Mostrando entradas con la etiqueta Antropología feminista. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Antropología feminista. Mostrar todas las entradas

sábado, 19 de septiembre de 2015

Al respecto de categorías y categorizaciones.

Sobre “Los cinco sexos” de Anne Fausto-Sterling 


               No sé si el tiempo que llevo hasta ahora en la carrera me ha acercado a responder la pregunta de qué es un hombre pero sí que me está ayudando a comprender diferentes manifestaciones de él.

                El hombre como concepto no me ha revelado su esencialidad en este estudio de las sociedades, quizá porque parte de ésta sea la mutabilidad y adaptación a las circunstancias impuestas. Dada la dificultad para hablar del Hombre como concepto la Antropología vuelca su estudio en la cultura (las manifestaciones de un pensamiento heredado y heredable); sobre estas huellas hemos estudiado ya los sistemas de empoderamiento y dominación.

                Si algo me ha quedado claro es que estos mecanismos, que sirven tanto para organizar la sociedad como para dirigir a los individuos necesitan una cosa vital para existir: categorías. La categorización es necesaria para comprender el mundo (dentro-fuera; día- noche; malo-bueno) y también para gobernarlo (hombre-mujer; rico-pobre; nobleza-pueblo llano; nativo-extranjero; legítimo, espurio, etc.

                Partiendo de esta premisa, me atreveré a considerar como humano a aquel ser que vive inserto en un mundo de categorías y representaciones y que, de alguna manera, rige su vida en función de estas.

                En este sentido, la Antropología estudia los diferentes entramados de creencias y verdades habiendo adelantado considerablemente al enseñarnos que éstas cambiantes en el tiempo y entre las sociedades. Un estudio para comprendernos a nosotros mismo tiene que tratar, por tanto, nuestras categorías y significados; a propósito de las categorías de identidad sexual nos habla Fausto-Sterling en este texto.

                Su argumento es conciso: el fenómeno de la intersexualidad está lo suficientemente presente en la historia de la medicina como para dejar de considerarse una malformación o aberración[1]. Su denuncia es a los tratamientos de “normalización” que se impone a los bebés (cirugía antes de las 72hrs de nacido y tratamiento de planificación hormonal) para adjudicarlos a uno de los dos sexos estipulados y ahorrar sufrimientos psicológicos (para ellos y para los padres, así como para la salubridad del entorno social). Su propuesta, la reconfiguración de la categorización social del sexo para incluir una realidad evidente, que es la existencia de, por lo menos, tres sexos más.


                Suele generalizarse en hermafroditismo a todos aquellos humanos que presentan características de ambos sexos, pero los verdaderos serían sólo aquellos que, como dice la leyenda griega[2], tuviesen n testículo y un ovario. Ellos serían los herms.

                Existirán, por supuesto, los merms (hermafroditas masculinos) con testículos cromosomas XY y algunos genitales femeninos –pero no ovarios- y los ferms, que a la inversa tienen ovarios, cromosomas XX, a veces útero y aspectos sexuales masculinos –pero no testículos. Hay que añadir que, entre estos grupos, hay decenas de posibles variaciones, por lo que la autora sugiere que el sexo es un continuum vasto e infinitamente maleable que sobrepasa restricciones (como sabemos, las que se han impuesto hasta ahora son de orden cultural).

                ¿Cómo clasifica nuestra cultura estos casos?
Para demostrar la complejidad de querer ajustar la naturaleza en modelos ideales, veamos el caso de EEUU (tomemos en cuenta que Estado determina su propia legislación). En Illinois se permite a los adultos cambiar de sexo siempre que se realice la intervención quirúrgica correspondiente (los hermafroditas, entonces, se asignan según sus órganos externos), mientras que en NY el sexo no se puede desvincular de los cromosomas. En otras culturas, durante la Edad Media el herm elegía su categoría bajo condición de no salir más de ella y en el Talmud judío se les aplicaban a estas personas prohibiciones tanto de las mujeres como de los hombres. Si consideramos todas las particularidades pueda que resulte casi tan complicado responder a qué es ser hombre como a qué es ser un varón.

                Durante el último siglo y con la medicalización del cuerpo, los conceptos hombre, mujer y salud han sido definidos por la institución en turno, la medicina, pero un estudio más a fondo de la humanidad nos deja claro que hay otros factores que nos determinan.

                La sociedad occidental (desde la que estudiamos al hombre), parece estar más o menos consciente de los límites del poder de la institución; por lo visto Europa está adquirido el hábito democrático de redefinir sus categorizaciones y ordenanzas; desde el ámbito de las Ciencias Sociales, se han modificado algunas pautas de división sexual del trabajo y parece que desde la medicina se reconfigura y supera la división sexual (así, a secas).

                Como en todo proceso existe una fase de adaptación; para el caso de un cambio de paradigma como el que propone esta autora, sería necesario que la sociedad asumiera la realidad de la multiplicidad sexual para dejar de insertar a la diversidad natural a patrones ideales preconcebidos.

             





[1] Si el dato porcentual es correcto y la población intersexual es del 4%, habría en la Universidad de Sevilla 2,600 intersexuales, los suficientes para conformar una organización minoritaria con tanta legitimidad legal como cualquier otra.
[2] En la que el hijo del Hermes y Afrodita fundió su cuerpo en mitad con el de una ninfa del que se había enamorado.
* Fotografía de Randy Johnson

De los tipos de opresión en torno al sexo-género.

“El tráfico de mujeres: notas sobre la economía política del sexo”
por Gayle Rubin.
 


