domingo, 29 de enero de 2017

Sobre Brujas, comadronas y enfermeras

Una historia de las sanadoras escrita por Bárbara Ehrenreich y Deirdre English

   Este libro, escrito en los 80 es un conjunto de reflexiones enfocadas en los procesos históricos que ha seguido la medicina para relegar a la mujer y para marcar la dependencia del individuo y su salud al sistema médico hegemónico.

   Las autoras usarán el término sanadores como sinónimo de curanderos; este segundo término se evita debido a sus connotaciones negativas, sin embargo debe tenerse en cuenta que ambos conceptos son equivalentes: se trata de personas que sanan al que está enfermo; las connotaciones son resabios ideológicos de nuestra concepción de lo que es la salud en manos de profesionales. Cuando se dice que los médicos son un grupo concreto se sanadores, podría decirse con la misma propiedad que son un grupo de curanderos, connotaciones negativas incluidas.

   Entrando en el papel de la iglesia sobre la medicina hablamos de la caza de brujas como práctica para condenar la actividad médica fuera del canon establecido. Esta caza abarca más de cuatro siglos desde sus inicios en Alemania hasta su introducción en Inglaterra (XIV al XVII) y se ejercía como campaña de terror y de denuncias. En algunas regiones de Alemania la práctica se extendía hasta dos ejecuciones diarias, en Toulouse llegaron a ejecutarse 400 personas en un solo día; en 1585, de toda la población femenina de dos aldeas de Trier solo se salvó una mujer.

   “La Iglesia Medieval, con el apoyo de los soberanos, de los príncipes y de las autoridades seculares, controlaba la educación y la práctica de la medicina, la Inquisición (caza de brujas) constituye, entre otras cosas, uno de los primeros ejemplos de cómo se produjo el desplazamiento de las prácticas artesanales por los “profesionales” y de la intervención de estos últimos contra el derecho de los “no profesionales” a ocuparse del cuidado de los pobres.” (Thomas Szasz, The manufacture of madness.)
   El mero alcance de la caza de brujas ya sugiere que nos hallamos ante un fenómeno social profundamente arraigado y que trasciende los límites de la historia de la medicina. Esta persecución coincide con períodos de gran agitación social que conmovieron los cimientos del feudalismo: insurrecciones campesinas de masas, conspiraciones populares, nacimiento del capitalismo y aparición del protestantismo. Estos indicios sugieren que la brujería pudo ser una expresión de una rebelión campesina encabezada por las mujeres de las cuales no quedan documentos escritos (por desgracia de estas mujeres pobres y analfabetas). 

  Las interpretación médica de estos sucesos suele ser la explosión de una histeria colectiva. Una versión sostiene que los campesinos enloquecieron y presenta la caza como una epidemia de odio y pánico colectivos; otra, una psiquiátrica afirma que las locas eran las brujas.

   “Los millones de hechiceras, brujas, endemoniadas y poseídas constituían una enorme masa de neuróticas y psicóticas graves… durante muchos años el mundo entero parecía haberse convertido en un verdadero manicomio” Gregory Zilboorg, psiquiatra.
En definitiva el caso sigue procedimientos bien regulados por el Estado y respaldados por la ley. Fueron campañas organizadas, iniciadas, financiadas y ejecutadas por la Iglesia y el Estado. La guía definitiva fue el Malleus Maleficarum (Martillo de Brujas) escrito en 1484 por reverendos “dilectos” del Papa Inocencio VIII. 

“…ordena, manda, requiere y advierte que en el plazo de doce días todo aquel que esté enterado, haya visto u oído decir que cualquier persona tiene reputación de hereje o bruja o es particularmente sospechosa de causar daño a las personas, animales o frutos del campo, con perjuicio para el Estado, deberá ponerlo en nuestro conocimiento”, esta cita, que se completa con que sólo el Supremo Tribunal sabría reconocer si la sentenciada había cometido o no brujería, bajo sus propios parámetros es una de las muestras de la intervención de emergencia que la iglesia ejecutaba contra estas insurrectas.

