El propósito de la antropología es, desde mi
punto de vista -acusadme, si queréis, de idealista- acercarnos a comprender la
esencia de la naturaleza humana.
Cuesta a la ilusionada inexperta darse
cuenta, conforme avanza en la teoría, de la incapacidad declarada de señalar
algo que, científicamente, pueda parecerse a lo anterior.
Tras el uso de diferentes métodos
(comparativos, analíticos, descriptivos), la Antropología postmoderna ya no
sólo se resigna, sino que niega a definir esta mal llamada naturaleza humana
-quizá porque sabe que en el momento que lo hiciera condenaría a la rigidez a
algo que es, por definición, dinámico.
Aún así, siendo que llevamos décadas
intentando esbozar cómo se compone y configura una cultura algún avance hacia
ese centro esencial tendríamos que
haber dado; sin embargo, hasta ahora no he encontrado en mi querida disciplina
otra cosa que cuadros analíticos hechos desde diferentes aspectos de la
interacción social -de esencialidad, nada (como ya podías imaginaros); de
representación, tampoco; total ausencia, en fin, de axiomas para centrarnos,
salvo la relativización de los hombres a su cultura.
Llegado este punto me pregunto qué nos separa
del análisis sociológico (y notad que, desde Durkheim, aquéllos nos llevan
ventaja) y, en general, qué nos da el derecho de apropiación de un emblema tan
distintivo. "El Estudio del Hombre", decimos, anunciándonos como
Prometeos iluminados.
Probablemente asumamos como un mérito el
haber reconocido que el concepto holístico Hombre
es emergente de la conjunción de procesos de pensamiento individual (Psyche), intercambio social (redes de
intercambios material y de interacción) y representación simbólica (proceso
que, sin ser propio del id, incide en
la acción individual y social) y nos creamos, por ello, un paso más cerca de
una explicación sistémica abarque la representación individual.
Después que la antropología se asociara con
la psiquiatría en la escuela de Cultura y Personalidad, la perspectiva
resultante fue absorbida y evolucionada a otros sistemas como la configuración
Rol-Estatus (Parsons), modelos de reflexividad (Giddens) o nociones de habitus
(Bourdieu). En definitiva, nuestro trabajo en materia de interaccionismo fue
absorbido por sociólogos. Parecen ser también ellos quienes utilizan en mayor
medida nociones de red que nos ayudarían a comprender procesos de intercambio
de significaciones. ¿Es que nos hemos quedado al margen de la teoría del
conocimiento social[1]
confinándonos a nuestras parcelas: Antropología Económica, Política, Simbólica?
Decimos siempre que esta parcelación existe
para reintegrarse en una suma que, en un momento dado habría de concentrar los
significados de la acción humana en algo semejante a la comprensión del hombre.
Si elijo creer que ya tenemos un cúmulo
suficiente de información para señalar el conjunto de conceptos, creencias e
ideas que constituyen la esfera que sirve de universo ideal del individuo, me
gustaría imaginar que pudiéramos marcar también (o por lo menos, suponerlo) el
eje en el que se sostiene dicha esfera; aunque también cabe la posibilidad de
que seamos demasiado cobardes para hacerlo.
Nos ufanamos señalando nuestra distinción del
resto de las especies animales en la representación simbólica; decimos también
que la cuna de ésta (o su mecanismo de reproducción) es el intercambio
intersubjetivo. Hemos entonces de comprender cómo se comunica, relaciona y
representa el hombre. En base a lo anterior fundamos el estudio de la cultura.
La cultura, como venimos insistiendo, está
fundamentada en una serie de valores que conformarían su eje vertebrador (con
lo anterior me refiero al axis de sacralidad en torno al cual giran el resto de
significaciones).
Con respecto a esos ejes ¿los hemos
encontrado? ¿nos preocupamos, siquiera, de buscarlos?
Nuestros valores sagrados son lo que usamos
para enfrentar al mundo y a los otros; quizá esto signifique que sean el
manantial de donde dimanan el resto de procesos cognitivos ¿no merecerían ser
también el punto de partida y constante referencia para el estudio
sociocultural?
Nuevamente -y como siempre- desde mi punto
de vista la Antropología se traiciona a sí misma y a sus ideales cada vez que
aparta la atención de este centro -sancta
sanctorum- de la expresión humana. "Comprender cómo piensa el
nativo" o comprender cómo nos representamos la realidad, sería al final la
tarea última y no jugar a hacer de economicistas o politólogos.
Sí, vale, resignémonos, el concepto Hombre
nos queda aún muy grande y esta generación no llegará ni a rozar lo que es la
misión antropológica, tendremos que conformarnos con enfrentarnos con estudiar
los efectos y afectos que de él se generan. Sólo pido que nuestra lucha sea
digna, que no nos apartemos ante la mirada del toro que llega a embestir con la
fuerza de lo compleja que es la vida. Al fin y al cabo, lo que nosotros examinamos
no es al mundo ni la realidad, sino cómo
el hombre la percibe.
[1]
Antes deberíamos preguntarnos si es el estudio de procesos cognitivos sociales
lo que incumbe a la Antropología y con qué fin.
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