  Creo que este texto condensa los patrones de dominación que hemos analizado hasta ahora y los aplica para explicar no sólo la domesticación de la mujer sino la de nuestra sexualidad. Rubin retoma las ideas de Engels y Marx, completándolas con Levi-Strauss y con Freud, para dar una paleta más amplia de los mecanismos que se articulan en la dominación (ideática) de la sexualidad a través del sistema sexo género. Puede que sea conveniente comenzar por el significado de este concepto.

   “El sistema de sexo género es el conjunto de disposiciones por el que una sociedad transforma la sexualidad biológica en productos de la actividad humana y en el cual se satisfacen esas necesidades humanas transformadas”, es decir, es un sistema de organización y modulación de impulsos de acuerdo a acuerdos sociales para reproducir pautas de vida y de supervivencia a nivel de lo económico; se caracteriza por ejercer dominio sobre la actividad sexual de los humanos tomando los elementos biológicos como determinantes de lo que debe ser la conducta del individuo. Como acabo de decir, este sistema es la “sede de opresión de las mujeres” pero no sólo eso sino de “las minorías sexuales y de algunos aspectos de la personalidad humana en los individuos”.

   Ahora bien, mecanismos como estos habían sido descritos por Engels como sistema de Parentesco ¿por qué no usamos ese término para referirnos al modelo regulador? Si bien es cierto que no encontramos ninguna civilización que no domine y regule la actividad sexual de sus miembros desde el Parentesco no debemos cerrarnos a que esta es la única posibilidad de organización, el concepto “sexo-género” deja abierta la posibilidad de gestar nuevos sistemas de organización en los que haya cabida para una forma distinta de disposiciones en el que la materia prima biológica del sexo y la procreación sean ordenadas.

   Entendemos que el modelo sexo-genero como lo conocemos actualmente es una construcción, producto de convenciones que analizaremos a continuación y que pueden ser concebidas otras distintas para relacionar el factor biológico de características sexuales y reproductivas con el papel y la interacción de hombres y mujeres en sociedad.

   El primer paso para entender la dominación de clases lo dio Marx, y ninguno de manera tan contundente y detallada. Su teoría de dominación expone la aparición del capitalismo como principal elemento de subordinación; sin embargo, el papel de la mujer en Marx está escasamente explicado, lo que él expone es el contraste entre la plusvalía (la acumulación de ganancia del empresario a costa del trabajador) y el coste de reposición (lo que el trabajador gana y usa para restablecerse a sí mismo como mano de obra, dentro de éstas entran alimentos, vestido y descanso, necesidades para reproducir su energía, dentro de este sistema, la mujer esposa es uno más de los elementos utilitarios, necesaria para facilitar las actividades del trabajador).

   Marx no toma en cuenta el rol de la mujer en este sistema de Producción porque su trabajo
–doméstico- no representa ganancias económicas ni plusvalía ninguna, sin embargo se reconoce que su labor es crucial en la reproducción de capital (porque lavando los trastes y cocinando permite al obrero perpetuar su trabajo día con día).  En otras palabras, la mujer sirve al sistema de Producción pero su trabajo no es considerado como productivo.

   Los huecos de este postulado para explicar la subordinación de género son claros. En primer lugar, Marx está obviando el papel de la mujer desde la otra cara de la producción: la reproducción (ya no de fuerzas; de hombres), y está dejando fuera de la ecuación todos los factores económicos que no se ven reflejados en ganancia monetaria[1]; por otra parte, el aspecto económico no es el único implicado en el sistema de sexo-género y sí lo único tratado por él.

   Engels sí que incluye el factor de la reproducción. En su Origen de la familia, la propiedad privada y el Estado, explica la guerra por la apropiación de la riqueza del derecho materno en lo que se convertiría en el patriarcado. Aunque el método de Engels sustenta explicaciones generales, hay que remarcar que no todos los sistemas de estratificación pueden definirse como patriarcado en términos estrictos (aunque en la práctica el resultado es el mismo).

   Los sistemas patriarcales son aquellos que tienen un Patriarca, un individuo con poder absoluto sobre un grupo de esposas, hijos, rebaños y en general la institución de paternidad (el ejemplo prototípico son las sociedades pastorales hebreas), en otras sociedades la opresión no proviene de la figura del padre o patriarca sino de la institución de la masculinidad adulta colectiva que se encarna en cultos secretos, casas de hombres, redes de intercambio, de prestigio, de conocimiento ritual, etc. La diferencia es, en suma, la posesión de un grupo familiar contra el acuerdo generalizado de la dominación de ellos sobre ellas (un ejemplo podrían ser familias musulmanas en las que si bien una mujer puede dominar la casa y ser una tirana con su nuera, la dominación simbólica de la mujer está presente en actos simbólicos como su falta de acceso a mezquitas junto con ellos).

   Textos antes se ha criticado que Engels no explica la adquisición del poder, es decir, no incorpora el papel práctico de la mujer en la estructura política. Corresponderá a Lévi-Strauss y a Freud integrarla en la explicación de la dominación.

   En estudios previos a Las estructuras elementales del parentesco de Lévi-Strauss, Marcel Mauss nos había enseñado que los regalos eran los hilos del discurso de dominación, no pocas veces se demuestra la riqueza y por lo tanto el prestigio de un individuo o un grupo, otorgando regalos, ya sea para constatar que el donatario no puede competir con él, o para manejar un sistema de deudas que mantiene el control entre grupos. Es entonces, el código de recibir y devolver regalos lo que regula relaciones tanto individuales como grupales.