   Las mujeres tendrían métodos “de los que se valían para embrujar el acto venéreo y la concepción en el vientre: Primero inclinando los pensamientos de los hombres hacia una pasión desenfrenada; segundo, obstruyendo su fuerza procreadora; tercero, haciendo desaparecer los órganos adecuados para tal acto (no provoca menos que risa esto del miedo del hombre de ser castrado por la mujer, me pregunto si Freud se quedaría tan satisfecho viendo este denuesto de su teoría del complejo de castración de la mujer o si podría convertir los datos en su defensa). 

   “Toda magia tiene su origen en la lujuria de la carne, que es insaciable en la mujer… para satisfacer su lujuria, copulan con demonios…Queda suficientemente claro que no es de extrañar que la herejía de la brujería contamine a mayor número de mujeres que de hombres… y alabado sea el Altísimo por haber preservado hasta el momento al sexo masculino de tan espantoso delito”, dicta el Malleus Maleficarum; se condena también a la mujer de resolver problemas (con sus capacidades satánicas) de los campesinos, problemas que deberían depender de Dios y de la Iglesia, por lo que iban en contra de la Ley de Dios.

   Se consideraba que los hechizos eran al menos tan eficaces como las oraciones para sanar a los enfermos, pero unos estaban sometidas al beneplácito de la iglesia y otros escapaban de ella.

   Durante más de ochocientos años (desde el siglo V al XIII) la postura ultraterrenal y antimédica de la Iglesia obstaculizó el desarrollo de la medicina como profesión respetable. Luego, en el siglo XIII, se produjo un renacimiento de la ciencia, impulsado por el contacto con el mundo árabe, aunque la Iglesia consigue imponer riguroso control sobre la nueva profesión: los médicos ejercían bajo la asistencia y asesoramiento de un sacerdote, no podían tratar pacientes que se negaran a confesarse. 

Desde luego, que el fórceps es la forma más eficaz para extraer lo que se quiere.

   La falta de formación empírica de los médicos (que no recibían ningún tipo de enseñanzas experimentales) tuvo como consecuencia la práctica corriente de prácticas como las sangrías; las teorías médicas se basaban más en la lógica que en la observación. Paracelso, considerado como el padre de la medicina moderna, quemó su manual de farmacología confesando que “todo lo que sabía lo había aprendido de las brujas". Con todo, se legitima la práctica excluyendo a las sanadoras con el estigma de superchería y perversidad. Así es como los médicos se insertan en la obstetricia, practicantes barberos - cirujanos, alegando superioridad técnica, basada en el uso del fórceps.
Medicina moderna; enfermeras

   Las autoras estudian posteriormente el nacimiento de la profesión médica en los Estados Unidos y la exclusión de las mujeres en este sector (donde sólo representan el 7% del cuerpo médico). Dentro de esta exclusión consideran el Movimiento Popular para la Salud (Popular Health Movement) como el frente médico de una insurrección social y de carácter general, impulsada por el movimiento feminista y el movimiento obrero.  Se insistía en la medicina preventiva, contrapuesto a los “tratamientos empleados por los médicos regulares”; la necesidad de bañarse con frecuencia, el uso de vestidos poco ceñidos, dieta a base de cereales integrales y la temperancia como reivindicaciones para la salud.

   Con este movimiento de inicios del XIX se defiende el derecho humano de ver por su propia salud, el ala izquierda del Movimiento llegó a rechazar la idea del ejercicio de la medicina como ocupación remunerada (y con mayor razón como profesión excesivamente remunerada), mientras que el sector moderado engendró una serie de nuevas filosofías médicas o sectas que entraron a competir con los “regulares” actuando en iguales términos (el eclecticismo y la homeopatía están entre estas).

