jueves, 5 de marzo de 2015

Límites y proyecciones de la Antropología en mi cabeza


   El propósito de la antropología es, desde mi punto de vista -acusadme, si queréis, de idealista- acercarnos a comprender la esencia de la naturaleza humana.

   Cuesta a la ilusionada inexperta darse cuenta, conforme avanza en la teoría, de la incapacidad declarada de señalar algo que, científicamente, pueda parecerse a lo anterior.

   Tras el uso de diferentes métodos (comparativos, analíticos, descriptivos), la Antropología postmoderna ya no sólo se resigna, sino que niega a definir esta mal llamada naturaleza humana -quizá porque sabe que en el momento que lo hiciera condenaría a la rigidez a algo que es, por definición, dinámico.

   Aún así, siendo que llevamos décadas intentando esbozar cómo se compone y configura una cultura algún avance hacia ese centro esencial tendríamos que haber dado; sin embargo, hasta ahora no he encontrado en mi querida disciplina otra cosa que cuadros analíticos hechos desde diferentes aspectos de la interacción social -de esencialidad, nada (como ya podías imaginaros); de representación, tampoco; total ausencia, en fin, de axiomas para centrarnos, salvo la relativización de los hombres a su cultura.

   Llegado este punto me pregunto qué nos separa del análisis sociológico (y notad que, desde Durkheim, aquéllos nos llevan ventaja) y, en general, qué nos da el derecho de apropiación de un emblema tan distintivo. "El Estudio del Hombre", decimos, anunciándonos como Prometeos iluminados.

   Probablemente asumamos como un mérito el haber reconocido que el concepto holístico Hombre es emergente de la conjunción de procesos de pensamiento individual (Psyche), intercambio social (redes de intercambios material y de interacción) y representación simbólica (proceso que, sin ser propio del id, incide en la acción individual y social) y nos creamos, por ello, un paso más cerca de una explicación sistémica abarque la representación individual.

   Después que la antropología se asociara con la psiquiatría en la escuela de Cultura y Personalidad, la perspectiva resultante fue absorbida y evolucionada a otros sistemas como la configuración Rol-Estatus (Parsons), modelos de reflexividad (Giddens) o nociones de habitus (Bourdieu). En definitiva, nuestro trabajo en materia de interaccionismo fue absorbido por sociólogos. Parecen ser también ellos quienes utilizan en mayor medida nociones de red que nos ayudarían a comprender procesos de intercambio de significaciones. ¿Es que nos hemos quedado al margen de la teoría del conocimiento social[1] confinándonos a nuestras parcelas: Antropología Económica, Política, Simbólica?

   Decimos siempre que esta parcelación existe para reintegrarse en una suma que, en un momento dado habría de concentrar los significados de la acción humana en algo semejante a la comprensión del hombre.

   Si elijo creer que ya tenemos un cúmulo suficiente de información para señalar el conjunto de conceptos, creencias e ideas que constituyen la esfera que sirve de universo ideal del individuo, me gustaría imaginar que pudiéramos marcar también (o por lo menos, suponerlo) el eje en el que se sostiene dicha esfera; aunque también cabe la posibilidad de que seamos demasiado cobardes para hacerlo.

   Nos ufanamos señalando nuestra distinción del resto de las especies animales en la representación simbólica; decimos también que la cuna de ésta (o su mecanismo de reproducción) es el intercambio intersubjetivo. Hemos entonces de comprender cómo se comunica, relaciona y representa el hombre. En base a lo anterior fundamos el estudio de la cultura.

   La cultura, como venimos insistiendo, está fundamentada en una serie de valores que conformarían su eje vertebrador (con lo anterior me refiero al axis de sacralidad en torno al cual giran el resto de significaciones).

   Con respecto a esos ejes ¿los hemos encontrado? ¿nos preocupamos, siquiera, de buscarlos?

   Nuestros valores sagrados son lo que usamos para enfrentar al mundo y a los otros; quizá esto signifique que sean el manantial de donde dimanan el resto de procesos cognitivos ¿no merecerían ser también el punto de partida y constante referencia para el estudio sociocultural?

   Nuevamente -y como siempre- desde mi punto de vista la Antropología se traiciona a sí misma y a sus ideales cada vez que aparta la atención de este centro -sancta sanctorum- de la expresión humana. "Comprender cómo piensa el nativo" o comprender cómo nos representamos la realidad, sería al final la tarea última y no jugar a hacer de economicistas o politólogos.

   Sí, vale, resignémonos, el concepto Hombre nos queda aún muy grande y esta generación no llegará ni a rozar lo que es la misión antropológica, tendremos que conformarnos con enfrentarnos con estudiar los efectos y afectos que de él se generan. Sólo pido que nuestra lucha sea digna, que no nos apartemos ante la mirada del toro que llega a embestir con la fuerza de lo compleja que es la vida. Al fin y al cabo, lo que nosotros examinamos no es al mundo ni la realidad, sino cómo el hombre la percibe.



[1] Antes deberíamos preguntarnos si es el estudio de procesos cognitivos sociales lo que incumbe a la Antropología y con qué fin.