   Lévi-Strauss explica que el papel de la mujer es ser objeto del intercambio y para asegurarnos de esto tenemos a la máxima institución de orden social primitivo: el tabú de incesto (presente en todas las civilizaciones). Éste tendrá la función de asignarle a ella un destino según las necesidades sociales, de modo que un padre puede ofrecer a su hija como esposa, pero una mujer no se puede ofrecer a sí misma, su papel es ser esposa. Vemos en esto la cosificación de la mujer en un elemento de intercambio. El título del texto de Rubin es muy significativo en este sentido: “El tráfico de mujeres” es su circulación en un sistema que termina siendo ajeno a ella.

   Hasta este punto Levi-Strauss nos ha llevado a una conclusión fundamental, la dominación del sexo corresponde a disposiciones sociales, no biológicas. Él no explica la subordinación en términos de  funcionalidad del cerebro o de fuerza, sino como producto de la organización social, Strauss demuestra que para que esta funcione la mujer (la más cara mercancía) tiene que ser puesta en el tráfico de acuerdos y servicios. Pero cuidado, la mujer, como mujer: un hombre puede ser traficado igualmente, como esclavo, de la misma manera que una mujer puede entrar en circulación como prostituta, pero lo que resalta el título del texto es que el tráfico que se hace con las mujeres en este sistema de intercambio se hace basado en el sexo[2], y no es poco decir que la mitad de la población esté sometida en este mecanismo, vamos a ver a continuación hasta qué punto se somete también al otro género.

   Strauss nos ha hablado de los sistemas de parentesco como un lenguaje o código de intercambio en el que al intercambiarse mujeres se ponen las pautas para el acceso sexual, la situación genealógica, los nombres, el  linaje, los derechos sobre la prole, etc., está demostrando así que el parentesco es el primer elemento civilizatorio (y así solían estudiarlo los antropólogos: como el primer código a descifrar), y por tanto todos los miembros del grupo quedarían afectados por esta lógica.

  Es verdad que en este sistema ello son sujetos y ellas objetos y que ellas no reciben los beneficios de su circulación pero también entendemos que esta disposición implica un “estado de dependencia recíproca entre los dos sexos”. El tabú del incesto (que dice con quien sí puedes unirte en matrimonio) marca también un tabú contra la igualdad de hombres y mujeres, uno que divide los sexos en dos categorías mutuamente exclusivas, uno que exacerba las diferencias biológicas… y así se inventa el género.

   El género es el conjunto de normas socialmente instauradas que toman como referencia el componente biológico. La organización social del sexo (determinar qué puede hacer una mujer y qué debe hacer un hombre) se basa en el género (se instalan las determinaciones en funciones, actitudes y conductas).

   Podemos decir que el parentesco se impone en el hombre en forma de determinar su género. Sabemos que todos estamos insertos en esta trama de valores sociales y que a unos les es más provechoso que a otros (pongamos por ejemplo la clase social, que todos aceptamos aunque no todos estén de acuerdo), lo que nos interesa aquí es ver de qué manera el sistema se organiza para preservar sus limitaciones y pautas.

   El sistema de parentesco, además de decirle a la mujer que tiene que irse a la tribu vecina y casarse con el hijo de la hermana del padre, impone vínculos de matrimonio heterosexual. Los machos de la tribu se convierten en “hombres” y las hembras en “mujeres”[3] con actividades previamente designadas (por eso nos dice Rubin que “la división de los sexos tiene el efecto de reprimir algunas de las características de personalidad de prácticamente todos los hombres y mujeres, es una división rígida de la personalidad”), imponiendo un orden social lógico de diferenciación que, de ser violado, implicaría un estigma social[4].

   La antropología, en un intento de encontrar los patrones naturales de conducta de los hombres ha estudiado tanto la dominación femenina como las pautas de conducta sexual y médicamente no ha encontrado ningún elemento (fuera de lo social) fijo e inamovible que caracterice la diferencia de géneros, no hay algo generalizado en todas las culturas que nos indique lo que hace  a un hombre diferente de una mujer (salvo si queremos asumir como dogmática su imposición sobre ella), incluso las estadísticas médicas prueban que la diferencia de gametos o la presencia de caracteres sexuales físicos  puede no corresponder con la asignación sexual dada[5].

   ¿Puede ser explicada entonces la división sexo / género explicada a través de la economía política? Creemos que, como toda situación social, esta es una suma de factores ideológicos e históricos, aunque hasta ahora nos ha bastado este enfoque para dar con tres elementos reguladores de la sexualidad:
-El tabú de incesto
-La heterosexualidad
-La división sexual del trabajo

   Freud habría corroborado nuestra idea social en que la adjudicación de un rol de género es producto de procesos no biológicos. Nosotros decimos que son procesos sociales él insistía que procesos psíquicos. Nos describe, en una teoría de la sexualidad, los mecanismos por los cuales los sexos son divididos y deformados, y de cómo los niños andróginos y bisexuales son transformados en niños y niñas. Veamos lo que su teoría tiene que decirnos sobre la reproducción del sistema de parentesco.

  Hemos visto que el parentesco requiere la división de sexos (requiere determinar qué función es a cada individuo y cómo se va a manejar el entramado de intercambios; en fin, las reglas de dominación) y que esta no se da inmediatamente a partir de la diferenciación fisiológica. Freud nos explica que “en la fase preedípica los niños de ambos sexos son psíquicamente imposibles de distinguir, lo que significa que su diferenciación no se podía suponer sino que había que explicarla.” Se nos expone que los niños preedípicos serían bisexuales porque ambos seos exhibirían toda la gama de actitudes libidinales y que para ambos el objeto de deseo sería la madre. En este esquema, la crisis edípica corresponde al shock del niño de asumir una posición en la estructura dicotómica de sexos, privándose de toda una gama de derechos de personalidad y acceso sexual al otro sexo.
   El trabajo de Freud nos es valioso porque su psicoanálisis “no trata de describir lo que es una mujer…sino que indaga cómo llega a ser, cómo de una criatura con una disposición bisexual se desarrolla una mujer”.