   La respuesta de los médicos llega en el momento de máxima expansión del Movimiento popular para la salud (1830 – 1840), al fundarse la primera organización nacional, presuntuosamente denominada Asociación Americana de Medicina en 1848 (American Medical Association), en un ataque definitivo contra los practicantes no titulados, médicos de las sectas y mujeres en general, a ellas por apoyar a las sectas y a las sectas porque estaban abiertas a mujeres, en un sistema que parece estar cercado entre el paternalismo y la misoginia. 

   En el discurso inaugural Alfred Stille declara: “Algunas mujeres intentan competir con los hombres… De este modo pueden llegar a suscitar una cierta admiración, la misma que inspiran todos los fenómenos monstruosos, en particular cuando se proponen emular modelos más elevados”.

    La historia continúa con el triunfo de los profesionales hasta el grado de ridiculizar a las comadronas en su campo de trabajo, la obstetricia toma su lugar. Un estudio de Johns Hopkins de 1912 pone en relieve que la mayoría de los médicos estadounidenses eran menos competentes que las mismas comadronas. Es así como ser reduce a la mujer a la función asistencial de la enfermería. 

   La imagen de la enfermera se crea en base al glamour y a la femineidad. Simplemente la Mujer Ideal, trasplantada del hogar al hospital pero esta vez más o menos libre de obligaciones reproductoras. Ofrecía al médico obediencia, la virtud de una buena esposa, y al paciente la altruista devoción de una madre, mientras ejercía sobre el personal subalterno del hospital la gentil pero firme disciplina de un ama de casa acostumbrada a dirigir la servidumbre. 

   La conclusión del texto es que la institución médica está construida para discriminar a la mujer recurriendo a que el sexismo manifiesto en los datos antes mencionados perdura en el sistema sanitario actual dominante en la clase acomodada, de lo que se deduce que la jerarquización también corresponde con el sistema de clases. La institucionalización priva a la mujer de todo poder, magia o mérito en la empresa. 

   Para completar el cuadro anterior, se menciona la intervención de la medicina en el control de la mujer. Encontramos tecnología relacionada con la reproducción, control de natalidad, aborto, medios para facilitar el parto, etc. Al mismo tiempo que la mujer consigue ciertas herramientas para reivindicar el control sobre su cuerpo, se denuncia que la ciencia médica no deja de estar ligada a una fuerte ideología sexista. 

   La principal contribución de la medicina en esta ideología ha sido su definición de las mujeres como personas enfermas (Hipócrates) y potencialmente peligrosas para la salud de los hombres. En el pensamiento occidental tradicional, el hombre representa la perfección, el vigor y la salud, mientras que la mujer es “un hombre espurio” débil e incompleto.

   En épocas más recientes, los médicos regulares de la American Medical Association no detentaban el monopolio legal de la práctica médica y el número de sanadores no titulados se consideraba excesivo y era motivo de alarma para los médicos. Las sanadoras no tituladas y comadronas dominaban en los “guetos” y al mismo tiempo las sufragistas empezaban a aporrear las puertas de las escuelas de medicina. A ellas se les descalificaba y se les consideraba incompetentes. Las autoras consideran adjudican esta distinción principalmente al deseo de mantener monopolio económico en el gremio.
   
   De tal manera se perpetran teorías de la fragilidad femenina (en las clases acomodadas, puesto que en las más bajas la mujer trabajaba en condiciones extenuantes) o la incompetencia de la mujer para ciertas actividades (como la creencia de que su sentimentalismo no la dejaría convertirse en una juez imparcial); se llegó a afirmar incluso que el desarrollo del aparato reproductor era totalmente incompatible con el desarrollo intelectual y que los estudios superiores podían ser físicamente perjudiciales para las mujeres. Así mismo, la Matriz (con mayúscula) se consideraba el órgano controlador de todo el cuerpo femenino, excitable y vinculado a todo lo demás a través de ramificaciones de sus numerosos nervios.



