materia infinitamente rara y sutil, como algo etéreo, comparable a una sombra o a un soplo (Durkheim, 2007: 227).
[7] Ver la introducción al libro por Luis Gil.
[8]Acaso el Configuracionismo de Ruth Benedict y la escuela toda de Cultura y Personalidad habrían estado de acuerdo con este postulado. Si el individuo no existe sino como reflejo de su sociedad y ésta lo conforma a partir de conductas aprendidas desde la más temprana infancia, la cultura es el universo que rige al humano, su sacralidad.
[9] "He aquí lo que tiene de objetivo la idea de alma: se trata de que las representaciones que constituyen la trama de nuestra vida interior son de dos tipos diferentes e irreductibles entre sí. Unas se refieren al mundo externo y material; otras a un mundo ideal al que conferimos una superioridad moral sobre el primero" (Durkheim, 2007: 246). Vemos que este materialismo aleja cualitativamente a Durkheim de la interpretación griega, que refiere más bien al carácter esencial del ser, más allá de cualquier otra circunstancia.
[10] Al respecto del pensamiento de su tiempo, Durkheim apuntaría que "el hombre de cultura no cae en tales asociaciones; sabe que esas emociones derivadas son el producto de simples juegos de imágenes [...] y no se abandona a las supersticiones que tales ilusiones tienden a determinar" (Durkheim, 2007: 299), afirmando que si bien existen ritos actuales en los que lo sagrado se transmite a lo profano, como en la eucaristía, el pensamiento científico no participa de esta reverencia a lo sagrado que experimenta el primitivo cuando se enfrenta ante una fuerza temible. Se puede inferir, entonces, que la ciencia tiene la facultad de trascender el orden natural del mundo.