   Quizá no logra explicar del todo este mecanismo puesto que sus ideas de la envidia del pene o su reconocimiento de castración quedan faltas de aportaciones más completas, sin embargo nos adelanta mucho cuando dice

   “Sería una solución de simplicidad ideal si pudiéramos suponer que desde determinada edad en adelante la influencia elemental de la atracción mutua entre los sexos se hace sentir e impulsa a la mujercita hacia los hombres… Pero las cosas no serán tan fáciles; escasamente sabemos si podemos creer en serio en esa fuerza que de tanto y con tanto entusiasmo hablan los poetas pero que no se puede disecar analíticamente” (Freud, “Feminity”, 1965).

   Como vemos, entrar en la definición de lo que son las causas de la dominación femenina en la humanidad es probablemente una empresa que escape a nuestras manos, sin embargo los estudios hechos al respecto revelan elementos esenciales para entender esta misma dominación en nuestra sociedad. La propuesta de Rubin es reorganizar el sistema sexo-género en uno menos destructivo.

   Conviene decir que tenemos suerte de encontrarnos a estas alturas de semejante tarea, en un punto de la historia en que se han tratado diferentes sistemas de división del trabajo, en que el capitalismo nos ha permitido ver como con lupa de aumento dónde radican los elementos de control a nivel económico y en los que la especialización del trabajo ha traído a nuestro alcance información de tantos diferentes ramos. Así mismo, mientras que en otras sociedades el sistema sexo-género era crucial para el funcionamiento de la economía en un sistema de división sexual del trabajo (pensemos en la estructura familiar de la España agrícola de hace 50 años), en el transcurso de la historia se ha venido despojando de sus funciones.

   Políticamente se ha conseguido disipar la diferenciación de derechos y acceso a recursos de hombres y mujeres, económicamente tenemos un sistema en el que la mujer no se ver confinada  a la recolección de tubérculos y puede ampliar su gama de posibilidades, educativa y organizativamente, el sexo ya tampoco juega un papel diferenciador como lo hiciera en tiempos en que sólo la mujer podía hablar de ciertas cosas o sólo era dado al hombre comprender filosofía, de este modo vemos que en la actualidad el sistema sexo-género ha caído en la avalancha de relativización. Si a esto añadimos la medicalización del cuerpo que permite desde cambios de sexo a fertilización in vitro entendemos por qué este sistema ya no se sostiene más que en sí mismo y sólo en un uso tradicional[6].

   La propuesta de Rubin va dirigida a una sociedad que tiene mucho ganado en materia de organización política del trabajo, sugiriendo que “si la división sexual del trabajo distribuyera el cuidado de los niños entre adultos de ambos sexos por igual y la heterosexualidad no fuera obligatoria, no se sobrevaloraría el pene”, por lo que, dice, debemos “intentar una revolución en el parentesco que libere las formas de expresión sexual y libere a la personalidad humana del chaleco de fuerza del género”.

   Por último, queremos hacer una consideración especial a los autores utilizados en el texto de Rubin (todos hombres), por haberse preocupado por aislar los elementos de funcionamiento del sexo-género y permitir una mejor comprensión del mismo. Así como a la propia autora que, defendiendo su sueño de una “sociedad andrógina”[7], nos ha permitido ensanchar nuestra comprensión del sistema organizativo del sexo y preguntarnos hasta qué grado estamos conformes con lo que el contrato social estipula de nosotras en tanto que mujeres.
  




[1] Recordemos que lo económico es aquello dedicado a satisfacer necesidades de subsistencia, por lo que los procesos de preparación de alimentos y manutención de la prole son tan importantes como la adquisición de éstos. Es únicamente en el sistema capitalista que lo económico se reduce a la acumulación del capital (traducido en dinero), en otros, los procesos de provisión se estudian de maneras más completas e integradas a la sociedad.
[2]  El padre entrega a la novia como un hombre que posee a una mujer, no a un útil.
[3] La antropología nos enseña que esta asignación no siempre está determinada por los rasgos físicos, hay ritos entre los mohave que permiten a una persona cambiar de género, las mujeres nuer pueden contraer un esposo mujer si ella asume durante todo lo largo de la relación su papel como él. Esto por citar brevemente algunos ejemplos.
[4] “La mujer no usará lo que pertenece a un hombre, ni el hombre se pondrá ropa de mujer: porque todos los que lo hagan son abominación a los ojos del Señor tu Dios” (Deutoronomio, 22:5).
[5] Casos como el travestismo, la intersexualidad (personas que nacen con ambos sexos), o la homosexualidad, han sido estudiados. Ahí donde la psiquiatría marcaba antes una anormalidad de tipo mental, la medicina reconoce ahora una manifestación más de la pluralidad humana.
[6] Lo  que queremos decir es que si bien este binomio habría sido crucial antes para la organización de la sociedad, la tecnología, ciencia e ideología actuales se encuentran en un punto de “independentización” de estas estructuras y que pueden fácilmente prescindir de él.
[7] En la que el individuo no esté obligado a comportarse o a limitarse según rasgos sexuales fisiológicos.

A ver, ciencia, mírame.

“La ciencia del hombre mira a la mujer” – Martin y Voorhies


    Para profundizar en la propuesta de Sally Linton, la de revisar la veracidad de las teorías y comprender las condiciones sociales en las que éstas se gestaron, usaremos el texto de M.K. Martin y Barbara Voorhies, que también nos servirá para explicarnos de dónde vienen algunas ideas que tenemos sobre el sexo nacidas durante los siglos XIX y XX.