“Si una mujer piensa sola, tendrá malos pensamientos”, la mujer pertenecía al grupo de seres detestables, demoníacos (misoginia de la iglesia), por lo que en la resurrección todos los seres humanos renacerían bajo la forma de varones. 
   Se construye una “psicología de los ovarios” que considera que los ovarios dominan la personalidad, desde la irritabilidad a la locura. Recíprocamente los verdaderos trastornos físicos y enfermedades de la mujer tenían origen en las malas actitudes: “El Vicio” podía causar dolores trastornos menstruales y la masturbación era una forma de “hipersexualidad”, causa de la tuberculosis. En base a estas teorías se formulan tratamientos para la expulsión del mal, sangrías (en los labios externos genitales para la amenorrea, por ejemplo).

   Pero las mujeres no sólo han sido víctimas del reinado médico. En algunos aspectos aprovecharon su papel como enfermeras como forma del control de la natalidad, algunas también recurrían a la enfermedad como medio de control de la sexualidad.

   Es el cambio demográfico en las últimas décadas del S XIX permitió avanzar en la legalización de métodos anticonceptivos(1). Las clases más favorecidas lanzaron una ofensiva política organizada contra los pobres y los trabajadores. Se implantaron medidas represivas contra los obreros, “reformas” cívicas encaminadas a reducir la fuerza electoral de los grupos inmigrantes.

   Así surgió la guerra biológica de clases, donde la clase media lanzó sus principales ataques a través de movimientos de sanidad pública y de control de la natalidad. Sin embargo, también se implementan medidas preventivas para controlar epidemias.

   “A través del egoísmo ilustrado, las 10,000 personas situadas en la cumbre de la escala social están aprendiendo que su bienestar sanitario está indisolublemente ligado al de los 10 millones que viven en los niveles más bajos de la sociedad y esta percepción de la realidad ha provocado la “oleada de interés emocional” por las condiciones de vida de las clases más pobres”. La Asociación Nacional para el Estudio y Prevención de la Tuberculosis presentó cálculos sobre los costes de tuberculosis de los pobres para la clase alta. 

   A pesar de que el desarrollo en el campo de la salud siempre vino intencionado para favorecer a las clases altas, y desde el campo masculino, actualmente, gracias a la serie de reformas generadas por el movimiento feminista y el movimiento obrero, estas han mejorado la vida y actividad de las mujeres, no obstante de que la ciencia siga adaptando sus teorías de acuerdo la ideología machista dominante. Encontramos un ejemplo en la ginecología que en un momento justificó la reclusión de las mujeres en el hogar apelando a su supuesta debilidad e incapacidad para actividades exteriores, ahora las mujeres de clase media tienen fortaleza para trabajar fuera de casa, pero se les dice que su hijos son demasiado frágiles para vivir sin ellas.

   Lo anterior nos puede llevar a un debate sobre cuánto puede estar sesgada la medicina por la dinámica social, pero no nos detendremos ahí puesto que queremos exponer sólo las ideas de las autoras, quienes llegan a la conclusión de que el sistema médico es un instrumento de control social que sustituyó a la religión como principal difusor de la ideología sexista y como institución capaz de imponer papeles sexuales, con la autoridad para dictaminar quién está sano y quién enfermo. Por esto, Ehrenreich y English se oponen totalmente a él, aunque reconociendo su dependencia a la tecnología médica para acceder a las más básicas y elementales libertades (dolencias, embarazos, etc.). 



1) Los métodos anticonceptivos quedan legalizados en 1938, los médicos podían importar, remitir por coreo y recetar dispositivos. Gran parte del mérito por este avance corresponde a Margaret Sanger.


Bibliografía

Ehrenreich, B. y D. English, (1981) [1973] Brujas, Comadronas y Enfermeras. Una Historia de sanadoras. Editorial La Sal. Barcelona.


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