   La antropología del siglo XIX está caracterizada por “autores de gabinete” que es como se llamaba a aquellos que postulaban teorías para explicar todo lo largo de la historia de la humanidad valiéndose de referencias bibliográficas (siempre desde su gabinete) y prescindiendo del trabajo de campo que después se instituiría en la disciplina. Dentro de esta destacan los trabajos de Bachofen (Das Mutterrecht) y Morgan (Systems of Consanguinity and Affinity of the Human Family), y otras  teorías sobre las civilizaciones primitivas (McLennan, Lubbock, Maine[1]). Según éstas, la evolución de la civilización se caracteriza por tres fases: 1) promiscuidad, sexo libre entre los miembros del grupo; 2) matrilinealidad, en la que la mujer adquiriría el gobierno político y 3) patrilinealidad en la que el hombre se apropia de este poder.

   Dentro de este supuesto la mujer habría sido la responsable de haber fundado una nueva estructura social basada en actos de control sobre el sexo que se opusiera a la anarquía sexual de la etapa de promiscuidad. Ellas implantarían uniones permanentes (matrimoniales) para sostener la relación fundamental (la de ella y sus hijos).

   Tomando en cuenta que la idea de la matrilinealidad nace en la Inglaterra victoriana, cabe destacar que los dos elementos estructurantes, matrimonio y familia, están enmarcados en un contexto conservador monógamo, en el que la mujer se caracterizaba por su templanza (en esta época se considera al sexo femenino como virtuoso en tanto que supera las pasiones mundanas; incluso llega a plantearse que las mujeres son asexuadas).

   Se entiende que durante esta primera transición se instauran los valores imperantes de la época, la moralidad y el control sexual. La antropología de este siglo estaba haciendo, pues, una traducción de su cosmovisión a la historia de la evolución: si observaban que la mujer dominaba sus impulsos en castidad, se creería que durante fases primitivas ella habría acabado con la tiranía sexual de los machos promiscuos inhibiendo también su agresividad. Esta etapa de control de la especie sería la base para que el macho desarrollara la cultura durante la siguiente, el patriarcado.

   Podríamos asociar esta continuidad con la educación de un niño, que primero conlleva una etapa de domesticación (llevada a cabo por la mujer), que es preparación del terreno para la educación formal, que corresponde a los varones –te podrás haber dado cuenta que, hasta hace poco, las maestras de primaria eran mujeres y los profesores de universidad, hombres.
   Tenemos entonces la idea del concepto mujer del Siglo XIX, una persona reservada, templada, auto-disciplinada y obediente (tomar en cuenta que con esta idea persiste en las primeras décadas del XX); lo curioso es observar los orígenes de esta imagen en la evolución.

   Antes de que The Origin of Species viera la luz, Darwin publicó The Descent of man (1871), donde explica que nuestra principal distinción con los animales es la moral. La moral en el humano es producto de condiciones: los instintos sociales (que tienen mamíferos como los suricatos) y la inteligencia (que también compartimos con otros animales. Con estas dos bases puede desarrollarse la cultura bebiendo de dos fuentes 1) la simpatía, o las nociones de cooperación y altruismo en el grupo y 2) la regulación sexual, que crearía el marco normativo para la convivencia pacífica.

   Para Darwin –como para todo el pensamiento victoriano- este control sexual es determinante de nuestra no animalidad y es la mujer, de naturaleza esencialmente asexuada, la guardiana de estas virtudes.

   Pero hemos dicho que el S XIX obtenía muchas deducciones de hipótesis sobre la nada lo que permite que durante el siguiente muchas ideas sean refutadas con pruebas empíricas.
   La crítica viene principalmente de Estados Unidos. Joan Bamberger refuta la existencia del matriarcado, alegando que el encontrar religiones con deidades femeninas no tendría por qué implicar que ella estuviera inserta en el sistema económico-político. Lowie también postuló que el patriarcado hubiese existido siempre[2].

   El evolucionismo (ojo, en antropología, no en biología) llega a verse como una herejía por haber establecido teorías sin pruebas, por lo que ahora se dedica a respaldar sus hipótesis con estudios filogenéticos, ya que se acepta una relación con los primates se buscarían pautas de comportamiento en la observación de su conducta.

   Durante este siglo tenemos nuevas ideas sobre el desarrollo de la civilización, fundadas desde el neoevolucionismo. Aquí es donde se funda la caza como actividad referente para la conducta y como creadora de las habilidades para hacer cultura, así de paso la mujer se convierte en una deudora a la gran contribución masculina. Veremos como en poco tiempo surgen y se refutan diversas ideas (que, sin embargo continúan presentes en el imaginario colectivo).

   La caza no sólo fue considerada como actividad organizadora,  sino una forma de vida, y puesto que la caza involucraba a sólo a hombres, se suponen diversos factores que distinguen al macho genéticamente con habilidades que no posee la mujer.  Aquí una cita de Tiger en Men in Groups.

                “Hay factores genéticos, basados en la pertenencia al grupo de los primates del macho humano que le predisponen a tener lazos de unión con miembros del mismo sexo. Las hembras, en cambio no tienen estos códigos innatos y por lo tanto son menos adecuadas genéticamente para realizar cooperación de actividades económicas y políticas”.

   Tiger también aludía a diferencias cerebrales, como un “control cortical más amplio” (¡!) y una diferenciación química y estructural que generaría un programa genético de comportamiento diferente del de las mujeres. Creemos que desde aquí vienen las ideas de diferenciación cerebral que, sin embargo no han podido ser verificadas por la medicina actual: no existe ningún estudio que demuestre caracteres específicamente masculinos o femeninos, de modo que la antigua creencia de que “los hombres son de Marte y las mujeres de Venus” parece sólo sustentarse en las divisiones culturales propias de las diferencias del comportamiento en una etapa y contexto determinados.

   Otros autores, por supuesto añadían otras causas, algunas relacionadas con la idea cristiana de la mujer como el sexo perverso, comentando que la presencia de una mujer cazadora hubiese sido motivo de conflicto por generar competencia entre aquellos que quisieran acceso sexual a ella, enturbiando así el carácter cooperativo del grupo.
   Entrando en la refutación, contrastaremos prueba contra prueba.

   Es verdad que estos neo evolucionistas aventuraron mucho sus teorías, pero las respaldaban con el estudio sobre mandriles, primates sumamente agresivos que pelean por la hembra. Podemos aducir que el Homo sapiens, ha superado esta agresividad puesto que, durante su evolución adquiere una gama de motivaciones aprendidas más allá de sus limitaciones fisiológicas como la domesticación del sexo por la mujer (aunque puede quedar este instinto latente que justificaría la agresión) sin embargo, ¿qué hay de otros antropoides, que están filogenéticamente más cerca de nosotros?

   Estudios sobre chimpancés y gorilas dan resultados diametralmente opuestos. Entre estos no existe agresión ni competencia por la hembra (no hay violaciones como puede suceder entre mandriles).  El macho tampoco se muestra especialmente agresivo y su dominio en el grupo suele ser por comida, no sobre el ámbito sexual. Por último, la disposición a la violencia siempre es como medida defensiva del grupo, no de ataque, o bien, como una exhibición de ostentación de poder para alcanzar ciertos fines, nunca como una agresión directa  --añadiría como nota para futura reflexión que en muchos casos se justifica la agresividad como instintiva masculina, sin embargo, ¿no será que estamos proyectando valores sociales en visiones sesgadas sobre lo que creemos que es el mundo primitivo para justificar patrones de conducta que no están presentes tampoco en toda la humanidad?

   Con respecto a la competencia por la hembra, hay que decir que en estas sociedades es más bien la hembra quien se ofrece para el apareamiento (no, no hay selección por parte del macho). Esto tiene aún más sentido si tomamos en cuenta que la familia matricéntrica (formada por hembra y crías como puede verse en infinidad de mamíferos) tiene “mayor validez pluricultural ya que puede estar relacionada con un varón, con varios o con ninguno”. Las conductas gregarias[3] tampoco justifican competencia masculina puesto que en estos primates, dicha conducta se expresa mediante juegos y cuidados mutuos.

    Y, finalmente, referente a la provisión de alimentos por la caza, Jolly menciona que la evolución humana difícilmente puede explicarse a partir de la caza, puesto que si esta hubiese sido la base de la alimentación, el homínido se hubiera encontrado en desventaja, compitiendo directamente con los felidae, canidae, vierridae y hyaenidae, por lo que es más plausible que hayan tenido una base estable que permitiera la adaptación, en una pacífica acumulación de adaptaciones fisiológicas, como la coordinación ojo-mano y la habilidad manual (Jolly, 1970, 21). La arqueología demuestra lo anterior puesto que en el pleistoceno superior no se encuentran proyectiles, se cree que esta fase fue vegetariana y que los utensilios eran destinados para cortar, pulverizar, conservar y raspar materiales vegetales.

   El esquema de evolución que surge en esta crítica a los neo evolucionistas explica la conformación de la pareja hombre-mujer como una adaptación a las estrategias de supervivencia que ya existían. La unión de estos parece ser fruto de pautas de cooperación económicas, en lugar de ser producto de un intento de controlar o suprimir la libido de los primates.

   ¿Cuál es, entonces, el papel de la mujer en todo esto? Al parecer ya no estamos en paradigmas de control y represión, más bien soluciones para resolver eficazmente la existencia en torno a la crianza. El modelo de familia que estamos proponiendo es, en suma, un sistema de articulación de ésta con la actividad de los hombres.



[1] De entre todos estos, sólo Maine negaba la existencia del matriarcado, él también añadía una cuarta fase, la familia monógama.
[2] Hay que considerar que esta ola de pensamiento (como todas) era producto de una época: plena Guerra fría, el enfrentamiento de EEUU con el comunismo está en su apogeo y había que deslegitimar desde la ciencia a los autores relacionados con este movimiento político; uno de los autores principales era Federico Engels, tomó a Morgan como principal fuente, a quien Lewis se encargó muy bien de refutar.
[3] Que se agrupan en colonias.

La Antropología: viéndonos a nosotros mismos

Sobre “La mujer recolectora: sesgos machistas en la antropología” de Sally Linton


            Hemos comentado antes que lo más lindo de la Antropología es que se ocupa de estudiar las formas que tenemos de pensar y representarnos lo que concebimos como realidad a través de los símbolos y los discursos. En este sentido la Antropología de Género ha estudiado los sistemas de jerarquización del trabajo que colocan en una posición de mayor prestigio al hombre, pensando en que eso dará herramientas para un sistema social igualitario para la mujer.

                No hay que perder de vista, con todo, que realizamos este trabajo desde y en el mundo de las ideas (aunque nos preocupamos sobre cómo las ideas se materializan, son éstas el principal foco de atención) de modo que nuestro estudio también puede servirnos para hacer una revisión crítica de nosotros mismo en tanto que civilización productora de ideas. Esto es lo que llamaremos el cuestionamiento epistemológico, cómo es que llegamos a comprender lo que comprendemos.

                Durante los años 70, Sally Linton tomó este trabajo de investigar cómo se construye el corpus científico. Demostró de una manera sencilla y con argumentos simples que nuestra idea de familia, caza y evolución han sido producto de una idealización (que ella llama especulación por parte de científicos evolucionistas) con severos cortes androcéntricos.

                Entendemos que el concepto familia rige mucha de nuestra división de género –el hombre como jefe de familia, por ejemplo; dicho núcleo es una manifestación condensada de lo que es nuestra estructura política. También sabemos que nuestro modelo de familia está construido de acuerdo a una idea primigenia asociada al “Hombre Cazador”.              Este concepto puede resumirse en que los cambios fisiológicos como el bipedalismo erecto, el prolongado periodo de gestación y la inmadurez del humano al nacer están asociados a un modelo de familia que se sustenta gracias al aprovisionamiento del macho.

                Este modelo coloca al hombre como eje central de los mecanismos de supervivencia se encuentra presente en la ciencia desde el Siglo XIX y fundamenta la idea del modelo de familia que se tenía entonces. Eso es lo que nos hace notar Sally Linton; esgrimiendo la espada de la antropología del conocimiento apunta la forma de pensar decimonónica que motiva a esta idea y se dedica a rebatirla.

                La primera debilidad que tiene esta teoría es que explica la caza a partir de sí misma, es decir, que se sugiere que las habilidades necesarias para la caza surgen en… la caza, a través de las interacciones entre los machos cazadores y que así se explican patrones de conducta posteriores como la mayor presencia y dominio en los negocios, mayor empuje y sentido de competitividad; sin embargo Linton encuentra que no hay evidencia médica de que estas habilidades sean preferente masculinas ni de que existan signos de las mismas en el cromosoma. Lo que es más es que los estudios psicosociales señalan que es más probable que este desarrollo intelectual hacia la empatía, comprensión, coordinación e incluso el lenguaje naciera de la interacción de madres e hijos. Nos parece más lógico que una sociedad con cierta organización social y facultades comunicativas sea más propensa a tener grupos de individuos que se fueran a emprender una actividad que requiere estas habilidades a que las adquieran en la práctica.

                En lo que respecta a la nutrición y la idea de que la carne es la base de la provisión proteica Linton menciona que existe evidencia de que la base alimentaria de los grupos estudiados estaba siempre en hortalizas y legumbres. Otro Antropólogo, Philipe Descola, en un estudio reciente sobre indios de la Amazonía demostró que el consumo de proteína vegetal entre estos individuos sustituía al la animal y que aquella era preferida más fácil de producir, aunque contaban con recursos para obtener ambas.

                Así, resulta más probable que las conocidas herramientas aqueulianas[1] no hayan sido las primeras ni las cruciales sino los instrumentos de recolección como entramados de cuera para llevar frutos o transportar niños. Todavía más importante es resaltar que estas actividades y conductas definen nuestros mecanismos de adaptación de una forma más importante que la caza.

                Los razonamientos anteriores nos llevan a cuestionar si el hombre ha sido siempre el núcleo familiar y aquel que seleccionaba a su pareja; entendemos que otra propuesta es (como se verá más adelante con algunos ejemplos en primates) que las hembras de ofrecieran a la cópula en época de celo.

                Sea como sea, la perspectiva de Sally Linton pone especial énfasis en que la teoría del Hombre Cazador no puede llegar a explicar nuestra especie porque, al dejar fuera a la mitad de la población deja fuera de consideración elementos importantes.  Así mismo, podemos observar a posteriori lo que esta idea conlleva, el considerar a la mujer una rémora de la especie, como tirada a remolque por la fuerza masculina y, desde este enfoque darnos cuenta de la inviabilidad de una perspectiva tan limitada.

                Aunque la propuesta de Linton puede ser de las más simples que veremos, es la que más me impacta porque tiene la facultad de poner a prueba lo que sabemos. Su revisión de la teoría del Hombre Cazador desmantela las bases de la racionalidad científica, nuestra idea de familia y los patrones de conducta desarrollados en ella.

                Desde la Antropología se nos plantea a la familia como una situación en la que cada individuo tiene responsabilidades y obligaciones definidas hacia un conjunto específico de los miembros de ambos sexos y diversas edades (Linton 1974), es decir que la familia es una unidad social que vale más por lo que hace funcionar que por las relaciones biológicas entre sus miembros.

                Con esto no se deslegitima en absoluto la biología y la evolución, pero se les inserta en una visión más compleja y completa en la que lo social (las habilidades de comunicación, coordinación, etc.) es un elemento crucial en el desarrollo evolutivo, de modo que el desarrollo evolutivo humano tiene que tomar en cuenta este factor tanto como el biológico en la construcción de la especie.

                Por último, queremos añadir que Linton menciona la posibilidad de que las primeras familias hayan sido únicamente de madres e hijos e intenta demostrarlo con dos evidencias. 1) El tabú de incesto más difundido que hay es el que existe entre madre e hijos 2) Que en diversas culturas de familias no nucleares el abastecimiento principal se hace dando prioridad a la madre  a los hermanos antes que a la mujer y a los hijos.

                En definitiva, este documento nos plantea una nueva postura para abordar el concepto de evolución, de familia y sobre todo, para considerar que las teorías científicas están construidas sobre las ideas de la sociedad de la que proceden.






[1] La industria prehistorica aqueuliana se caracteriza por herramientas ovaladas, puntigaudas y simétricas.
* Ilustración de Jennifer Linton

Ser mujer (como es natural)

Sobre “¿Es la mujer con respecto al hombre lo que la naturaleza 
con respecto a la cultura?” De Sherry Ortner

            Hemos visto antes que la antropología estudia la subordinación de la mujer como fenómeno social y no natural que tiene que ver con la estructura las clases; también hemos dicho que a este respecto la teoría de Marx y Engels es la más usada para hablar de dominación. En esta lectura consideraremos un aspecto que consideramos esencial y que sólo la antropología estudia como tal: la cultura. En otras palabras hablaremos de la representación simbólica subyacente a este sistema, es decir, cómo es que asumimos como lógico y natural esta estratificación.

            Ortner nos explicará por qué se asocia a la mujer con lo natural y, por lo tanto con lo menos culturizado, lo que nos interesa porque es la base de la posterior desligitimación del ámbito privado (el hogar) y las actividades que se desarrollan ahí.

            Existe una triple relación en todo esto, explicaremos 1) el cuerpo y sus funciones fisiológicas (menstruación, parto, el carácter receptor y no activo del sexo) 2) las funciones y rol femenino (maternidad y crianza) 3) la caracterización psicológica hecha por estas funciones.
            Volviendo con la diferenciación de la cultura y la naturaleza podemos considerar a la mujer más próxima a esta última mientras que el hombre, a través del uso de la razón y el dominio de los medios se asocia a habría entronado en la cultura; de otra manera podríamos decir también que la mujer (la parte natural de la humanidad) está esclavizada por la cultura (el dominio de la razón y el progreso, para los que la mujer se vuelve una herramienta de procreación) o bien afirmar que es un elemento de mediación entre una y la otra: la mujer es crucial en el proceso de enculturación puesto que es ella a través de las relaciones con los niños quien los convierte en adultos y en hombres.
            La mujer, a través de la crianza, forma las habilidades de comunicación e interrelación de las personas al permitirles adquirir hábitos y valores sociales. En este contexto puede considerarse a la madre en proceso de crianza como una guardiana de la cultura; es más, lo anterior indicaría que, en lugar de estar más alejadas que el hombre de la cultura (como se representa y cree) participa en la construcción social. Es importante resaltar que el hecho de que no tenga legitimidad como creadora es otra construcción.
             Podemos decir que ésta idea (como todas) es construida a partir de símbolos y ritos. Tenemos ejemplos de algunas sociedades en las que no se le permite tocar objetos de poder o participar en ritos o decisiones públicas y sabemos que todas las culturas hacen esta valoración de la mujer, por lo que intentaremos indagar en razones y patrones más profundos. Cuidado porque esto atañe también a las ideas preconcebidas que tenemos sobre nosotras mismas.
            Hemos dicho antes que esta valoración se explica primeramente mediante el cuerpo; pareciera que el cuerpo de la mujer la condenara, no sólo a las incomodidades de la menstruación, al consumo energético del embarazo y a los riesgos del parto (antes de nuestros actuales adelantos en la medicina) sino también a realizar una actividad repetitiva.
            Desde el inicio, la caracterización del cuerpo y sus funciones se impone como una forma de categorización de los sexos. Es notable que autoras tan prestigiosas como Simone de Beauvoir[1] mencionen en su trabajo consideraciones similares señalando que en la mujer existe una “mayor manifestación de la animalidad” y, en lo concerniente a su rol, la maternidad está naturalizada. Naturalizada en un doble sentido, en que se da por hecho y en que se asocia con lo no culturizado.


            De Beauvoir nos dice “No es el hecho de dar vida sino de arriesgarla lo que eleva al hombre por encima del animal; esa es la razón de que la humanidad no haya concedido la superioridad al sexo que pare sino al que mata”, explicando que lo que nuestro sexo hace (procrear) coloca a nuestro rol en una posición inferior.

            La crianza de los niños también ayuda a nuestra categorización social -con Sacks hablábamos de la calidad de adulto que tienen los hombres para darse autoridad sobre ellas en lo público-, Ortner propone que este periodo prolongado de proximidad con los niños también refuerza su estatus de no adulta, de hecho, hay culturas en las que el paso a la adultez en los varones está caracterizado por la separación de la madre o ritos sexuales exclusivamente masculinos.

            Entendemos que la mujer está ligada al núcleo doméstico mientras que el hombre tiene movilidad interfamiliar para generar relaciones en lo público y lo privado y que esta polaridad también permite pre concepciones en lo psicológico (“la mujer es más emocional e irracional”). Ortner argumenta que estas cualidades, así como la de la identificación y empatía son propias de su rol pero no innatas como suele creerse.

            Siguiendo esta hipótesis entiende mejor la distinción entre las formas individualistas de ver el mundo del hombre y las interpersonales de la mujer. Ambas posturas se forman en un contexto de actividades y ambas reafirman su posición en la familia, reafirmándose mediante la propiedad lo la forma de estatus social de “jefe de familia”.
           
            Esta hipótesis, finalmente, explica que en sí la mujer no está ni más ni menos separada de la naturaleza que el hombre (él, como ella, es mortal y ella, como él, genera proyectos y difunde cultura) y que la representación que se hace de lo contrario es una concepción cultural. Que esta distinción se ha universalizado porque la distribución del trabajo es constante dado que todas las mujeres del mundo procrean pero no es un ordenamiento biológico (como apuntó antes la socióloga Nancy Chodorow).

            En conclusión “la mujer como es natural” no es más que una convención adaptada a la forma más pragmática y directa de división del trabajo, que viene siendo la crianza y asociación de una mujer a sus hijos y que es esto lo que ha determinado algunas relaciones pero en no significa que sea el orden biológico. Por otra parte, el rol que desempeña debe contar con reconocimiento social porque consiste en la estabilidad de la unidad doméstica tanto como la mediación de la naturaleza en bruto hacia la cultura.





[1]    Conocida por su obra “El segundo sexo” donde expone características de la diferenciación.